José Manuel Otero Lastres
Todos tenemos la facultad de pensar, de concebir ideas, de proponer opiniones, y tenemos medios para darlas a conocer al público, sea mediante la palabra, sea a través de cualquier otro medio de reproducción que permita captarlas. En el ámbito de trasladar lo pensado, lo ideado y lo opinadado, nuestra mente actúa como deseamos, sea convirtiendo lo concebido como algo verdadero, sea presentándolo como fruto de la ficción.
Entre la manifestación de lo pensado y la llegada de ello al público destinatario no hay que sujetarse a la verdad. Hay libertad de pensar y solo se exige bien que se piense con libertad.
Otra cosa es que lo ideado se quiera convertir en “comunicación” ya sea para manifestarla, ya sea para recibirla. El artículo 20.d) de nuestra Constitución dispone que tenemos derecho a manifestar la comunicación siempre que sea veraz.
No hay inconveniente en la formación de los pensamientos y opiniones, pero si pasan a los destinatarios tienen que ser veraces. Es decir, tienen que emitirse usan o profesan siempre la verdad. Lo cual significa que al trasladar lo concebido en el pensamiento para que se convierta en opinión comunicada hay que ser sincero, franco, auténtico, fiel, honesto, honrado, noble, claro, limpio, fidedigno, justo, verídico, y verdadero.
Sería exagerado decir que estamos en una fase en la que se confunde la verdad con la mentira. Pero hay algunos elementos que nos permiten saber si lo manifestado por el líder es concebido igualmente por sus seguidores. Por ejemplo, cuando se concedieron a los independentistas catalanes los indultos que solicitaron en las primeras elecciones en las que tenían de dar su apoyo para que el candidato fuese elegido por el Congreso, todos los que se vieron implicados en justificar el indulto agregaban: lo que no es constitucional es dar la amnistía. El indulto es legal, la amnistía no. Y lo decían todos ellos.
Lo que sucedió fue que hubo unas segundas elecciones generales en las que se pudo volver a formar la mayoría aritmética y en estas lo que pedían los independentistas catalanes era la amnistía y dijeron por primera vez que la amnistía era constitucional.Ahora por conservar el poder pasaba a ser constitucional lo que antes decían todos que no lo era.
Los que persiguen que siga en el poder el que está se entiende que cambien tan sensiblemente de “verdad”: convirtiendo lo que no era constitucional dándole una “nueva” veracidad.
Jorge Vilches ha escrito en The Objetive que la negación de la realidad y la mentira se han normalizado en el discurso del poder ejecutivo. Y añade que “les sale de forma natural, sin pensar. Es automático. No importa la cuestión que sea. Si antes era necesario que hubiera presupuestos generales del Estado porque lo indica la Constitución, ahora afirman que se puede vivir sin ellos”. Y hacen así con todo.
Añade Vilches que ese cinismo, que se manifiesta como una clara desvergüenza en el mentir y en la defensa de ideas y prácticas vituperables, es lo que vemos todos los días. Sus palabras son ironías, insultos, sarcasmos y evasión de responsabilidades. Quieren -finaliza- que la sensación de que la ley y su cumplimiento, la ética y la honestidad, son ajenos propios de políticos que, claro, son fracasados. Y estos no son ellos.
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