Esto somos los periodistas para los políticos: gentuza

Federico QuevedoFederico Quevedo-(El confidencial)

Me lo dijo en cierta ocasión, hace unos años, un importante político del Partido Popular, ahora retirado de la primera línea: “¿Sabes lo que sois los periodistas…? Gentuza, mala gente, que solo queréis escarbar en la vida de los demás para hacer daño”. Es verdad, no voy a generalizar, no todos los políticos tienen esa opinión tan peyorativa de los periodistas, pero sí que es general y universal la desconfianza que los políticos tienen hacia nuestra profesión, casi rayana en muchos casos con el desprecio. El fenómeno afecta a los políticos de todas las ideologías, pero ese desprecio hacia el periodista aumenta de manera directamente proporcional a la acumulación del poder por parte del político. Cuanto más poder tiene, menos consideración hacia la labor de los periodistas.

De hecho, cuando se produce la fase de mayor acercamiento o intimidad entre los periodistas y los políticos es cuando los segundos están en la oposición, pero esa supuesta complicidad no es más que una tapadera de las verdaderas intenciones del político, que no son otras que las de aprovecharse del periodista para sus fines o intereses. Una vez conseguido lo que el político ansiaba, es decir, el poder, el periodista pasa de ser alguien a utilizar, a convertirse en alguien a manipular. Como excepción, algunos periodistas acaban trabajando a las órdenes de los políticos pero tampoco en ese caso mejora la opinión de los segundos respecto de los primeros, ya que simplemente los utilizan para entretener a la canallesca porque ellos, los políticos, están muy por encima y los periodistas son un estorbo para su trabajo.

Algo sé de eso, porque he estado en el otro lado y lo he vivido muy, pero que muy de cerca. Los periodistas caemos siempre en la misma trampa, la de creer que nuestro trabajo va a servir para algo, que nos harán caso, que escucharán nuestras recomendaciones. Pero al final los políticos hacen de su capa un sayo porque en el fondo no consideran nuestro trabajo y opinan que cuando trabajamos para ellos seguimos siendo lo mismo que éramos cuando lo hacíamos en un medio de comunicación: gentuza. Y se que a algunos de mis compañeros que antes o después han trabajado o trabajan de ese otro lado no les va a gustar esto que escribo, pero en el fondo saben que es así.

Me consta, por ejemplo, que desde que estallara el llamado caso Bárcenas han sido unas cuantas las voces de periodistas dentro del Partido Popular que han hecho recomendaciones muy sensatas sobre los pasos que se debían dar, sobre como afrontar la crisis política que vive el partido, y sin embargo no se les ha hecho ningún caso. El otro día, sin ir más lejos, el PP vivió uno de sus momentos más esperpénticos y si no llega a ser porque el juez Castro intervino imputando a la Infanta Cristina, al día siguiente la foto de la mayoría de las portadas de los periódicos hubiese sido la de un numeroso grupo de periodistas contemplando la imagen estática de Rajoy en una pantalla de plasma

Es cierto que esa misma imagen se ha producido otras veces, pero no en las mismas circunstancias, como tampoco se había producido el hecho de que durante tanto tiempo seguido nadie del PP compareciera ante los medios de comunicación. Y yo he sido el primero en criticar la actitud de algunos medios, principalmente porque creo que el deber de un periodista es vigilar al poder, no intentar usurparlo, y en este país algunos han pretendido y siguen pretendiendo lo segundo y eso se demuestra cuando desde los propios medios se orquestan campañas directas de acoso político contra determinados dirigentes o partidos.

Eso, probablemente, ha contribuido en gran medida a incrementar la desconfianza de los políticos hacia la prensa, pero en una democracia el papel de la prensa es trascendental, independientemente de la opinión que a los políticos les pueda suscitar tal o cual medio o tal o cual periodista. Hace un tiempo un grupo importante de periodistas pusimos en marcha una iniciativa que bautizamos con el hastag tuitero de #sinpreguntasnohaycobertura pero, aunque la opinión pública crea lo contrario, esta es la profesión menos corporativista de todas las que conozco, y al final siempre han primado más los intereses empresariales que la verdadera defensa del derecho a la información y esa iniciativa murió a manos de quienes más tenían que haberla apoyado: los directores de los medios.

Si los periodistas no nos hacemos respetar, difícilmente nos van a respetar, y corremos el riesgo de que se impongan tesis como la del presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, cuando dice que hay que poner límites a lo que aparece en los periódicos, en referencia a las fotos de Alberto Núñez Feijóo publicadas por El País. Yo he criticado la publicación de esa fotos porque entiendo que forman parte de esa actitud partidista que tanto rechazo, y no de un verdadero interés informativo y esclarecedor de la verdad, pero defiendo el derecho del periódico a publicarlas y los límites ya los establece el Código Penal.

Supongo que muchos de mis compañeros podrán hablar por mi de las numerosas veces que han recibido coacciones por sus informaciones e incluso por sus opiniones… Yo he visto incluso entregar argumentarios en algunas tertulias televisivas para que los periodistas dijeran lo que el poder de turno consideraba apropiado, y no lo que libremente opinara cada uno de ellos. Y casi todos los días se dan casos de amenazas en plan “quita eso que has escrito o envío un desmentido a tu periódico”, aún sabiendo que lo escrito es verdad.

Y se da en todas las orillas del arco parlamentario, en mayor medida cuanto más poder tiene el partido político de turno. Esta es una profesión difícil, cada día más infravalorada y que cada vez suma más profesionales en el paro para gozo del poder y desgracia del derecho a la información. Entre las presiones de las empresas y las presiones del poder, el periodista se convierte cada vez más en un mero ingrediente del sándwich, un ingrediente apestoso para ellos, pero absolutamente necesario para garantizar un sistema democrático limpio y transparente.

 

 

 

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