Enrique Barrera Beitia
Creo ser la única persona que en este apartado de Galicia Ártabra ha publicado artículos de opinión sobre la guerra de Ucrania. Los que los hayan leído podrán sacar conclusiones sobre cuales son mis móviles para defender posturas contrarias al relato occidental, porque no me sirven argumentos simplistas sobre el por qué estalla una guerra. No me importa decirles, si esto les tranquiliza, que Vladimir Putin no es santo de mi devoción.
La OTAN ha realizado un análisis impropio de una organización militar con recursos tan abundantes, evaluando correctamente algunas opciones pero fracasando en las más importantes, las que dependían de la propia Rusia. Acertaron en que se libraría una guerra convencional sin usar armamento nuclear, que el gobierno ucraniano levantaría un ejército de tamaño respetable y con voluntad de luchar, que los países que en su momento pertenecieron al Pacto de Varsovia entregarían sus equipos soviéticos a Ucrania para compensar las primeras pérdidas en combate, que entrenarían a un número suficiente de brigadas ucranianas en el manejo de un material occidental que se iría entregando de manera escalonada, y que los rusos preferirían no enterarse de la presencia de personal de la OTAN manejando sistemas de guerra electrónica y baterías antiaéreas.
A partir de ahí, todo les ha fallado. Había convencimiento de que el material de la OTAN era de mayor calidad que el ruso y daría superioridad militar a Ucrania. También se daba por descontado que si Rusia decretaba una movilización, esas tropas carecerían de la moral necesaria para aceptar el combate, y por encima de cualquier otro desastre analítico, la creencia de que transcurrido un plazo razonable de tiempo las sanciones económicas impuestas a Rusia provocarían su colapso económico, el desplome del rublo y el desabastecimiento de la población civil. Se suponía que si todo esto se hubiera cumplido, la sociedad rusa y los oligarcas echarían a a Putin del poder.
Pero ocurre que la economía rusa sólo ha sufrido alguna que otra abolladura, y que la irrupción de armas novedosas tiene una ventana estrecha de oportunidades cuando el enemigo es capaz de encontrar alternativas. En esta situación de anulación mutua de ventajas tecnológicas, lo que decanta la guerra es sobre todo la gestión de los recursos, y aquí es donde la ventaja rusa está resultando determinante, porque su industria de armamento vende a los precios fijados por el Kremlin mientras que la OTAN compra a los precios que marca el complejo industrial militar.
En la semana anterior a mandar este artículo, he leído una entrevista a Josep Borrell (responsable de las relaciones internacionales en la UE) y un artículo de un ex-almirante ferrolano. Ambos documentos parecen formar parte de la primera etapa de una estrategia de comunicación que busca preparar a la opinión pública para lo que se nos viene encima. La destitución del general Valerii Zaluzhny (muy
querido por las tropas) y el ascenso a la jefatura del alto mando ucraniano del general Olexander Sirsky (carente de carisma entre los militares) no busca mejorar las capacidades militares sino impedir un golpe de estado contra Zelensky, prolongar el conflicto y ganar tiempo para buscar una salida lo menos indecorosa posible.