Naciones Unidas ante el Día Internacional de las Personas de Edad de 2025, que se celebra este miércoles, día 1 de octubre, bajo el lema «Las personas de edad impulsan la acción local y mundial: nuestras aspiraciones, nuestro bienestar y nuestros derechos», destaca el papel transformador que desempeñan las personas mayores en la construcción de sociedades resilientes y equitativas. Lejos de ser beneficiarios pasivos, son impulsoras del progreso y aportan sus conocimientos y experiencia en ámbitos como la equidad en la salud, el bienestar económico, la resiliencia de las comunidades y la defensa de los derechos humanos.
A nuestros mayores no se les puede tratar como “viejos” ( «vieja es la ropa») ni relegarlos al olvido. Son raíces vivas y tesoros de sabiduría en cada familia y sociedad. El ritmo acelerado y utilitario del mundo actual corre el riesgo de ignorarles, de olvidar que siguen siendo presencia fértil, fuente de consuelo, consejo y memoria. Pero ellos merecen atención, compañía y un lugar protagonista en la vida que todos construimos cada día.
La Biblia es clara y exigente en este sentido: “Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor” (Levítico 19:32). Este mandato revela la dignidad que implica el respeto y el cuidado hacia quienes han recorrido más camino, y lo vincula directamente con el amor a Dios mismo. No es solo cuestión de compasión o cortesía, sino de justicia y de fe. En el ejemplo de Jesús, cuando desde la cruz encomienda el cuidado de su madre al joven Juan , entendemos también que honrar, acompañar y proteger a los mayores es mandato evangélico.
Atenderles no es solo velar por su salud o suplir necesidades materiales; es mucho más profundo. Es escuchar sus relatos, aprender de sus experiencias, pedir su bendición y consejo, y situarles en el corazón de cada decisión familiar y comunitaria. Es integrarlos en la vida parroquial, vecinal y social, convertir sus historias y sus manos en pedagogía viva para las nuevas generaciones.
No debemos ver la edad como sinónimo de limitación o resignación. Hay mayores que nunca dejan de soñar, de estudiar, de servir. En ellos florecen dones que a menudo la juventud no ha podido todavía desplegar: paciencia, templanza, esperanza. Ser mayor es también una etapa de fecundidad humana y espiritual, no de retirada.
La atención que los mayores merecen es un reflejo de quienes somos y de la sociedad que queremos construir. Los Evangelios, al igual que el Antiguo Testamento, colocan a los ancianos en el centro de la comunidad: sus canas son corona de gloria; su vida, un regalo para todos. Si aprendemos a escucharlos y a agradecerles, cosecharemos sociedades más sólidas y entrañables.
Hacer visible su valor, reclamar su derecho a la inclusión plena y a ser protagonistas, no solo nos humaniza: nos enriquece y nos prepara a todos para un futuro en el que, antes o después, seremos nosotros los que pidamos comprensión, respeto y ternura. Los mayores no son el ayer. Son fuerza y esperanza aquí y ahora.
En este Día Internacional recordamos la frase de Stanislaw Jerzy Lec, escritor y poeta, «La juventud es un regalo de la naturaleza, pero la edad es una obra de arte».