Raíces profundas: El valor de las personas mayores en la familia y la sociedad-(José C. Enríquez Díaz)

José Carlos Enríquez Díaz

Hoy, 1 de octubre, celebramos el Día Internacional de las Personas Mayores, una fecha que nos invita a reconocer y valorar la importancia fundamental de quienes sostienen con su experiencia, afecto y sabiduría el tejido familiar y social.

He tenido la fortuna de vivir la experiencia de cuatro generaciones, y recuerdo con especial cariño a mi bisabuelo Ricardo. Aunque él se definía como agnóstico, era una persona entrañable que encontraba a Dios en la naturaleza. Su vida sencilla y cercana reflejaba esa presencia profunda que muchas veces no se expresa con palabras, sino con el respeto y la contemplación del mundo que nos rodea. Llevaba a Dios dentro, y ese testimonio silencioso es la esencia de muchos mayores que han vivido una fe callada pero auténtica.

La familia es el primer espacio donde se aprende a vivir en comunidad, donde se transmiten valores, tradiciones y afecto. Es en la familia donde los mayores juegan un papel insustituible, siendo guía y sostén para los más jóvenes, incluso cuando estos se desvían o pierden el rumbo. El amor paciente y la experiencia acumulada pueden ser la luz que devuelve a muchos al camino auténtico de vida.

En nuestra sociedad, a veces se olvida este valor y se tiende a dar la espalda o relegar a las personas mayores. Pero debemos recordar que no son una carga ni piezas desgastadas, sino raíces profundas que alimentan la continuidad y la esperanza. 

Son portadores de experiencias únicas, testigos de tiempos difíciles y fuentes de sabiduría y fortaleza.

Las razones de ser de hoy para las personas mayores son múltiples:

Ser transmisores de memoria y valores,
Aportar serenidad y equilibrio,
Ser puente entre generaciones,
Mantener viva la esperanza a través de la fe, del cariño y del ejemplo.

La Biblia nos enseña a honrar a los mayores, porque ellos son signo de respeto no solo a la vida sino también a Dios. “Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano”, dice el libro del Levítico, recordándonos la dignidad perpetua que poseen. Ejemplos como Moisés, toda una vida dedicada al servicio; o Simeón y Ana, que en la vejez esperaron el cumplimiento de la promesa, nos muestran la fuerza que reside en los años vividos con esperanza y fe.

El respeto y el amor hacia los mayores se traduce en atención diaria, en verlos con ojos de gratitud, en escucharlos sin prisas y en reconocer con humildad la herencia que nos regalamos mutuamente. La familia, sociedad e iglesia deben ser espacios donde este respeto se traduzca en presencia activa, cariño y reconocimiento constante.

Quisiera recordar también el testimonio que escuché de un armenio refugiado político en Ferrol, quien me comentaba que en Armenia no conocían las residencias de ancianos como aquí; un país marcado por catástrofes y guerras, donde la atención a los mayores se ha manejado siempre en el círculo familiar y comunitario, por pura necesidad y cultura. Allí, los mayores son cuidados por generaciones que los rodean con amor, reflejando una realidad donde la familia es pilar absoluto. Este ejemplo nos invita a reflexionar sobre el verdadero significado del cuidado y respeto a los mayores, lejos de la industrialización o mercantilización del cuidado.

Al celebrar este 1 de octubre, reafirmemos nuestro compromiso con los mayores, no solo con palabras sino con hechos concretos, para que vivan con dignidad, sentido y alegría, contagiándonos a todos el valor de la vida en plenitud, en toda su etapa y profundidad.

Porque envejecer es como escalar una montaña: mientras se sube, las fuerzas disminuyen, pero la mirada se hace más libre y serena. La vejez es el tiempo en que la vida, más allá del cuerpo, revela su sentido profundo. Que esa experiencia nos inspire a cuidar, respetar y amar a quienes han construido el camino que hoy seguimos. Nunca olvidemos: la grandeza de una sociedad se mide por el respeto y la justicia que ofrece a sus mayores, los guardianes de nuestra historia y la esperanza de nuestro futuro.

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