José Carlos Enríquez Díaz
En estos tres años, García Cadiñanos ha demostrado en repetidas ocasiones su compromiso con la sociedad diocesana reivindicando causas justas en ámbitos como el laboral, entre otros, así como su gran talante tanto para la escucha como para el diálogo, lo que lo ha convertido en una figura profundamente respetada. Su buen hacer inspira a los demás a seguir el ejemplo de Cristo, no con imposición, sino a través de su testimonio de vida, su entrega y su disposición para servir a todos sin distinción. En él, la comunidad encuentra a un verdadero pastor, dispuesto a guiar, cuidar y acompañar, siempre con un corazón lleno de compasión y amor.
Un hombre de Dios es alguien que, guiado por su fe, vive en constante búsqueda de la voluntad divina, haciendo de su vida un reflejo del amor, la misericordia y la sabiduría de Dios. Su existencia no se define por las apariencias ni por el deseo de reconocimiento, sino por una profunda convicción de servir a los demás y caminar en comunión con los principios espirituales que lo inspiran.
No solo habla de Dios, sino que actúa conforme a los valores del Evangelio o las enseñanzas de su creencia. Se caracteriza por su humildad, reconociendo que todo lo que tiene y es proviene de lo alto, y que su misión en el mundo es ser un instrumento de paz, justicia y bondad. En su trato diario, irradia compasión, comprendiendo las luchas ajenas y ofreciendo consuelo a quienes lo necesitan.
D. Fernando más allá de su investidura religiosa y autoridad eclesiástica, se destaca por su cercanía con las personas, su empatía y su capacidad de servir como ejemplo de amor y compasión cristiana. Hemos tenido la suerte de contar con un obispo que no se limita a los actos formales ni a los discursos teológicos, sino que vive plenamente el Evangelio a través de gestos sencillos y cotidianos.
Un obispo verdaderamente humano es aquel que se preocupa por las necesidades de su comunidad, que escucha a los marginados, acompaña a los enfermos y ofrece consuelo a quienes sufren. No se encierra en su palacio ni se aleja de la realidad, sino que comparte el dolor, las alegrías y las esperanzas de su pueblo. Es un líder que no teme ensuciarse las manos trabajando por la justicia social, la paz y la dignidad humana.
Fernando García Cadiñanos no impone su autoridad, sino que la ejerce desde la humildad y el servicio. Él entiende muy bien que su papel es ser un pastor cercano, dispuesto a guiar con el corazón, siempre buscando el bien común y el bienestar de cada persona, sin importar su condición o creencias. La humanidad del obispo se refleja en su sencillez, en su capacidad de acoger a todos y de hacerse presente en los momentos más difíciles de la vida de los demás.
Un obispo muy humano inspira a su comunidad a seguir el ejemplo de Jesús, mostrando que la verdadera grandeza se encuentra en el servicio y en la entrega incondicional al prójimo.
La autenticidad de su fe se manifiesta en sus acciones, ya que un hombre de Dios no solo profesa creencias, sino que las vive. A lo largo de su vida, busca ser un faro de esperanza, un puente hacia la reconciliación y un ejemplo de amor incondicional. Su vida es una fuente de inspiración para los demás, y a través de su testimonio, otros descubren la belleza de vivir conforme a los designios divinos.
«Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que al Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor».
No es “pastor” cristiano quien guarda ovejas (quien las domestica y domina, ni siquiera para bien) sino quien “conoce personas”. Bíblicamente, “conocer” (ginôskô) es crear relaciones de amor entre personas, en sentido intelectual y afectivo, económico, social; así se dice que hombre y mujer se conocen cuando se aman, así se conocen hijo y padre (cf. Mt 11, 27-27), amigos, compañeros… El buen pastor no sólo conoce, sino que “es conocido”, como sigue diciendo el texto (y mis ovejas, esto es, mis amigos, me conocen).
Buen pastor, esto es, buen amigo es el que crea relaciones de solidaridad con sus amigos (a quienes, simbólicamente, podemos seguir llamando ovejas). No las utiliza (no las compra-vende), no está por encima de ellas, sino que las ama y se deja amar por ellas, lazos de libertad solidaria y comunión hasta (y por encima) de la muerte.
La unidad del pastor con las ovejas refleja sobre la tierra el gran misterio del encuentro de Cristo con el Padre, tal como Juan lo ha desarrollado en Jn 20. De esa forma, llevado hasta el extremo, este signo del pastor nos saca del ámbito animal (pastoral) para situarnos en un plano intensamente personal, de comunicación afectiva. En ese contexto debemos añadir el encargo de Jesús a Pedro a quien pide que «apaciente sus ovejas» (Jn 21, 16-17). En esa línea se dirá que los ministros de la iglesia son pastores que aman a las ovejas, dialogando con ellas como Buen Pastor, que es Cristo.
La vocación como llamada surge en la relación de un conocimiento mutuo entre Jesús y el corazón inquieto de la persona que lo encuentra. Él, como Buen Pastor, sale cada día al camino y busca a todos los que van caminando, se hace el encontradizo de múltiples maneras, siempre desde el lugar de los otros para acompañar, iluminar, sanar, animar, reconstruir, perdonar. Cuando el hombre siente su abrazo verdadero y en libertad total, sin pedir nada a cambio, surge el deseo de ser como él y continuar con su evangelio en medio de la historia.
D. Fernando, gracias por todo lo que hace. Es una bendición tenerle entre nosotros.
Necesitamos obispos como D. Fernando capaces de escuchar el latido de sus comunidades .
D. Fernado será capaz con su ben hacer de reavivar la diócesis de Mondoñedo -Ferrol