Gabriel Elorriaga F.-Ex diputado y ex senador
Pedro Sánchez aprovechó la tranquilidad del puente entre la Fiesta Nacional y el domingo 15 de octubre para reunirse con las minorías parlamentarias que no concurrieron a las consultas abiertas por el Rey para exponerle sus criterios sobre la investidura presidencial. Es con ellas con quien negocia a cencerros tapados. Es con ellas con quien va a regatear hasta el último día sobre la seguridad jurídica y la unidad de la patria, esperando un arreglo de última hora para que no venga la derecha. De momento solo se le ha ofrecido incondicionalmente Bildu. Una mujer condenada por enaltecimiento del terrorismo le ofreció en bandeja el apoyo incondicional del partido que presentó a las elecciones municipales a siete condenados por delitos de sangre. Quedó excluido de las consultas VOX, el tercer partido más votado, sin justificación alguna.
Que un presidente que prometió al asumir su cargo cumplir y hacer cumplir la Constitución ofrezca amnistiar a quienes intentaron violarla es contrario a la decencia política. Perdonar a quienes no han sido juzgados contradice toda norma jurídica. Rehabilitar a quienes no se arrepienten de sus delitos sino que anuncian su voluntad de repetirlos es incompatible con ninguna intención reconciliadora. Pero todas estas razones elementales sobran ante lo más evidente para el ciudadano más lego: No se pueden comprar votos ni promulgar leyes por intereses directamente personales. Lo peor es que, aun así, no le quieren vender a fiado.
Esta es la situación ante la que estamos. Un fugado de la justicia apellidado Puigdemont quiere volver a España limpio de toda culpa y disponible para reanudar su carrera política a cambio de que Sánchez pueda ser reelegido como presidente del Gobierno. Un regreso por una reelección. Todo lo demás es un trampantojo. Por eso es tan difícil tragarlo y argumentarlo. Son dos beneficios ignominiosos: la vuelta para uno y la investidura para otro. No cuelan los cuentos de pacificación o concordia para disfrazar el fraude. La insurrección rupturista de una minoría decreciente de habitantes de Cataluña está viciada por el complemento que acompaña a la negociación: referéndum de autodeterminación en plazo previsible. La insurrección rupturista está incluida en el intercambio de favores personales. El precio de la investidura es una demoledora traición a la Constitución y a la unidad de España. Un precio tan alto que no lo asumirá ningún gobernante futuro de derechas ni de izquierdas. “España antes roja que rota” se dice que predicaba un preboste conservador que no imaginaba que vendría un preboste socialista que aceptaría romper la igualdad entre los hombres y las tierras de España antes que perder el apoyo de siete votos separatistas en el Congreso de los Diputados. Aunque signifique abrir un proceso para que millones de españoles se conviertan en extranjeros.
La operación es tan groseramente anticonstitucional y tan jurídicamente arbitraria que puede definirse como un chantaje. No se sabe si Puigdemont chantajea a Sánchez o Sánchez a Puigdemont. Es un galicismo “Faire chanter “quelqu’un”, extorsionar para obtener confesiones. La inefable Yolanda Díaz viajó de Bruselas a Barcelona con la pretensión de vestir el trampantojo con un informe de sus expertos no se sabe si colaborando con su presidente o contra su presidente. Llevó a Cataluña el cuento de una Ley Orgánica de amnistía que “preserva la igualdad” y exige “un gran consenso”, cuando está claro que rompe la igualdad y que carece de gran consenso. Rompe la seguridad del Estado, su unidad, la solidaridad interregional y la conciencia de soberanía española. Es una monstruosidad y, por ello, pasan las semanas con Sánchez sin más apoyos expresos que los de Bildu y sin garantía alguna por parte de Sumar, BNG y PNV. Lo mismo parece el que todo está pactado que el que nada está asegurado. Estas son las gracietas a que somete a los españoles un presidente desacreditado que no ha sido capaz de presentarse en la Fiesta Nacional con un proyecto de futuro consolidado. Además le estalla, durante su presidencia de turno de la Unión Europea que detenta sin brillo, la guerra de Gaza y no se sabe lo que piensa su hipotético y peculiar gobierno de coalición dividido como órgano colegiado en política exterior. De entrada no cuentan con España. Por algo será. El puente festivo parece contaminado por el virus de la gafancia.