Enrique Barrera Beitia
La autoestima de un país depende mucho de la valoración que recibe desde el exterior, y ver entrevistas en la prensa o videos en Youtube de extranjeros que visitan o viven en España, y hablan de sus experiencias y de cómo nos ven, es un excelente termómetro para que nosotros mismos sepamos cómo somos y como es el país en que vivimos.
En su casi totalidad son opiniones muy positivas. Comentan temas tan cotidianos como nuestra sociabilidad grupal (“se pasan el día saludándose”, dice un residente de EE.UU), o alaban nuestra gastronomía. En el caso de los sudamericanos valoran la seguridad en las calles, el respeto por los pasos de peatones, el trato correcto de la policía y los colegios. Las opiniones de los turistas estadounidenses son muy llamativas cuando tienen que usar nuestra sanidad, porque les sorprende que nuestras ambulancias les llevan sin que tengan que abonar el importe del viaje, porque los medicamentos son gratis o cuestan mucho menos que en su país, o porque el pago por la atención en el centro hospitalario que los ha atendido sea irrisorio para lo que esperaban pagar: “Algo están haciendo bien en este país” dice una turista en el video que edita en Youtube.
Lo que los turistas e inmigrantes nos dicen, no tiene nada que ver con la imagen que algunos españoles transmiten tanto en ámbitos políticos como en la barra de los bares. De hacerles caso estaríamos viviendo en un país sumido en el caos, donde nada funciona. Hay que reconocer que este discurso está calando entre la opinión pública, porque todas las encuestas indican una gran asimetría entre la situación económica de las familias, y la situación que estas perciben de España. Estos son a grandes rasgos las percepciones señaladas obtenidas de las encuestas publicadas este mes de mayo:
Cada vez escuchamos a más compatriotas, sobre todo jóvenes, decir que “aquí no hay democracia”. Sin embargo, España forma parte del grupo de veinticuatro estados con Democracia Plena en el Índice de Democracia elaborado por The Economist. De los restantes países, ciento cuarenta y seis puntúan como democracias imperfectas (entre ellas EE.UU), regímenes híbridos (como Rusia y Ucrania) y dictaduras.
En el Índice de Desarrollo Humano (IDH) elaborado por la ONU, España forma parte del grupo de países con nivel de vida muy alto (puesto veintisiete de sesenta y nueve). Por detrás tenemos cuarenta y nueve países con IDH alto, y cuarenta y uno y treinta y tres con nivel medio y bajo respectivamente.
Entre los españoles que proclaman a los cuatro vientos su patriotismo, abundan los que confían poco en su compatriotas. Con ocasión del reciente apagón, un político muy conocido y cuyo nombre no diré, pidió en su cuenta de X que el gobierno movilizara al ejército para mantener el orden público en las calles. No hay duda de que temía saqueos en las tiendas, y destrucción de propiedades. Sin embargo, todo transcurrió de manera tan modélica que la prensa extranjera lo ha resaltado como un ejemplo de civismo.
Este tipo de patriotismo es muy peculiar y se repite una y otra vez en la historia de España. Se ama a los ríos, montañas y tierras de España pero se desconfía de los españoles, a los que se considera volubles y muy fáciles de manipular, como si fueran niños. Algunos incluso consideran poco español el empeño de algunos habitantes de este país en hablar gallego, catalán o vasco, como si fueran lenguas extranjeras, aunque nada dijeron cuando en el festival de Eurovisión de 2016 nuestra representante cantó en inglés.
Digo esto porque escribo este artículo el mismo día en que se celebra la final de este festival tan politizado y contradictorio.