Elogio a la polisemia

Amando de MiguelAmando de Miguel

Algunas personas simples se quejan de que las palabras tengan varios significados, lo que supone una posible confusión en el proceso comunicativo. La queja me parece infundada. Lejos de eso, la polisemia es una facultad estupenda para poder expresar todos los resortes del ánimo con el mínimo gasto. Si cada palabra tuviera un solo significado necesitaríamos millones de ellas para poder hablar o escribir. No solo eso. La identidad de cada palabra con un solo significado haría muy difícil la ironía, el humor, la gracia de la conversación y de los textos literarios. Así pues, bienvenida sea la posible confusión si nos permite más libertad y autenticidad. La polisemia obedece también a que la lengua no se ha hecho de una vez; es una estructura en forma de estratos, según vayan siendo las aportaciones de uno u otro origen.

Hay muchos ejemplos en los que asoma la confusión. La voz versátil significa dos cosas casi contrarias: a) caprichoso, inconstante; b) ágil de mente, adaptable. La primera es más castiza. La segunda es una importación del inglés. Otro ejemplo: deleznable. El primer significado es que se disgrega fácilmente, aplicado a una materia física. El segundo es tanto como vituperable, despreciable. El azúcar puede ser deleznable en los dos sentidos para un diabético.

José Cuevas aporta un asturianismo muy curioso: fañagüetu. Su primer significado es coño (parte externa del aparato genital femenino). Pero también puede indicar una persona sin formalidad ni sentido, un niño mal vestido y hasta la mazorca destinada a la comida del ganado. No se entiende muy bien por qué algo tan valioso y apetecible asimila los otros dos sentidos despreciativos. En Chile la palabra coño es una especie de gentilicio festivo para nombrar a los españoles. La razón es que en ellos la exclamación «¡coño!» es casi un signo de identidad de los españoles. Pero la polisemia no ha hecho más que empezar, sobre todo si tenemos en cuenta los derivados: coñazo, coñón, coña, coñi y algunos más. No parece que tengan mucha relación con el aparato genital femenino. Van a tener razón los chilenos. Los españoles podemos expresar muchos estados de ánimo con la dichosa palabra. En la mayor parte de los casos ha perdido la referencia a la sexualidad. El equivalente masculino carajo no tiene tanta utilidad expresiva, aunque admita algunos ñoñismos como caramba, cáspita, caray, caracoles, entre otros. Son también exclamaciones de asombro, curiosidad o enfado, que equivalen a las de la interjección ¡coño!

La utilización de palabras en principio soeces se hace para llamar la atención, para dar al lenguaje una intención de firmeza. En la antigua Grecia se utilizaba el juramento con esa misma intención. En nuestro pasado se trataba de palabras reservadas a los adultos varones y en circunstancias de cierta familiaridad. Las mujeres y los niños o mozalbetes podían acudir a los ñoñismos equivalentes. Hoy se ha erosionado mucho ese tabú. Realmente ya no quedan palabras prohibidas. No sé si será una ventaja o un inconveniente para la comunicación y las relaciones personales. Lo que sí sé es que el repertorio de palabrotas en castellano es mucho más variado que en inglés. Es algo que se nota perfectamente en las películas con subtítulos.

 

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