Gabriel Elorriaga F. Ex diputado y ex senador
El Congreso de los Diputados se ha dividido en dos por la toma en consideración de la futura e ignominiosa Ley de Amnistía. Una división favorable a los mismos que, en su día, votaron la investidura del ausente Pedro Sánchez. La decisión está basada en el falso dogma por el que este Gobierno, o cualquier otro que pueda recomponerse de similar composición, emana de un pueblo español dividido en dos facciones: progresista y conservadora. Eso es la “Tierra Firme” que pisa Pedro Sánchez como si caminase por una de las dos calzadas de una autopista: la de ida, que es la suya y la de Puigdemont y la de vuelta que nunca será válida para avanzar hacia el futuro.
El pueblo español suponen que está dividido en dos mitades, una opuesta a la otra, casi empatadas. En este juego bastan unas concesiones desde el poder para romper el empate en favor de quien manda. Pero no es cierto. Quien está dividido en dos partes es solo el Congreso de los Diputados, gracias a un sistema que permite acumular grupos contradictorios con concesiones jurídicas o económicas, dentro o fuera de la Constitución y al margen de los programas con que cada cual se presentaba a las elecciones. Hay dos coincidencias parlamentarias que, por el momento, han votado una contra otra. Una a la derecha, que mantiene cierto vínculo por principios esenciales de unidad y legalidad del Estado de Derecho. Otra a la izquierda sin otro principio que evitar que gobierne su contrario. Pero el pueblo español, ajeno a los pactos Sánchez-Puigdemont celebrados y supervisados desde el exterior de España y de sus instituciones, en absoluto se siente dividido por una brecha entre los que piensan de forma diferente pero conviven como ciudadanos indignados desde diferentes puntos de vista.
Basta ver y oír, en estas fechas prenavideñas. Basta escuchar cómo se entienden en ámbitos privados la mayoría de personas que no dependen de una afiliación política y, también, los que perteneciendo a distintas tendencias definidas discuten sin odio, lejos de la brecha instigada por los “Grandes Ausentes”. El pueblo español está perfectamente curado de las cicatrices guerracivilistas que se pretenden abrir desde la llamada “memoria histórica”. El pueblo español convive pacíficamente, difiere con buen humor y disfruta de la cultura común sin hacer cotos cerrados y demostrando el sentido de su nacionalidad en todas partes y sin que se aprecien fracturas radicales fuera de las minorías corrompidas o alucinadas por los intereses operativos en el campo de la política profesional o sus extensiones comunicantes.
El muro que quiere construir Sánchez es tan anacrónico como el Muro de Berlín, como sus citas a los jerarcas nazis. Los españoles hablan, gozan, trabajan y aman sin sentirse amurallados por dogmas ideológicos. No necesita que venga Paco Galindo o Andy Carl a interponer sus buenos oficios como entre civiles y guerrilleros. El pueblo español es hoy tan capaz de entenderse en un lenguaje político común como en una lengua sin necesidad de pinganillos, como en los tiempos remotos de los Pactos de la Moncloa. Quienes no quieren que sea así son los de esa falsa “Tierra Firme” que solo son arenas movedizas amasadas ocasionalmente con los excrementos de los cobardes.
Hay dos Congresos, pero no hay dos Españas. Hay una España indignada con el servilismo de quienes han cambiado de opinión en la misma dirección y en el mismo momento para obedecer órdenes de quien necesitaba comprar votos en el mercado negro de los contratos entre delincuentes y legisladores. La España inocente no ha sido tenida en cuenta por parte de sus representantes que han preferido obedecer a quien los selecciona que a quien los vota. Por ello están desprestigiados para exigir el cumplimiento de las leyes y para defender al Estado de Derecho. Gobernar sin autoridad es el porvenir que espera a quienes desconocen que España es una, mal que les pese. Una España indignada cuya transversalidad aún no se ha manifestado con toda su potencia pero se manifestará en cuanto sus políticos dejen de perder el tiempo con sus tiquismiquis y se hagan cargo de que Sánchez navega contra corriente.