José Manuel Otero Lastres
Creo, sinceramente, que el ser humano es bueno: son mayores sus rasgos positivos que los negativos. Ser bueno o malo, además, no es una condición de ideología, sino de la propia naturaleza del ser humano. Finalmente, no sé qué es lo que determina que haya gente racional y ejemplarizante. Como tampoco lo que convierte a un ser en algo inhumano y miserable.
A los que inclinan su naturaleza a la afabilidad, la sencillez, la bondad y la honradez en el carácter y en el comportamiento, hay que aplaudirles. A los desalmados, a los se basan en la maldad y anteponen su mala fama a la bondad de los demás, solo denostarlos.
Afirmar, como hago, que creo en la bondad del hombre no significa que sostenga que todos somos buenos. Los hay, y parece que son bastantes, los que tratan de quedarse con los bienes que “son de todos”: no tienen bien fijados los límites de lo que significa que los bienes son de la generalidad, que son de todos los ciudadanos en común. Ser de todos es que cada uno tiene una pequeña parte en su propiedad por lo que quedarse uno un bien público para sí es sustraer a cada sujeto la parte que le correspondía de ese bien.
Si nos centramos en la política, me cuesta concebir que haya quien va a la política «para quedarse” con el dinero de todos los ciudadanos. Pero los hay. En todos los partidos.
Pues bien, todos los políticos que se apropian de los bienes de la generalidad, merecen el peor de los reproches. Hay que ser un malvado social para sustraer los bienes que son de todos nosotros.
Claro que las cosas hay que ponerlas en un tiempo y lugar determinados: en la famosa teoría del “ y tú más” hay que ver que fue lo que le corresponde a cada uno. Hay quienes ha convertido a sus amigos en Secretarios Generales de su Organización. Y los hay que tienen que soportar que un ministro de otro presidente que fue de su formación se haya dedicado a quedarse con lo de todos.
¿Son acciones equiparables porque se trata de políticos que nos roban? Dice Antonio Escaño en The Objetive, “lo que no es legítimo -quizá sería mejor decir honesto, aunque ya entiendo que este no es hoy en día un término muy compatible con la política- es utilizar los presuntos delitos de Montoro para escurrir el bulto de la responsabilidad política del Gobierno sobre los presuntos delitos que hoy se investigan en su entorno. Con Montoro o sin Montoro, fue Pedro Sánchez quien nombró a Santos Cerdán y José Luis Ábalos, y sigue siendo él, por tanto, el responsable político de esas decisiones. Es el propio Sánchez o personas de su entorno quienes deberían explicar igualmente cuál fue su intervención en los movimientos empresariales de su esposa, en la contratación de su hermano y en la actuación del fiscal general”.