Editorial-Morir en soledad

Cada vez son más las personas que mueren en soledad, sin que nadie les eche de menos. En Ferrolterra en los últimos días tres o cuatro fallecidos, el último este miércoles, día 12 de junio.  ¿Qué clase de sociedad hemos creado para que una persona fallezca en nuestra propia comunidad y nadie le eche en falta? ¿Qué ocurre para que ni familiares ni amistades se percaten de que esa persona ha dejado de contactar con ellos? Si de por sí ya es triste tener que vivir en soledad, el que abandones este mundo sin que nadie esté a tu lado y sin nadie que te eche de menos es un fiel reflejo de la sociedad egoísta que hemos ido construyendo.

No nos vendría nada mal recapacitar y, aunque solamente sea por puro egoísmo, pensar que mañana podemos ser nosotros los que estemos ante esa situación. Igual, de esta manera, empezaremos a pensar un poco más en los demás y un poquito menos en nosotros mismos.

Una mujer olvidada de sí misma y del mundo que la parió fue descubiertos en su domicilio, ya momificada, como una reliquia del abandono en su dimensión más cruel. Y es entonces cuando se nos contrae el alma, porque resulta inevitable imaginarse una despedida similar, sepultada durante meses en un sofá de una sala de su vivienda habitación. Sin aliento, sin mirada, sin guerra ni paz… Simple trasto de la desmemoria colectiva. El ser humano solo acepta a mala gana ese inevitable viaje contemplándose despedido, escoltado por gente que herede y hasta glorifique sus recuerdos como huella de inmortalidad. La terrible pesadilla de faraones y esclavos es dejar de existir, pero mucho más hacerlo antes de que caiga el sol, entre las sombras de la indiferencia, en un meridiano sin horario, sin nada ni nadie. Con los bomberos entrando por una ventana para encontrarse con un anónimo cadáver momificado a eterna soledad.

En definitiva, el desafío es, por ejemplo, terminar de leer estas líneas y mensajear, llamar por teléfono o (mejor aún) visitar a nuestros queridos “viejos”, no sólo por culpa sino por compromiso con ellos. Ah, y hacer del hábito de la visita a sus sobrinos ,nietos, a sus familiares más cercanos y a sus amigos; los más jóvenes deben entender que esos tíos y abuelos, esos «maduros» son parte de nuestro entorno y de nuestra existencia, porque después de todo, sin ellos, nosotros probablemente no estaríamos transitando esta vida y seguramente el destino biológico nos colocará en la misma situación que ellos, esperando ser cuidados y visitados periódicamente.

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