Fernando García Cadiñanos,»La realidad que vivimos hace que nos situemos en país de misión».( José C. Enríquez)

José Carlos Enríquez Díaz

“Las misiones hoy ya no están solo fuera de nuestras fronteras. La realidad que vivimos hace que nos situemos también en país de misión. No es necesario salir fuera para evangelizar. Vivimos tiempos de misión, o mejor, la misión es siempre permanente y el quehacer de nuestra Iglesia. Nuestra sociedad no es cristiana, aunque haya elementos que culturalmente nos hablen de aspectos y elementos cristianos. Por eso, hoy hablamos de la urgencia del “primer anuncio” como un momento que provoque un proceso de conocimiento y búsqueda”, afirma nuestro obispo, Fernando García Cadiñanos.

Así es, hace años cuando conocí a los hermanos evangélicos me asombré cuando me dijeron que unos misioneros evangélicos llegaban a Ferrol, la familia Towner.

Los Towner vivían entre la gente, no como figuras distantes o predicadores ocasionales, sino como vecinos más, compartiendo la vida cotidiana con las personas. Me sorprendió ver cómo, más allá de las palabras, su misión era encarnar el mensaje del Evangelio en cada acto, en cada pequeño gesto de amabilidad y servicio.

Estos misioneros no estaban aquí solo para enseñar, sino para aprender también, para vivir en comunidad, caminando al lado de quienes enfrentan las dificultades del día a día. Los veía en los mercados ayudando a los ancianos, en las calles conversando con jóvenes, en los hospitales ofreciendo consuelo a las familias que más lo necesitaban. Su presencia irradiaba una tranquilidad especial, una paz que no necesitaba de grandes discursos, sino que se mostraba a través de la cercanía y el servicio desinteresado.

Para ellos, vivir el Evangelio no era solo leer las Escrituras o hablar sobre ellas, sino encarnar ese mensaje de amor y solidaridad con todos. Ayudaban sin pedir nada a cambio, escuchaban sin juzgar, y acompañaban sin importar las circunstancias. Esa forma de vida me hizo reflexionar sobre la verdadera esencia del mensaje cristiano: amar al prójimo como a uno mismo, estar presente para quienes más lo necesitan, y hacerlo desde la humildad y la entrega total.

Uno de los momentos que más me impactó fue ver cómo, después de un largo día de servicio, se reunían a cenar con las personas del barrio, compartiendo sus historias y sus preocupaciones. Para ellos, ese simple acto de compartir una comida era un reflejo de la comunión que vivían cada día, recordándome que el Evangelio no es solo un mensaje de fe, sino una invitación a construir una comunidad en la que nadie se sienta solo.

Lo que más me conmovió de estos misioneros fue su capacidad de hacerse parte de la vida de los demás, sin imponer, sin exigir, simplemente estando allí, ofreciendo su tiempo y su corazón. En un mundo que parece tan acelerado y a veces tan frío, ellos traían una luz diferente, una forma de vida más simple y más profunda al mismo tiempo. Eran un recordatorio viviente de que el Evangelio no es una idea abstracta, sino una manera de vivir que transforma tanto a quienes lo siguen como a quienes lo reciben.

Estos misioneros no solo predicaban el Evangelio, sino que lo vivían de una manera que inspiraba a quienes los rodeaban. En cada sonrisa, en cada acto de ayuda, mostraban la verdadera esencia de la fe: un amor incondicional y una entrega total al servicio de los demás. Verlos en acción me hizo entender que el mensaje del Evangelio no está en los grandes gestos, sino en los pequeños actos cotidianos de amor y solidaridad.

Hasta entonces, Siempre había asociado la figura de los misioneros con tierras lejanas, exóticas, quizás en África, Asia o América Latina. Por eso, cuando vi a esta familia misionera viviendo entre nosotros no pude evitar sorprenderme. ¿Misioneros en España? ¿Acaso no es un país con una rica tradición católica, donde la fe está profundamente enraizada en su cultura?

Mi asombro aumentó cuando observé que, a pesar de las iglesias históricas que dominan el paisaje urbano, muchas personas pasaban de largo, ajenas a la presencia de estos mensajeros de fe. Parecía que su misión no estaba dirigida hacia el exterior, sino que se enfocaba en los propios españoles. Esto me llevó a reflexionar: quizás, en pleno siglo XXI, en un mundo cada vez más secularizado, la necesidad de evangelización ha cambiado de rumbo.

Toda la familia Towner hablaba con entusiasmo, entregaban folletos y trataban de conectar con las personas que pasaban, jóvenes y mayores por igual. No estaban allí para imponer, sino para invitar, para recordar un mensaje de fe que, en algunos casos, parecía haberse desvanecido con el tiempo. Sus rostros irradiaban una mezcla de humildad y determinación, lo que me hizo pensar en el desafío que supone llevar un mensaje de esperanza en una sociedad que, en muchos casos, se ha distanciado de las tradiciones religiosas.

Ver a esos misioneros en un lugar donde nunca los esperé me hizo replantearme muchas cosas. Quizás no es tan extraño que estén en España, un país que, aunque históricamente católico, ha experimentado cambios profundos en su relación con la religión. Las nuevas generaciones, influenciadas por el progreso y el pensamiento moderno, a veces parecen indiferentes hacia los valores tradicionales. Y es ahí donde, quizás, los misioneros encuentran su razón de ser: reavivar una fe que, aunque latente, sigue siendo parte esencial de la identidad de muchas personas.

En conclusión, la sorpresa inicial se transformó en una profunda reflexión sobre el papel de la religión en la sociedad actual. Los misioneros no son solo figuras de épocas pasadas o de tierras lejanas; también pueden estar aquí, cerca de nosotros, recordándonos que la fe, aunque silenciosa, aún busca su lugar en el corazón de las personas.

 

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