Pepe Fernández del Campo (*)
En mis clases como profesor de Máster, dentro de la asignatura Internacionalización de Empresas, inicio con una pregunta a mis alumnos, que representan una media de 10 nacionalidades por curso: ¿Quién es el padre de la economía moderna? Salvo contadas excepciones, la respuesta es siempre la misma: Adam Smith. Y no es de extrañar, ya que su obra La riqueza de las naciones (1776) es considerada el pilar fundacional de la disciplina económica.
Sin embargo, más de dos siglos antes, un grupo de pensadores españoles, encabezados por Martín de Azpilcueta, ya había abordado cuestiones económicas fundamentales. Desde la inflación hasta la teoría del valor, pasando por la ética del comercio internacional. Perteneciente a la Escuela de Salamanca, anticipó muchas ideas que luego serían desarrolladas y popularizadas en la tradición económica clásica. Concretamente, en 1556, 220 años antes, Azpilcueta publicó su obra más influyente, el Manual de confesores y penitentes, donde ya abordaba temas económicos como la teoría cuantitativa del dinero y el impacto de la oferta y la demanda en los precios.
Azpilcueta nació en 1492 en Barásoain (Navarra), en el corazón de un siglo que transformaría el mundo. Fue un destacado teólogo, jurista y economista, conocido como el Doctor Navarro, y es una de las figuras más representativas de la Escuela de Salamanca. Vivió en una época marcada por la expansión colonial española, la llegada masiva de oro y plata de América y los debates éticos sobre la justicia en el comercio y la usura. Fue un pionero en el análisis de los fenómenos económicos, dejando un legado que aún hoy sorprende por su vigencia.
Entre sus aportaciones destacan:
La teoría cuantitativa del dinero: Fue uno de los primeros en observar que cuando la cantidad de dinero en circulación aumenta, su valor disminuye. Este fenómeno, que hoy conocemos como inflación, lo analizó a raíz de la llegada de metales preciosos de América a Europa.
La interacción entre oferta y demanda en los precios: Argumentó que los precios de los bienes y servicios no dependen de un valor intrínseco, sino de factores como la oferta, la demanda y la utilidad percibida. Este concepto sentó las bases de la teoría subjetiva del valor.
Ética en el comercio: Vinculó la economía con la moral, insistiendo en que los intercambios debían ser justos y respetar los derechos de todas las partes, incluidas las poblaciones indígenas sometidas por los colonizadores.
La Escuela de Salamanca, como cuna del pensamiento económico temprano, estuvo activa durante los siglos XVI y XVII, fue un movimiento intelectual que integró la teología, el derecho y la economía para abordar los desafíos de su tiempo. Su importancia radica en que sus miembros no solo reflexionaron sobre problemas prácticos, sino que sentaron las bases de conceptos que luego se convertirían en pilares de la economía moderna.
Además de Azpilcueta, otros destacados pensadores de la Escuela fueron Francisco de Vitoria, Domingo de Soto y Luis de Molina, quienes trataron temas como la legitimidad del comercio internacional y el respeto a los derechos de los pueblos indígenas; la regulación de los precios basada en la interacción entre oferta y demanda, anticipando el concepto de mercado, o la defensa de la propiedad privada como un derecho natural.
Ya en 1776, casi dos siglos después de Azpilcueta, Adam Smith publicó La riqueza de las naciones, obra que consolidó la economía como una disciplina autónoma. Aunque Smith no menciona directamente a la Escuela de Salamanca en su obra, muchos de los principios que desarrolla ya habían sido planteados, al menos de manera preliminar, por los escolásticos españoles. La teoría cuantitativa del dinero y la determinación de precios por oferta y demanda, por ejemplo, son ideas que Smith retomó y formalizó.
Si evaluamos las contribuciones de Azpilcueta en su contexto histórico, es evidente que fue un visionario que anticipó muchas de las ideas que Adam Smith consolidó dos siglos después. Sin embargo, hay una diferencia clave: mientras Azpilcueta reflexionó sobre problemas específicos desde una perspectiva ética, Smith desarrolló un marco teórico global que marcó el inicio de la economía como ciencia.
No obstante, esto no disminuye el mérito de Azpilcueta. Su análisis de la inflación, los precios y la justicia en el comercio son aportaciones que sentaron las bases de principios económicos fundamentales. Además, su énfasis en la ética y la justicia en la economía aporta un enfoque que sigue siendo relevante en debates contemporáneos sobre globalización, desigualdad y comercio justo.
Reivindicar a Azpilcueta no implica restar mérito a Smith, sino reconocer que la economía moderna no surgió de la nada, sino como resultado de un proceso acumulativo en el que los escolásticos españoles jugaron un papel fundamental. En un mundo donde la ética en la economía es cada vez más relevante, la obra de Azpilcueta nos recuerda que el progreso económico debe ir siempre acompañado de principios de justicia y equidad.
(*)Pepe Fernández del Campo es licenciado en Derecho, máster en Derecho de la IA y doctorando en «IA en la internacionalización de empresas»