The Crown y Napoleón

Pedro Sande García

Podría parecer, por el título, que el objetivo de esta crónica son los emperadores y las princesas, las reinas y los príncipes. No es el propósito de este artículo, mi única intención es comentar las impresiones motivadas por mi última inmersión en una sala de cine con Napoleón, el último filme de Ridley Scott y los últimos capítulos, estos en Netflix, de la serie inglesa The Crown. Antes de continuar quisiera transmitirles que lo que van a leer no es una crítica cinematográfica, para ello hay una gran oferta de profesionales que se dedican a este menester, y que, como es habitual en mis artículos sobre esta temática, ninguna película o serie tienen el monopolio de un solo artículo y lo habitual es que incluya una pareja de películas o series. Una costumbre debida a que no encuentro las suficientes palabras para dedicarlas en exclusividad a un solo film o serie.

Empezaré por The Crown, serie inglesa que se desarrolla a lo largo del reinado de Isabel II. Hasta la fecha y desde el año de su primera emisión, 2016, han sido cinco las temporadas que han recreado, con la maestría que es habitual en las series británicas, la vida de la reina Isabel II, su entorno familiar y la evolución histórica de los años de reinado de la longeva monarca. Me considero un apasionado seguidor de las series inglesas desde mucho antes de la aparición de las nuevas cadenas, ahora denominadas canales de streaming, y cito dos ejemplos de los años 80: Retorno a Brideshead y Yo, Claudio. Con la aparición de estos nuevos canales y su diferente modelo de distribución nos han seguido llegando, desde el reino de Gran Bretaña, excelentes series que mantienen la tradición de calidad y exquisito oficio. Cito tres ejemplos recientes: Dowton Abbey, Peaky Blinders y The Crown.

Fue a mediados de noviembre cuando se estrenaron los cuatro primeros capítulos de la sexta, y última, temporada de The Crown. Una palabra es suficiente para calificar mi impresión después de haberlos visualizado, decepción. No sé quién ha sido el culpable de esta pésima novela rosa, tampoco sé cuál han sido las causas que han llevado a la productora a finalizar las cinco magníficas temporadas anteriores, arruinando el excelente trabajo realizado, con un producto cuyo contenido es más propio de uno de esos programas de televisión donde unos vociferantes y gritones tertulianos se dedican a hurgar sin piedad en la vida de los demás. Todo el contenido de los cuatro capítulos se
centra de manera exclusiva en los acontecimientos previos a la muerte de Diana, la princesa de Gales, poniendo todo el foco en la miserable persecución a la que le someten los paparazzi y a su relación con Dodi Al-Fayed. El guion, o la falta del mismo, es como estar hojeando uno de esos tabloides sensacionalistas tan extendidos en el Reino Unido.
No solo es criticable el contenido que nos muestran estos cuatro capítulos también lo son la mayoría de las interpretaciones de los protagonistas de la historia. Solo salvaré a Dominic West interpretando al príncipe Carlos. Imelda Staunton, una reputada actriz británica, en el papel de Isabel II es como una figura de cartón piedra. Hay momentos en que se puede llegar a dudar si hay un ser humano debajo de la caracterización de la reina inglesa. Una cosa es interpretar a un personaje distante, frío y con nula capacidad para exteriorizar emociones humanas y otra cosa es posar manteniendo inamovibles los músculos del rostro. Jonathan Pryce en su papel de malvado e insensible príncipe Felipe es como un autómata que no desentona con su interpretación como compañero de la reina. Es posible que el problema de Elizabeth Debicki, en su papel de la princesa Diana, no sea su capacidad interpretativa sino las claves que le dio el director de la serie para
interpretar a lady Di, no es creíble el intento de parecer una niña tímida y asustada aunque esa fuese la realidad de la princesa. Dejo para el último lugar, y no es casualidad, a Khalid Abdalla, actor escocés que interpreta a Dodi Al-Fayed y que es el perfecto ejemplo de una interpretación y un rostro que no transmiten absolutamente nada en ningún momento de los cuatro capítulos. En este caso si hubiera sido sustituido por un robot, este sería capaz de transmitir mucho más.

Termino el apartado dedicado a The Crown. Espero que los siguientes capítulos  mejoren, no será difícil, lo visto hasta ahora en esta sexta temporada. 160 minutos para contarnos una relación, que en algunos momentos puede parecer obsesiva, de Napoleón y Josefina es exagerado. Al margen del excesivo metraje, el último filme de Ridley Scott me causó una enorme decepción dadas las expectativas que tenía puestas en el triunvirato Napoleón/Scott/Phoenix. Es cierto que cuando se tienen unas grandes expectativas y estas se ven truncadas la decepción se amplía de manera proporcional al tamaño de lo que se esperaba. Se preguntarán ustedes ¿qué es lo que yo me esperaba?, pues me esperaba una película grandiosa, una puesta en escena de un director que ha sido capaz de hacerme disfrutar con películas como Blade Runner, Thelma y Louise y por supuesto la extraordinaria Gladiator, entre otras.

Desde pequeño siempre me han gustado las batallas, cuando me quedaba solo en casa desplegaba en el suelo de la cocina un montón de soldaditos, daba igual que fueran los jinetes del séptimo de caballería, los vaqueros e indios que poblaban las imaginarias estepas llenas de búfalos, los moros y los cristianos, y los batallones de soldados que combatían en la segunda guerra mundial. Siempre había buenos y malos aunque tuve la suerte de que me educaron con la suficiente libertad para pensar y entender que aquella división entre bandos de buenos y malos era intercambiable. Movía los soldados y recreaba las batallas, debería decir batallitas dado mi total desconocimiento de la
estrategia y de los asuntos militares, y siempre había un apoteósico final cuando encendía los regueros de alcohol y de pólvora, extraída de los petardos que compraba en una conocida tienda del Ferrol de mi infancia, y se producía una traca final en la que losbuenos siempre salían victoriosos. Con el tiempo me empezaron a fascinar las batallas que podía contemplar en las salas de cine y los grandiosos movimientos de tropas, recuerdos donde no pueden faltar El Señor de los anillos o las recreaciones de Akira Kurosawa.

Tienen que perdonarme, me he desviado del tema central del artículo y además les habré hecho creer que lo único que esperaba de Napoleón eran unas grandiosas batallas.
Mi decepción va mucho más allá que los enfrentamientos violentos entre ejércitos. En el caso que nos muestra el filme de Ridley Scott, los combates de Austerlitz y Waterloo, merecen un aprobado raspado. El director tenía ante sí a un personaje que ha sido uno de los mayores símbolos imperialistas que han surgido en la historia de Europa. Napoleón no solo ha dejado un enorme rastro histórico con su ideario expansionista, en el filme no hay ni rastro del código Napoleónico, código civil francés todavía en vigor y que ha sido una de las fuentes de la actual Declaración de Derechos Humanos. Ya no digamos la relación del emperador francés con España, esta parte de la historia ni aparece. De la campaña en Egipto solo sabemos qué hacía mucho calor. No entiendo que ha movido al director inglés a mostrar en los créditos finales el enorme daño causado en vidas humanas, hace referencia a los casi tres millones de víctimas militares olvidando un
similar número de víctimas civiles, de esta grandiosa y, a la vez, terrible figura histórica.
Quizás un arrepentimiento de última hora. Entiendo que la obligación de un director de cine no es instruirnos, su objetivo fundamental es entretenernos. Ridley Scott no consigue ninguna de las dos cosas.

A lo largo de las dos horas y cuarenta minutos que estuve sentado en mi butaca estuve buscando a Napoleón Bonaparte, no lo vi ni en la historia que se exhibe en la pantalla ni en la interpretación de Joaquín Phoenix. En realidad el director inglés nos ha mostrado la parte de la historia que él ha querido y hasta ha olvidado que en la relación de Napoleón con Josefina no solo ella es la que tuvo amantes, olvida enseñarnos las múltiples aventuras del emperador y a sus hijos bastardos.

Napoleón, una película sobre franceses dirigida por un inglés, quizás sea esta la causa de mi enorme decepción.

Termino esta crónica. No hagan caso a mis comentarios, vayan al cine y disfruten con sus series favoritas. Cuídense mucho.

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