Enrique Barrera Beitia
Es indiscutible la crisis que atraviesa la Iglesia católica en la asistencia a los oficios religiosos, y también su falta de respuesta. A la espera de lo que diga el actual Papa, da la impresión que está a la espera de un milagro que solucione el problema sin necesidad de hacer cambios.
En diciembre de 2021, el Consejo General Ampliado de las Carmelitas de la Caridad de Vedruna hizo pública la opinión de sus religiosas, que no debería ser muy distinta de la que puedan emitir otras congregaciones de monjas. Consideraban que la iglesia era muy machista y puntuaron esta característica con 8 puntos sobre 10. Además, el 75% creía que la arraigada ideología patriarcal distorsionaba el mensaje evangélico y alejaba a muchas personas. En el lado contrario, un 10% consideraba que la división de roles aporta estabilidad doctrinal. Más del 40% de estas religiosas afirmaron haber sufrido actitudes serias de discriminación machista, sobre todo de los párrocos que buscaban exclusivamente unas ayudas o aportaciones desde el servilismo, tratándolas como si fueran menores de edad.
En el avance a una mayor igualdad, la encuesta denotó un relativo equilibrio entre abrir el sacerdocio a la mujer, una mayor presencia de mujeres en puestos de responsabilidad institucional, y que el sacerdote no tenga por qué ser el jefe de la parroquia. El 54.5% de estas religiosas consideraba satisfactorios los avances en materia de igualdad durante el pontificado del papa Francisco, frente al 13,2% que los veía insuficientes. Es obvio que el difunto Papa intentó reconectar con el Concilio Vaticano II para que la Iglesia se pusiera al día, ya que los anteriores pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI orillaron sus reformas.
Mientras el colegio cardenalicio parece seguir con el hábito de mirarse el ombligo, un movimiento telúrico está gestándose, y es que los textos sagrados, que han sufrido mutilaciones para adaptarlos a doctrinas preconcebidas, son objeto de estudio por un número creciente de mujeres y hombres jóvenes que reflexionan críticamente sobre estos asuntos, y que no están dispuestos a aceptar más relaciones de sumisión basadas en prejuicios y sesgos antropológicos revestidos de hermenéutica. Ya hay una abundante teología como soporte para estos cambios, y si la iglesia católica no reacciona, en su seno surgirá un cisma.
Conviene recordar que las grandes rupturas de la unidad religiosa no surgieron sin previo aviso, y las aportaciones de Jan Hus y John Wyclif precedieron a la reforma luterana. El primero fue quemado en la hoguera en 1415, y los restos mortales del segundo fueron exhumados y quemados, pero afortunadamente vivimos otros tiempos, y también conviene recordar la existencia en Europa central y nórdica de iglesias católicas separadas del Vaticano por no aceptar la infalibilidad pontificia (la doctrina la debe decidir un órgano colegiado), y por ser más liberales que la Iglesia católica romana (ordenan sacerdotisas).
Titulo este artículo “La iglesia espera un milagro”, pero milagro sería que todos los católicos descontentos permaneciesen indefinidamente en la Iglesia romana en permanente estado de indignación.