La regeneración de los partidos

Gabriel ElorriagaGabriel Elorriaga Fernández– (diario crítico)

En estos tiempos difíciles, los grandes partidos con capacidad de Gobierno no son lo que eran. Están desvencijados, cuarteados y con tendencia al declive. Y, sin embargo, siguen siendo imprescindibles para que el mecanismo democrático sea viable y estable. Cada vez cumplen peor sus misiones que son seleccionar políticos, proponer programas y soluciones y mantener un grado de confianza en el electorado. Misiones fundamentales para mantener instituciones solidas y duraderas sin las que la democracia representativa no sería practicable como sistema de convivencia y se convertiría en la típica jaula de grillos de los parlamentarismos en descomposición.

Los grandes partidos no están para representar a alborotadores de plazoleta ni a territorios folklóricos. Están para hacer visibles las tendencias predominantes en la opinión ciudadana de una gran nación expresadas mediante el voto. No votan las pancartas ni los territorios. Votan las personas de acuerdo con sus intereses, sus esperanzas y sus ideas que configuran unas identificaciones partidarias abiertas, variables y flexibles que no coinciden exactamente con todos los puntos de los programas propuestos pero entienden su orientación general y el grado de competencia o moralidad de las representaciones a promover. Ningún político ni ningún ideólogo han sido capaces de inventar otra manera de hacer operativa la participación popular de forma que, a través del voto libre y voluntario se compongan grupos parlamentarios significativos que reflejen, de la mejor manera posible, las tendencias predominantes en una gran base humana.

Grave peligro

Por tanto, el que los grandes partidos se presenten hoy desvencijados, cuarteados y declinantes y esta situación se detecte sociológicamente es un asunto grave. Hay un desgaste natural que afecta al núcleo visible del partido gobernante, explicable por los efectos negativos de una gestión inacabada. Hay, también, un síndrome depresivo en la oposición que es más grave en cuanto no es producto del desgaste natural del ejercicio del poder sino del desconcierto interno. Pero no nos referimos a estos vaivenes oscilantes de la identificación entre electores y partidos que se dan siempre y siempre pueden modificarse. Nos referimos al desprestigio moral, a la crisis de liderazgo, a la vaciedad ideológica, a la miniaturización de los cuadros dirigentes y al distanciamiento de los sectores sociales básicos. Estos síntomas solo tienen dos desenlaces: La crisis del sistema o su regeneración. Como la crisis del sistema sería lo peor que podría suceder si se añadiese a las circunstancias críticas económicas y sociales en que estamos inmersos, lo mejor sería la apuesta regeneradora a medio plazo. Regeneración exige renovación, limpieza, audacia y buena comunicación, todo lo que no abunda en el cerrado círculo partitocrático de nuestros días. Pero es vital intentar regenerar el ambiente. El horizonte, a varios años vista, con el que se conjetura como si todo fuese a seguir igual indefinidamente, ha dejado de ser válido como referencia y de provocar ilusión como proyecto. El dilema que deben afrontar los aún grandes partidos es regenerarse profundamente o pudrirse lentamente.

 

 

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