Valdoviño y mi querida Frouxeira- (Pedro Sande García)

Pedro Sande García

En el año 1959 Charles de Gaulle fue nombrado presidente de la Quinta República de Francia, la URSS realizó el primer lanzamiento de un artefacto a la luna, se consolidó el triunfo de la Revolución Cubana, el papa Juan XXIII anunció la creación del Concilio Vaticano II, salió a la venta la muñeca Barbie, Hawái se convirtió en el estado número cincuenta de los Estados Unidos de América, las primeras imágenes de Asterix el Galo se publicaron en la revista francesa Pilote y se fundó la Motown en Detroit. En junio de ese mismo año, Francia y el Reino Unido comenzaron a trabajar de manera conjunta en el desarrollo del Concorde. En Cuba el régimen de Fidel Castro se iba asentando con la aprobación de la reforma agraria a la vez que iba aumentando su enfrentamiento con Estados Unidos. El régimen franquista aprobaba el Plan de Estabilización Económica elaborado por los tecnócratas del Opus Dei, Nikita Jrushchov viajó a EEUU en plena guerra fría y en el mundo sonaban Elvis Presley, Paul Anka y Ray Charles. En España las notas musicales las ponían el Trío los Panchos, Antonio Machín, Lucho Gatica y Manolo
Caracol.

Unas semanas después del 29 de junio de aquel año, día de San Pedro y San Pablo, fecha que coincide con mi onomástica, mis padres me llevaron por primera vez a Valdoviño. Alejado de todo lo que ocurría a mi alrededor y solo preocupado porque me mantuvieran bien alimentado y aseado, mis sentidos se estimularon cuando oí por primera vez el murmullo del Océano Atlántico mientras extendía sus aguas sobre las arenas de mí querida Frouxeira. Aquel día me impregne con la fragancia del yodo y salitre y en mi retina se grabó el brillo lejano de la espuma blanca. Fue en aquel momento cuando dejé de ser de un solo lugar y Valdoviño se convirtió en ese sitio mágico del que siempre me voy y al que siempre regreso.

Desde aquellos tiempos lejanos, confirmando la paradoja expuesta por Giuseppe Tomasi di Lampedusa, parece que no ha cambiado nada y ha cambiado todo. Ya no están los que estaban y están los que no estaban. Los cuerpos han envejecido, es lo único que envejece, la naturaleza y nuestro entorno, aunque siempre en plena evolución siguen
siendo los mismos, solo muestran las heridas causadas por los seres inteligentes. Lo único inalterable es el murmullo y el aroma de la Frouxeira, y el cambiante humor de su oleaje.

Las raíces que en aquellos primeros días me unieron a esta tierra me siguen acompañando haya donde vaya. Cuando voy al desván de mi memoria una placida sonrisa emerge y mis recuerdos se convierten en sonidos, imágenes y fragancias. El aroma de la leche recién ordeñada, el chirrido de las ruedas de los carros de vacas, el olor a estiércol, la hierba recién segada, las señoras llevando enormes tinajas sobre sus cabezas dirigiéndose al lavadero, el polvo blanco que cubría las ropas del molinero, la rama del manzano con mis iniciales, la madera que nos regalaba el carrizo para convertirla en los Winchester con los que perseguíamos a los malos, el trote a lomos de
nuestros caballos imaginarios por los pinares de Tenreiro, la casa del molinero, los días de malla en la Puerta del Sol, la lambretta de mi padre, las moras con las que hacíamos mermelada, el amigo al que se le saltaban los mocos cuando se reía, las noches en busca de luciérnagas, las manzanas robadas, mi primera caña de pescar, las incursiones prohibidas al lago y a la isla de los piratas, los ladridos de los perros del señor Maroto, los veranos en la caseta de salvamento, las noches de queimada  en la playa, los partidos de fútbol sobre la arena de la Frouxeira, la aventura de nadar hasta la playa de los curas o dando vueltas alrededor de la Percebelleira, los paravientos de colores sobre la arena de la Frouxeira, el aprendizaje en el arte del Mus, los pies sucios por llevar aquellas horribles
sandalias, los abrazos y las sonrisas de tantos y tantos que me han acompañado a lo largo de estos 66 años, el pan y las empanadas, las bollas, los mejillones arrancados a las rocas, la emoción de ir a Cedeira por aquella loca carretera, las mismas raíces que ha heredado mi hija, mi primera Vespino, la Vespa que compré con mis ahorros y que me acompañó a todas partes, las partidas de tenis, el ir a sachar las patatas o acompañar a las roxias y a las marelas mientras pastaban la hierba, subir a la Percebelleira, las churrascadas en el campo, el licor de guindas, el peregrinaje a las fiestas patronales, el pan en las artesas, los hornos de leña, el baño desnudo en la noche de la Frouxeira, las rodajas de pan untadas con la nata que se posaba en la leche recién hervida, el primer Buck, las sardinas, las mañanas tumbados en la playa, el señor que me enseño a cortar la leña con el hacha, el fumar a escondidas en los pinares, el eterno murmullo de las olas del Atlántico, aquellos pioneros que tachados de locos caminaban toda la Frouxeira, las pozas de la playa pequeña, la playa de los curas, el barco das fabas, los días en el pinar de la Princesa. Percebes, percebes y más percebes en tarteras rojas, las siestas en coy debajo de los pinos, el vino y tantas cosas a granel, el surfear con el cuerpo, los baños de las catalinas con las mareas vivas, las casetas de colores en la playa, el achtung, atchung por los altavoces de la caseta de salvamento, las robalizas que pescaba mi padre, las pandillas y el corretear por los caminos sin rumbo fijo…

Me crie y crecí. Maduré y envejeceré. Pasado, presente y futuro de disfrutar, amar, reír, llorar, jugar, saltar, descansar, gritar y por supuesto vivir. Porque soy de aquí, a donde siempre regresaré y de donde siempre me iré. Valdoviño y mi querida Frouxeira.

Cuídense mucho.

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