Rodeados de ruidos diabólicos: sopladores de hojas y gestores energéticos-(Pedro Sande G.)

Pedro Sande García

¿Existe el silencio absoluto?, para que esto ocurra tendría que existir el vacío absoluto. Siguen siendo, el vacío y el silencio absoluto, dos dudas que me acompañarán a lo largo de mi existencia. En fin, tampoco se crean que gasto un mínimo de energía de mi procesador cerebral en desentrañar este enigma.

Desde el punto de vista de la ciencia, y en este caso es una realidad que si llego a entender, el silencio es la ausencia de sonido y el sonido es la propagación de una onda mecánica generada por la vibración de un cuerpo. Es el oído quien a partir de las oscilaciones de la presión del aire envía la onda mecánica, en forma de impulso nervioso, al cerebro. No se crean que soy un experto en física, en realidad no soy un experto en nada, soy un discípulo en muchas materias. Tampoco es mi intención hablarles de esta compleja sucesión de hechos que nos explican el mundo del silencio y de los sonidos, además de ser un iletrado en la materia creo que dedicar un artículo a la ciencia de la física es objetivo de otro tipo de publicaciones. De lo que sí quiero hablarles es de la percepción que cada uno de nosotros tenemos sobre el silencio y sobre los sonidos, poniendo foco en algunos sonidos que nos rodean y que han alcanzado el objetivo de ser calificados como ruidos, molestos e infernales. Hablo de percepción ya que por experiencia propia, he perdido el 73% de audición en mi oído izquierdo, la forma en que los sonidos llegan a mi cerebro es diferente de aquellos que tienen su capacidad auditiva en perfecto estado. Para mí, un lugar ruidoso es mucho más molesto que para los que tienen la audición en un impecable estado de revista, algo extraño que tampoco llego a comprender. Esta nueva duda es una demostración de mi incapacidad para entender casi todo lo relativo a la física del sonido. Lo que si llego a entender es lo que me ocurre cuando los seres humanos intentan comunicarse conmigo, necesito que eleven el tono de voz cuando están hablando por mi siniestra. En realidad mi lógica es muy simple, si estoy parcialmente teniente lo normal es que mis congéneres tengan que elevar el tono de voz cuando me hablan por mi oído dañado pero el hecho de que me resulte más molesto, que al resto de los mortales, un lugar ruidoso es algo que no llego a comprender.

Vivimos rodeados de multitud de sonidos, emitidos tanto por nuestros semejantes como por nuestro entorno. Sin duda, el ser humano es el mayor productor de sonidos de la naturaleza, sonidos que emitimos para comunicarnos y sonidos, en este caso los denominaría como ruidos, que producimos con nuestra interacción con todo el ecosistema
que nos rodea. Dentro de esa amalgama de ruidos que producimos no hay que olvidar los que generan, cada más individuos, al intentar comunicarse. Es el griterío, que no solo se produce al elevar el tono de voz, también es griterío las barbaridades que emiten muchos de nuestros congéneres aunque lo hagan sin vociferar.

Excepto en aquellos lugares donde lo que prevalece es la naturaleza sobre la presencia humana, en el resto de zonas habitadas, independiente del tamaño de la urbe, la variedad de ruidos es similar y lo único que varía es su intensidad. Un ejemplo de dos ciudades, Ferrol y Madrid, los diferentes ruidos que nos podemos encontrar en ambas urbes son los mismos, la diferencia estriba en la potencia del sonido. En ambas, el ruido que produce el tráfico es el que predomina, ruido que creo que nos hemos habituado a él de tal manera que nos hemos vuelto inmunes. Es cuando nos vamos a un lugar donde lo que prevalece es el silencio cuando somos conscientes del estruendo producido por el tráfico. El ruido del tráfico es un ruido armonioso, dirán ustedes que esta apreciación es
resultado de mi discapacidad auditiva. Me refiero a que tiene armonía, «Unión y combinación de sonidos simultáneos y diferentes, pero acordes» según la RAE. Esta armonía no implica que sea un ruido agradable. Le ocurre lo mismo al ruido que generan las cotorras verdes, es armonioso pero sumamente desagradable. Cuando un sonido es desagradable es cuando se convierte en ruido.

En la diversidad de sonidos desagradables y molestos que nos rodean no podría faltar el que producen las obras, los taladros, el camión de la basura, las sirenas, los cierres metálicos, las cotorras verdes que han invadido algunas ciudades y el que se llevaría el primer premio es el infernal y diabólico ruido producido por los sopladores de hojas. ¿Quién ha sido el maquiavélico individuo que ha inventado un aparato que, sin dudar de sus beneficios, produce un ruido tan insoportable? Disfruto de tener desde mi casa vistas a un pequeño parque que además me permite pasear a mis peludos, disfruto caminando de los innumerables parques que Madrid me ofrece, pero cuando aparecen los
sopladores de hojas, similar al brebaje que bebía el doctor Jekyll, convierten mi entorno en un lugar maléfico como Mr. Hyde. Y cuando el horario de esta actividad coincide con esos momentos de descanso en los que buscamos el inexistente silencio absoluto, soy yo el que me convierto en el capitán Haddock emitiendo mil millones de rayos y centellas.

Liderando las primeras posiciones de ruidos diabólicos no me puedo olvidar de uno producido de forma directa por el ser humano, el de los gestores energéticos, también se  puede introducir en esta categoría a los gestores de las compañías telefónicas.
Inasequibles al desaliento, a veces me pregunto si detrás de esas voces inoportunas hay seres humanos. Me entra el pánico con lo que puede llegar a ser cuando esas voces sean generadas por la inteligencia artificial, o a lo mejor ya está ocurriendo. Si bloqueas el número, yo tengo más de 100 números bloqueados, siguen reproduciéndose como un virus para el cual no hay antídoto. Si cuelgas la llamada, da igual ellos seguirán insistiendo. Si les respondes que no estás interesado en la oferta, sin escuchar la propuesta, ya tienen un argumento muy lógico ¿Cómo me dice usted eso sin haber escuchado mi oferta?, si les dices que trabajas en una compañía energética o telefónica te preguntan qué cuantos pagas, digas lo que digas siempre tienen un impertinente argumentario para continuar dando la tabarra. Con el horario de la llamada ocurre lo mismo que con los sopladores de hojas, hay momentos en que la vena del capitán Archibaldo me sale a relucir.

En un primer momento, cuando me descubrieron mi discapacidad auditiva, sin saber el origen de la misma, pensé que con unos audífonos quedaría más o menos solucionado. El tener que usar dichos aparatos me trajo a la memoria un agradable recuerdo de algo que me había ocurrido hacía décadas. Fue buceando en Jordania, en el
golfo de Aqaba, donde conocí a un encantador caballero inglés, caballero con mayúsculas. Diplomático de carrera, lo recuerdo como una persona entrada en años y jubilado, o sea lo que soy yo ahora. Tuve la suerte de bucear dos veces con él y fue un auténtico aprendizaje. Antes de terminar las inmersiones nos sentábamos a algo más de 5 metros de profundidad y sobre una pequeña pizarra y con un lápiz me iba escribiendo el nombre de la fauna y la flora que nos rodeaba. Era una persona que además de derrochar un gran optimismo y simpatía tenía una sordera total para lo cual usaba audífonos.
Hablando de su experiencia profesional nos contó como en muchos de los festejos a los que asistía como diplomático era capaz de apagar los aparatos y mantener una conversación mientras desplegaba su encantadora sonrisa. No se crean que yo quiera reírme de una discapacidad pero la idea de cerrar y abrir escotillas en un mundo ruidoso lleno de sonidos diabólicos, y donde cada día nos vemos más asediados por el griterío que silencia a los conversadores, me suena como una idea muy ingeniosa y divertida.

Para terminar permítanme un consejo, disfruten de los sonidos agradables que aún nos rodean. Les recomiendo que con los ojos cerrados escuchen el susurro del Atlántico en la playa de la Frouxeira.

Cuídense mucho.

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