Gabriel Elorriaga F.-Ex diputado y ex senador
A muchos comentaristas políticos de por aquí les ha extrañado el tratamiento altanero del presidente Donald Trump a su invitado Volodímir Zelenski, presidente en pie de guerra contra Rusia desde una Ucrania ayudada hasta ahora, política, militar y económicamente por Estados Unidos. El tono se ha ido atemperando gradualmente y ahora estuvieron ambas partes tratando de negociar en Arabia Saudita en la medida en que se clareaba el objetivo común de aparcar una guerra inacabable y acercarse juntos a una paz o un alto el fuego con el colosal país agresor. Para Trump no valía lamentar las injusticias del país agresor. Para Trump no valían lamentos de Derecho Internacional ni lágrimas de una OTAN desguarnecida ni de una Europa desunida, desarmada y con los cuarteles vacíos.
El juego de Trump es poner el peso de su potencia personal de presidente recién reelegido para mover el tablero de juego y cumplir sus promesas de paz ante el mundo. Sin preparación ni método diplomático sino con confianza en el futuro y en su buena estrella. A “conquistar lo máximo con lo mínimo” como decía el clásico de la estrategia china Sun Tzu. Nosotros, como lo suyo, compartimos una buena intención a los ojos del mundo y no vamos a criticarlo. Ya llegará la historia para valorar su gestión heterodoxa donde España no está en condiciones de desempeñar un papel significativo.
Lo que no se comprende es que se puedan juzgar con rigor académico los procedimientos del presidente Trump y se pueda presentar aquí un presidente del Consejo de Ministros, que no es jefe del Estado, pactar con un político extraditado en Waterloo servicios exclusivos de España en una parte del territorio nacional a cambio de favores parlamentarios poseedores de siete votantes. Se alega que es una delegación de funciones. Será delegación de funciones del tal señor llamado Pedro Sánchez que practica la política de soberanía antiespañola como derecho propio. Es decir, la progresiva retirada de España de Cataluña de acuerdo con Carles Puigdemont que ni siquiera tiene derecho personal de voto por su mano. Aunque pervirtiendo el artículo 155 de la Constitución es evidente que para aplicar dicha delegación debería ser a través de un proyecto de Ley Orgánica presentado a las Cortes Generales colectivamente por el Gobierno y sabiendo que no tiene la menor posibilidad de ganar la votación. Pero mientras discutimos “si son galgos o podencos” Sánchez se mantiene en la Moncloa durante un tiempo que nadie sabemos cómo va a terminar.
El compromiso verbal es una cesión de soberanía consistente en que España se retira apaciblemente de Cataluña sin que nadie se oponga. O sea: una traición a cámara lenta. Zelenski está dispuesto a trabajar bajo la tutela de Trump arrepentido de sus impertinencias iniciales y empezando a padecer la ausencia del amigo americano en municiones, armas e información y sin mantener capacidad de disuasión frente a Rusia durante el plazo del hipotético rearme de Europa. Que mire a su ocasional presidente Sánchez diciendo: ¡Hagamos más segura a Europa! ¡Amenazando a Rusia con los mozos de escuadra! Sin vínculo atlántico, sin o contra Estados Unidos, España no ganará nada. Menudo compañero de viaje. Un líder político que ha convertido en su exclusivo “escudo personal” los poderes que tiene para evitar la destrucción del Estado que ha prometido mantener unido y su proyección estratégica del Estrecho de Gibraltar y de mantener el eje marítimo entre Baleares y Canarias desde la mejor plataforma trasatlántica. Todo ello puesto en peligro por un Estado individualizado y sin una base parlamentaria operativa permanente.
No es coherente la mueca de enseñar los dientes a Trump y pactar cuestiones fronterizas desde fuera de España con el señor Puigdemont, tan interesado en que las Fuerzas Armadas Españolas recuperen potencia para servir a la integridad de nuestro propio Estado. Hay que arreglar primero lo de aquí y no presentarnos para construir castillos nacionalistas aislados en la retaguardia de lo que desearía unido el tratado de Schengen. Hay que mantener la norma indiscutible de que existe una sola frontera que diferencia el interior del Estado del propio Estado. España, sin contacto con su país presuntamente aliado tras cincuenta y tantos días de silencio de Trump debe poner su principal interés en conseguir un signo de amistad del presidente norteamericano. Pero para ello habrá que manifestar que se va a corregir la situación aquí.