La hora de la verdad

Por Gabriel Elorriaga F.-Ex diputado y ex senador

Las perversas consecuencias de los resultados electorales son despreciar al partido más votado por parte del presidente del Gobierno que da por supuesto, sin que exista compromiso de coalición alguno, que dispone de los votos de todos los diputados no definidos como centro-derecha.

Es cierto que al presidente del Gobierno no lo eligen los partidos sino los diputados pero, en este caso, lo ridículo es que esa supuesta mayoría presidencial depende de la voluntad de un personaje fuera de la ley, instalado en Waterloo, que se permite chantajear a las instituciones de un Estado gracias a la indignidad del chantajeable.

El presidente debe emanar de una coincidencia compuesta por una mayoría de voluntades suficiente para respaldarlo en su tarea pero no para investirlo como el más inestable e inseguro promotor de un Gobierno de España comprometido contra España. El primer acto es la elección de la Presidencia del Congreso de los Diputados y ya se levantóel telón.

Por ahora lo único claro es que el Partido Popular cuenta con VOX sin contrapartidas de gobierno. 33 diputados que apoyarán la propuesta de los 137 del PP para tratar de evitar el riesgo de que el aspirante socialista prospere pagando peajes viles al separatismo. Estos 172, añadiendo los de UPN y el vacilante CC son los que cuentan como compromiso público, ético y estético.

Desde el costado que se adjetiva a sí mismo como progresista, el PSOE con 120 diputados alardea de ganador contando con ser votado por todos aquellos que prefieren que las cosas vayan mal, todos a una y que a ninguno se le ocurra abstenerse de los 24 partidos si tenemos en cuenta los que se integran bajo el título equívoco de “Sumar”.

Con este conjuro Pedro Sánchez resucitará como un vampiro en la tenebrosa oscuridad de los cambalaches no confesados. No se sabe el precio ni el porqué de cada uno de los pactos turbios ni existe seguridad de que dichos pactos hayan sido firmados por nadie con autoridad para hacerlo. No se sabe si se basan en intereses financieros o en la ambigua y venenosa oferta de “cambios en el modelo de Estado” sin contar con las mayorías exigidas para poder alterar en la práctica la arquitectura constitucional. Son futuribles de dudoso cumplimiento por un tramposo humillado políticamente por un vanidoso extraterritorial.

Una vez constituido el Congreso y definidos sus grupos parlamentarios, con cesiones de diputados socialistas hacia aquellos colectivos que no alcanzan el número de diputados suficiente, llegará la hora de presentar ante Su Majestad el Rey los compromisos establecidos por las fuerzas presentes en el hemiciclo y no por mediadores externos.

El Rey celebrará correctamente las consultas con todas y cada una de las representaciones parlamentarias y estará en condiciones de saber con qué apoyos cuenta cada aspirante a presidente del Gobierno: el más votado o el mejor recolector de resentimientos. Designará a aquel que tenga los apoyos suficientes para ser votado en primera votación por mayoría absoluta o en segunda por mayoría simple, en documento refrendado por la presidenta del Congreso, que ya ha sido elegida, responsable como autoridad legitimada democráticamente. Es la tramitación propia de una monarquía parlamentaria.

No valen unas cartas cruzadas entre Sánchez y Puigdemont o unas visitas prometiendo iniciar la retirada del Estado de Cataluña. Son los presidentes de los correspondientes grupos parlamentarios los que tendrán que acudir a la Zarzuela para confirmar el “sí quiero”, antes de que Sánchez dé la orden vergonzosa de iniciar simbólicamente la retirada.

En el caso improbable de que el Rey compruebe que ninguno de los aspirantes puede ser investido por el Congreso ni en primera ni en segunda votación, se abrirían los plazos previstos en el artículo 99 de la Constitución: disolución de las Cortes a los dos meses de la primera votación fallida.

A partir de entonces se abriría el panorama inquietante de unas nuevas elecciones que serían mejores para unos y peores para otros. Quizá todo este problema se habría evitado si lo que VOX ha dicho ahora lo hubiese dicho antes de las pasadas elecciones y el esperpéntico Puigdemont hubiese dicho públicamente lo que ahora susurra a los oídos de Bolaños y el PP hubiese olvidado la utopía de la mayoría absoluta y hubiese promovido a Feijóo como el aspirante más votable.

Ante la hora de la verdad algunos políticos se desbandan porque son gente de paso, que gusta a los comentaristas externos al servicio directo a España.

Otros se postulan para altas funciones financieras, como Nadia Calviño, que ejerciendo como vicepresidenta primera del Gobierno y directora de la economía nacional parece que se sentiría mejor como presidenta del Banco Europeo de Inversiones con el patriótico objetivo de reforzar la presencia e influencia española en los organismos internacionales.

Al parecer sería mayor el peso de España con una señora en la presidencia de un banco de inversiones que al frente de la economía nacional y como sustituta del presidente del Gobierno en casos de emergencia. Salvo que dicho Gobierno se sienta en trance de desguace y su futuro y su gestión económica sean unas incógnitas indescifrables.

Pero la vocación política no es una querencia “amateur” sino una entrega incondicional. Estos tiempos difíciles exigen el pulso firme con que se tejen los tapices de la Historia con sus colores claros y oscuros. Y los de continuidad y no parches de sabelotodos. La XV legislatura, con la integridad del estado de Derecho en almoneda, exige prepararse para soportar la humillación de la dignidad del Estado si no se produce un imprevisto mágico que intercepte el vil circuito entre la Moncloa y Waterloo. Ese vergonzoso fluido inalámbrico entre chantajista y chantajeable.

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