La ruta fantasma del noroeste- (José C. Enríquez Díaz)

José Carlos Enríquez Díaz

La imagen lo dice todo. Una estación vacía. Un banco solitario. Vías que no llevan a ninguna parte. La estación de ferrocarril de Ferrol, construida como símbolo de conexión, progreso y futuro, se ha convertido en una postal silenciosa de abandono. Y el trayecto Ferrol-Oviedo, que debería ser un eje vital para vertebrar el norte de Galicia y Asturias, es hoy una de las rutas más castigadas del país.

No es una exageración. Viajar en tren entre Ferrol y Oviedo es una experiencia que roza lo absurdo. Vagones antiguos, sin comodidades básicas. Tiempos de trayecto impropios del siglo XXI. Paradas eternas. Infraestructuras que parecen más pensadas para resistir el paso del tiempo que para facilitar el transporte. Lo que debería ser una vía de desarrollo, de turismo, de cultura y de unión entre comarcas, se ha transformado en una herida abierta sobre el mapa ferroviario nacional.

El tren entre Ferrol y Oviedo tarda en recorrer poco más de 300 kilómetros lo mismo —o más— que un vuelo transatlántico a Nueva York. Hay trayectos que superan las 7 u 8 horas, con retrasos frecuentes y cambios de trenes que desconciertan incluso a los viajeros más pacientes. La experiencia del pasajero no es solo lenta: es frustrante, anticuada y, en muchos casos, innecesariamente dura.

El material rodante, muchas veces envejecido y ruidoso, transmite la sensación de estar montado en una reliquia. Los asientos son incómodos. La climatización, deficiente. El mantenimiento, mínimo. Y, mientras tanto, las estaciones intermedias —vacías, desvencijadas— se suceden como testigos mudos de una historia que parece olvidada por los responsables del transporte ferroviario.

Este deterioro no es solo una cuestión de transporte: es una metáfora del abandono institucional que sufre buena parte del noroeste peninsular. La decadencia del tren entre Ferrol y Oviedo condena a los habitantes de estas zonas a la dependencia del coche particular, a la emigración forzosa, a la desconexión territorial. Los jóvenes se van. Los mayores se resignan. Los turistas no llegan.

Las consecuencias económicas son evidentes. Menor acceso implica menos oportunidades. Menos comunicación significa menos vida. Los pueblos y ciudades a lo largo de esta línea pierden dinamismo, pierden gente, pierden futuro. Mientras se habla de transición ecológica y se promueve el tren como alternativa sostenible, esta ruta se oxida sin que nadie asuma responsabilidades.

Desde un punto de vista económico, el abandono de esta línea ferroviaria se traduce en un obstáculo real para el desarrollo de la región. Las empresas de transporte, turismo o comercio que dependen de una conectividad eficiente se ven obligadas a recurrir a alternativas menos sostenibles, como el uso del automóvil. Esto no solo incrementa el tráfico y la contaminación, sino que también reduce la competitividad de la región en un mercado global donde la conectividad es crucial para atraer inversiones, turistas y nuevos proyectos empresariales. Las industrias locales, las pequeñas y medianas empresas, ven cómo su acceso a mercados clave se ve restringido por una infraestructura obsoleta e incapaz de satisfacer las necesidades del siglo XXI.

Socialmente, la falta de una conexión ferroviaria adecuada también tiene efectos devastadores. La desconexión de Ferrol y Oviedo —y de los pequeños municipios que se encuentran a lo largo de la ruta— con el resto de Galicia y Asturias implica que las personas que viven en estas zonas se ven cada vez más aisladas. Los residentes de estas localidades no solo enfrentan un acceso limitado a servicios, sino que también ven reducidas sus oportunidades de educación, trabajo y ocio. El envejecimiento de la población se agudiza cuando los jóvenes se ven obligados a emigrar debido a la falta de oportunidades laborales y educativas.

Este fenómeno, ya de por sí preocupante, se ve exacerbado por el mal estado de los transportes públicos, que impiden la movilidad de los más mayores, que dependen del tren como medio esencial para sus desplazamientos. La calidad de vida en estas regiones se ve recortada, y el futuro parece condenado a ser cada vez más sombrío.

Y no podemos olvidar el impacto turístico. La ruta entre Ferrol y Oviedo, que atraviesa paisajes impresionantes de la costa gallega y el interior asturiano, tiene un potencial turístico incalculable. Sin embargo, el deficiente servicio ferroviario hace que sea prácticamente imposible para los turistas disfrutar de esta experiencia de forma cómoda y eficiente. La falta de un tren moderno y puntual limita la llegada de visitantes a regiones con una rica oferta natural y cultural. Los caminos que podrían ser recorridos en tren se ven relegados a los vehículos privados o, en el mejor de los casos, a unas conexiones limitadas y poco atractivas.

A nivel regional, el turismo podría convertirse en un motor económico de primera magnitud si existiera una infraestructura ferroviaria acorde a las necesidades del siglo XXI. Sin embargo, mientras las estaciones sigan vacías y los trenes continúen siendo reliquias, las posibilidades de desarrollo turístico seguirán estando condenadas al fracaso.

Lo más doloroso no es el estado del tren. Es el silencio. El silencio de las instituciones, que apenas mencionan esta línea en sus discursos. El silencio de los medios nacionales, que rara vez enfocan su mirada en esta franja norte. El silencio de las promesas incumplidas, que cada legislatura recuperan la palabra “mejora” sin que nada cambie.

Ferrol, con su historia naval y obrera, y Oviedo, con su peso político y cultural, merecen una conexión digna. Y, sobre todo, la merece la gente intermedia: la que vive en pequeñas estaciones, en zonas rurales, en comarcas que no salen en los mapas turísticos. Merecen un tren que funcione. Un tren que les mire a los ojos.

Esta fotografía de la estación vacía no debería ser una anécdota. Es un grito. Un recordatorio. Una denuncia visual del deterioro sistemático de uno de los tramos ferroviarios más olvidados del país. Y es hora de que deje de serlo.

Porque un país que da la espalda a sus trenes, da la espalda a su gente. La desconexión de las regiones olvidadas no solo empobrece el presente; roba las posibilidades del futuro.

 

 

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