Pedro Sande García
Desde la Grecia clásica y desde la antigua Roma, donde el término patria significaba «ancestro, tribu, familia» y «padre, antepasado» el significado del patriotismo ha ido evolucionando hacia un concepto que no tiene nada que ver con su origen, no tanto en la acepción del término como en lo que en la actualidad representan los que enarbolan dicha expresión.
Definió el presidente francés Emmanuel Macron al patriotismo como «lo contrario al nacionalismo» y dijo que «el nacionalismo es su traición». Estoy de acuerdo con sus palabras aunque la realidad no tiene nada que ver con la afirmación del presidente galo. El patriotismo, en su origen, significaba «respeto y generosidad con el propio país» pero su evolución lo ha llevado a mimetizarse con el nacionalismo, el cual exige una lealtad incondicional y una adhesión exclusiva, lo que se aleja mucho de lo que significaba la patria para los antiguos griegos y romanos.
En España, al igual que ocurre en otras latitudes, el patriotismo y la patria también han sufrido una evolución similar, convirtiendo a los patriotas en idólatras que anteponen los símbolos y la veneración incondicional por encima de las personas. El patriotismo actual enarbola las mismas ideas que son bandera del nacionalismo, esa lealtad dogmática y un sectarismo inquebrantable que no permiten ningún atisbo de discrepancia y mucho menos de autocrítica. Nacionalismo y patriotismo están inmersos en un mismo supremacismo y, en muchos casos, una no disimulada falta de respeto hacia la diversidad. Los idólatras, patriotas y nacionalistas, ponen por encima de cualquier otra idea de respeto y convivencia la adoración y reverencia hacia su patria y sus símbolos considerando una traición cualquier desviación hacia ellos.
Estoy seguro que mis palabras levantarán ampollas en muchos nacionalistas y patriotas, será en aquellos que se sientan identificados con el significado de las mismas.
Mis palabras nada tienen que ver con aquellos patriotas que sienten que el eje fundamental del patriotismo es el respeto hacia la parte fundamental de la patria, sus ciudadanos.
España es un país de grandes contrastes y no se escapa de ello la forma de pensar que tienen sobre nuestro país dos importantes grupos de españoles. Por un lado están los idolapatriotas, perdonen ustedes y la RAE por este término que me acabo de inventar, y aquellos que piensan y afirman, sin ninguna tipo de argumento ni razón, que todo lo de fuera es mejor y expresan un permanente negativismo hacia nuestro país.
Fuera de estos dos grupos está la denominada mayoría silenciosa, en realidad nadie puede afirmar si es mayoría ya que el silencio no se puede medir ni contar.
A lo largo de mi vida he tenido la suerte, tanto por motivos profesionales como personales, de poder viajar a otros países así como de tener la enorme experiencia de vivir fuera de España. No sé si ha sido este contacto con otras culturas y otras costumbres lo que me ha convertido en un ciudadano que cada día que paso fuera de España me reconforto más con mí país. Nunca he pertenecido al grupo de nacionalistas y patriotas de los que les acabo de hablar, siempre he estado más cerca de ese grupo de personas muy autocrítico con mi país. Seguiré siendo crítico y autocrítico con muchos aspectos que acontecen en España, pero también, y me repito, me siento reconfortado con muchas cuestiones en las que no estamos a la cola del pelotón y si encabezando y liderando la clasificación. Tanto la defensa como la crítica hacia «lo español» intento hacerla con argumentos y con el conocimiento que me da la experiencia fuera de nuestras fronteras, pero nunca con la adoración y la ceguera que la idolatría inunda las mentes del radicalismo al que han llegado los nacionalistas y patriotas del siglo XXI.
No voy a extenderme en el detalle, sería motivo de varias crónicas, de muchos aspectos que consiguen que me reconforte con mi país. La educación, la sanidad, la limpieza, la accesibilidad a los servicios públicos, las infraestructuras, el sentido lúdico de la vida, la sociabilidad, la seguridad, nuestro patrimonio cultural e histórico son algunos ejemplos que puedo citar. Seguro que me he dejado en el tintero alguno más y también es seguro que en contraposición hay muchos aspectos que no hacen que me sienta orgulloso, también serían objeto de varias crónicas.
Un aspecto que he dejado fuera de la lista anterior y que muchos de ustedes pueden haberlo echado en falta es la alimentación y la cocina. Lo he hecho ya que quería dedicarle unas palabras aparte. Si este artículo lo leyeran muchos ciudadanos de otros países les parecería que este punto es algo anecdótico y esa es una de las razones por la
que somos imbatibles en estos dos aspectos, que en realidad es solo uno. En España comer no es una anécdota, tampoco lo es la alimentación. No comemos para alimentarnos, eso lo damos por descontado, el acto de comer va mucho más allá de la simple ingesta de alimentos y siempre ha sido una manifestación de nuestra forma de
entender y de sentir la pasión por la vida. Y esa es la razón por la que he añadido el término cocina, y no me refiero a la cocina de los lugares estrellados, me refiero a la cocina que se practica dentro de nuestras casas. En muchos lugares, fuera de España, el habitáculo de la cocina es un lugar que se utiliza para calentar los alimentos, allí no se
cocina ya que el acto de comer es una simple ingesta para que el cuerpo no se debilite.
En España ocurre todo lo contrario, usamos nuestras cocinas, no para guardar víveres o calentar alimentos, las usamos para esmerarnos como artesanos a la hora de preparar los alimentos con los que deleitar a nuestros cuerpos y a nuestras mentes. Si nos obligarán a practicar el acto de comer con el único objetivo de mantener nuestro cuerpo, afligiríamos nuestras mentes. Y esa es la razón que, unida a la diversidad cultural y a la variedad de viandas, hace que nuestra cocina sea imbatible. No se crean que me mueve una pasión irracional hacia nuestra cocina y que no sea capaz de disfrutar con la gastronomía de otros países, lo hago muy a menudo, solo he pretendido mostrar una realidad evidente.
Para terminar no me gustaría que el recuerdo de esta crónica se quedara en estas últimas palabras sobre la alimentación y la cocina, son solo un ejemplo de muchas otras cosas que he citado con las que podemos sentirnos orgullosos. Este orgullo no debe nublarnos la razón y hacernos pensar que somos superiores, caeríamos en la misma ceguera que los idolapatriotas.
Cuídense mucho.