Pedro Sande García
Al día siguiente del jueves de la Ascensión, festivo en Francia, me encontraba caminando por el parque de la Orangerie cuando me tropecé con dos papeleras que rebosaban la basura de la que pensé había sido la fiesta de la noche anterior. Pero no solo las papeleras estaban inundadas de los restos del festejo, todo el suelo a su alrededor estaba cubierto de la misma inmundicia, botellas, envases de plástico y restos de comida. En aquel momento podría haber pensado lo sucios, creo que el término más adecuado sería guarros, que son los franceses o los estrasburgueses. No fue eso lo que se me vino a la cabeza, la materia gris de mi cerebro empezó a cavilar en lo sucio, guarro y maleducado que es el ser humano. Por supuesto no me estoy refiriendo a los lectores ni al que escribe esto, los sucios al igual que los malos siempre son otros. Por el contrario, los limpiños, término que se utiliza en mi pueblo tanto para calificar como para descalificar, y los buenos somos nosotros, los lectores y el que escribe esto.
Lo de conceder el atributo de sucios, guarros y maleducados a los seres humanos lo he constado en mis paseos por otros lugares fuera de las fronteras galas. Pero no solo estos paseos alimentan mi forma de pensar sobre lo marrano de la naturaleza humana, hay innumerables ejemplos que nos muestran los medios de comunicación demasiado a
menudo. ¿Han visto como queda un vestuario después de una celebración deportiva?
Creo que el griterío, el alboroto y la alegría no obligan a dejar el lugar de una celebración como un estercolero. Hay otro ejemplo que me entristece mucho debido a que ocurre en mi tierra y del que son sujetos activos una generación que desde luego no está aquí para mejorar nada de lo malo que les hemos dejado sus antepasados. Que no se ofendan mis paisanos y tampoco las nuevas generaciones, es un comportamiento que se produce en todos los lugares y no es exclusivo de ninguna generación. Ocurre en una famosa playa, permítanme que por razones de seguridad personal no cite su nombre, que muestra sus cicatrices en la mañana posterior a la celebración de las hogueras de San Juan. En este momento lo fácil sería recurrir al caballo de Atila. No lo haré. Las imágenes que veo, año tras año, muestran un arenal arrasado por miles de energúmenos que han ido a celebrar el solsticio de verano.
El ser sucio o limpio, el ser malvado o bondadoso, el ser inteligente o torpe, me serviría cualquier calificativo bondadoso que califique al ser humano y su antónimo. Todos estos atributos no son exclusivos de una nacionalidad, ni de una raza, tampoco de una religión ni de un sexo o tendencia sexual, tampoco tienen la exclusiva los bajos, los altos, ni los rubios, ni los morenos, ni los rojos, ni los azules. Y tampoco son exclusivas, esto es lo que produce mi falta de esperanza en el futuro del ser humano, de una determinada generación. Son características que se transmiten a lo largo de la historia a todos los seres humanos.
Si le mostráramos, a los algo más de ocho mil millones de personas que habitamos el planeta tierra, las fotos de los ejemplos que les acabo de citar, el comentario, creo que unánime, sería decir lo guarra que es la gente, por supuesto excluyéndose de ese grupo.
El ser humano tiene la tendencia de atribuir la exclusividad de la maldad y lo perverso a los otros. A lo largo de la historia hay ejemplos donde esta superioridad se ha convertido en supremacismo, creencia que en muchos casos ha llevado a los supremacistas a pensar que tienen el derecho de aniquilar a los que no son como ellos o a minorar sus
derechos. Qué barbaridad pensar que hay seres humanos que pretendan aniquilar a otros por tirar la basura fuera de su sitio. En realidad las diferencias que se utilizan para creerse superior son cortinas de humo para ocultar otras realidades. ¿Alguien se cree que la expulsión de los judíos de España o la aniquilación de los indígenas de Norteamérica fue porque unos eran judíos y los otros unos salvajes? Los dictadores siempre utilizan como disculpa la necesidad de aniquilar a los traidores a la patria para silenciar a los que no piensan como ellos. En la actualidad estamos viendo cómo se está aniquilando a una población y a un país entero con la disculpa de la crueldad del terrorismo. En España lo hemos sufrido y no hemos cometido semejante barbaridad.
Desde que era pequeño y recreaba en el suelo de la cocina de mi casa las grandes batallas de indios y vaqueros, dejé de creer que la bondad y la maldad eran una característica exclusiva de determinados grupos humanos. Es la historia la que me demuestra que es una creencia acertada.
Coincidió el final de la redacción de este artículo con la lectura de una serie de relatos de Robert Louis Stevenson, entre ellos El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde donde la magnífica prosa de Stevenson nos cuenta una historia de terror nunca superada, ni igualada, por las múltiples versiones cinematográficas que se han realizado.
La historia se desarrolla alrededor de la capacidad que tiene una misma persona de conjugar su lado más humano y el más maléfico. En el caso de Jekyll y Hyde esa capacidad se produce mediante un proceso químico, en la vida real es la naturaleza y las circunstancias las que esculpen esas dos caras del ser humano. Les recomiendo que lean este relato de Stevenson, tanto por la sorprendente historia como por la magistral forma que el autor tiene de contarla.
Imagínense que los supremacistas acabaran triunfando, tampoco hay mucho que imaginar dada las tendencias actuales en las que se mueve el mundo en el que vivimos.
Imaginemos que algunos países se conviertan en islas habitadas solo por aquellos que los supremacistas hubieran determinado como los auténticos y superiores. Todos los habitantes de dichos feudos serían los leales, los bondadosos, los limpios, los inteligentes y los puros de raza y corazón. Estoy seguro que mi creencia sobre los buenos y los malos se cumpliría y volverían a aparecer las papeleras y los suelos rebosantes de basura. En esta ocasión ya no se podría echar la culpa a los otros y todos empezarían a desconfiar entre sí. ¿Que ocurriría? En esa historia yo no estaré, desde el principio me habría quedado con los de fuera, con los malos.
Cuídense mucho.