Lecciones de la guerra de Ucrania e Inteligencia Artificial

Enrique Barrera Beitia

Nadie discute que nuestra pasada guerra civil (1936-1939) fue un prolífico campo de pruebas para testar la eficacia de nuevas armas y revolucionarias estrategias, siendo los alemanes los que mejor aprovecharon estas experiencia, y lo mismo tiene que estar ocurriendo en la guerra de Ucrania, siendo lo más destacable el empleo masivo de la Inteligencia Artificial (IA), que va más allá de mejorar las tradicionales tareas de reconocimiento aéreo y descifrado de las claves enemigas. Para la OTAN no es lo mismo evaluar estos recursos contra pastores afganos armados que contra el ejército ruso, y no cabe duda que la resistencia ucraniana se explica no sólo por el envío de dinero y armas, sino por la valiosa información suministrada por la alianza occidental.

La IA se está aplicando aceleradamente a operaciones tácticas, especialmente en el uso de drones y misiles. Sabemos que cuando los drones buscadores rusos identifican un objetivo, el operador en tierra decide si debe ser atacado con artillería convencional o con un misil Lancet. En este caso, el dron utiliza redes neuronales para guiar al misil hasta su objetivo con notable precisión. Lo que sin duda buscan los ejércitos es dar un salto más, y hacer que los aviones y blindados operen sólo con IA, ejecutando sus misiones sin los errores humanos, que son frecuentes en situaciones de estrés. Todo llegará. La OTAN está perfeccionando sus conocimientos y también lo están haciendo los rusos y sus aliados chinos, que siguen atentamente el curso de esta guerra. De momento, los rusos están evaluando en condiciones de combate real el vehículo terrestre no tripulado Marker.

Muy relacionado con lo expuesto, las fuentes abiertas confirman que la mayor parte de las bajas son causadas por artillería y drones, siendo relativamente escasas las producidas por armas ligeras. Hay fuentes occidentales señalando que el 70% de los muertos son el resultado de la acción directa e indirecta de los drones, y como no tenemos por qué dudar de todo esto, habrá que concluir que el ejército con más poderío artillero tiene que provocar por pura lógica más bajas en el enemigo, y no cabe duda que los rusos utilizan mucha más munición de artillería, estando más igualados en el uso de drones.

En el artículo que publiqué aquí el pasado 31 de agosto (“Ucrania necesita que pase algo”), afirmaba que terminado septiembre los rusos iniciarían una amplia maniobra hacia el norte, pero no se ha producido,
seguramente porque es un riesgo innecesario. La rutina que vemos en los videos colgados en las redes,
protagonizados por pequeños grupos de infantes rusos a nivel de sección percutiendo en las posiciones enemigas, puede terminar provocando el colapso ucraniano por puro agotamiento. Algunos blogs ucranianos cuantifican día a día las “confrontaciones importantes” en los novecientos kilómetros de la línea de frente, que oscilan entre 190 y 150. Después de la toma de Uglédar las confrontaciones en este sector sur se mantienen en torno a 49, en el sector central (Pokrovsk y Kurakhovo) han subido de 46 a 50, y al norte (Kupians) subieron de 20 a 31. El resultado de este reparto del esfuerzo ofensivo, es que cuando escribo este artículo (17 de octubre), veo que el dibujo de la línea del frente no muestra un punto específico de ruptura, sino más bien tres grandes embolsamientos en proceso.

Dos terceras partes de los nuevos reclutas ucranianos son enviados a tapar huecos con una instrucción insuficiente, para dar tiempo a que el tercio restante la completa adecuadamente, y con la previsión de que puedan ser enviados al frente en el primer trimestre del 2025, pero seguramente ya será demasiado tarde.

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