Sementeira, Nuria Fernández Fariñas

José Carlos Enríquez Díaz

Gallega de pura cepa, la definen 3M mayúsculas: Mujer, Madre y Maestra.Su pasión, acompañar a seres humanos, en especial la infancia, semillas del futuro. La educación es su vida. Psicomotricista, Pedagoga, docente en escuela pública, coordinadora de formación de adultos, Psicóloga y Coach en proceso. Apasionada de la antroposofía, el Mindfulness y las terapias alternativas, bailar, la naturaleza, el mar, las personas positivas, un libro, viajar; siempre en metamorfosis hacia una mejor versión de sí misma.

Queremos crear un mundo más sostenible, con economías estables y sociedades más justas e inclusivas. Un objetivo difícil pero no imposible de alcanzar si contamos con la implicación de los gobiernos, las instituciones, las empresas y, sobre todo, de una ciudadanía responsable y comprometida.

Un ciudadano ejemplar no nace, se hace. Al igual que aprendemos matemáticas e idiomas, deberíamos doctorarnos en lecciones básicas para la convivencia y el progreso social como el respeto, la empatía, la igualdad, la solidaridad o el pensamiento crítico. Sin estos y otros principios éticos que nos definen como seres humanos difícilmente construiremos un mundo mejor.

La educación en valores, por tanto, promueve la tolerancia y el entendimiento por encima de nuestras diferencias políticas, culturales y religiosas, poniendo especial énfasis en la defensa de los derechos humanos, la protección de las minorías étnicas y de los colectivos más vulnerables, y la conservación del medio ambiente.

Todos somos parte activa en lo que sucede, todos somos maestros de alguna manera en nuestra vida cotidiana.  En los pequeños movimientos se forjan grandes hazañas. Con esa idea de unión de pequeños gestos, semillas, nace este capítulo del libro.

Juntos, sin necesidad de abandonar nuestras vidas, podemos sumar a la transformación educativa. Con nuestros hijos, con nosotros mismos deteniéndonos y apostando por el autoconocimiento, cambiando hábitos de alimentación consciente, meditación, cuestionándonos y analizando dones, talentos, propósitos… Espero que de un modo u otro este libro resuene en algún aspecto en cada lector” afirma Nuria Fernández Fariñas

Educar en valores nos compete a todos y no solo a las escuelas. La familia, las universidades, las empresas o el deporte, por ejemplo, son contextos idóneos para enseñar esos principios éticos. Aun así, países como Australia y Reino Unido contemplan la educación en valores dentro de la enseñanza obligatoria desde hace años.

Sementeira (editorial Avant) es una obra versátil que aúna crecimiento personal, fundamentos educativos y la frescura del riego y abono de numerosos autores.

A través de la analogía de la educación con una planta, desde las semillas que habitan las aulas hasta las cosechas ansiadas. Los educadores y familias se transforman en verdaderos jardineros a atalantar su crecimiento. La mirada maestra de la autora concibe la educación como un proceso orgánico en conexión profunda con la existencia y el despertar de la consciencia.

La revolución pedagógica consciente empieza por cada uno de nosotros. Sementeira, no es un método, solo pretende aportar lucidez y consciencia al camino andado en las Ciencias de la Educación, rumbo a una educación integral, holística y consciente.

Así es, se educa para ver y escuchar, no para transmitir conocimientos en abstracto, sino para que los hombres y mujeres puedan abrir los ojos, viendo por sí mismos, como quiso Jesús, al servicio de los marginados, en solidaridad y amor. Los conocimientos no son “inocentes”, y no es lo mismo transmitir y destacar unos saberes que otros, de una forma y otra. Por eso debemos enseñar a mirar y a escuchar, insistiendo más en la forma de saber que en los mismos saberes objetivos (que podrían almacenarse en una memoria externa).

Solo cuando las familias construyan sobre la roca del amor podrán hacer frente a las adversidades. No vale cualquier material de construcción ni cualquier cimiento. La roca sobre la que se debe cimentar la familia es Jesucristo.

La verdadera educación capacita al hombre o mujer para la madurez personal, la convivencia y el trabajo. Sólo en esa línea podremos abrir nuevos caminos de humanidad, superando el riesgo de destrucción en que nos encontramos.

Ciertamente, hay que educar para la excelencia (ser mejores) y para la competencia (crear personas capaces de insertarse en un contexto social conflictivo), pero no para la superioridad, ni para el triunfo económico-social, sino para la maduración personal, la justicia social, la solidaridad mundial. Pero más que el triunfo de algunos importa la comunión de todos, a fin de caminar juntos, compartiendo trabajos, afectos y tareas.  Pero en los últimos tiempos ha cambiado el tipo de saber, de forma que los analfabetos acaban siendo incultos, pues no tienen acceso a multitud de conocimientos.

No poca educación, con inclusión de la religiosa, es deseducación. Instalarse en la acepción del la definición académica de “hacer que la persona desarrolle o perfeccione sus facultades intelectuales o morales”, a lo que más se ha llegado hipócritamente es a concretarse en la acepción de “la enseñanza de normas de urbanidad y de cortesía”.

Hay un tipo de escuela que enseña a ignorar, como suponen las discusiones de Jesús con los escribas o letrados, que conocen la “letra” de la Ley, pero no su vida interna. Precisamente para llegar hasta el fondo de esa vida de la Escritura, Jesús ha tenido que salir del círculo de letrados y sacerdotes (de la escuela y templo), entrando en el mundo real de la vida y trabajo de los pobres y expulsados de Galilea. Desde ellos y con ellos (para ellos) ha conocido la Escritura.

Nuria en su libro nos dice que la  meta de la educación consiste en “formar” hombres y mujeres en salud, para que, trabajando unos al servicio de los otros, puedan compartir de esa manera vida y bienes. Ciertamente, ha crecido en los últimos siglos el impulso a la propiedad particular, propia de una cultura posesiva, donde cada uno se siente valorado (asegurado) por aquello que tiene, en contra de una cultura anterior de grupo o tribu donde la propiedad particular era secundaria, pues no garantizaba la vida de los individuos, ya que cada uno dependía esencialmente del grupo o tribu, de forma que ninguna otra riqueza podía asegurar la vida de los individuos.

Nuria nos invita a la búsqueda de la “revolución educativa “que nos espera, y que será la que salve y nos salve…

  ¡Bienvenido el libro!

 

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Un comentario

  1. Quería agradecer a @galiciaartabra y a Jose Carlos Enríquez Díaz por esta maravillosa reseña sobre “Sementeira. Sustrato de una Escuela Consciente” y contribuir a la transformación educativa.

    Gracias.