En un momento que no he logrado fijar con precisión, los vecinos de Ferrol presenciaron, supongo que consternados, como una de las construcciones más emblemáticas de la ciudad sufría la amputación de sus torreones-tejadillos, su elemento más icónico y distintivo.
Aunque algunas noticias quieren situar esa triste efeméride en época reciente, esta foto de los años 60 desmiente esta teoría, probablemente confundida con la fecha de la rehabilitación del edificio en 1992.
Hoy contemplamos, no menos atónitos, su reconstrucción. Como las piezas originales fueron destruidas, las que lucirá a partir de ahora serán, necesariamente, una reproducción, más o menos ajustada en materiales y dimensiones -es decir, en su impacto visual-, de las que nos transmiten las fotografías de la época de su construcción.
Ante esta reposición cabe (incluso debe exigirse) hacerse varias preguntas que ya adelanto de difícil, incluso sumamente incómoda, respuesta:
¿Cuál fue la causa de esta amputación? ¿Por qué se permitió en un edificio tan emblemático?
Si el mimetismo es, a día de hoy, una de las bestias negras del patrimonio, ¿por qué se consiente su reconstrucción?
Si se producen interpretaciones (o arbitrariedades) como las que suponen los dos puntos anteriores ¿por qué es tan elevado el nivel de exigencia y punición en otros bienes, particularmente en los de titularidad privada?
Vayamos por partes.
La errónea creencia, anteriormente expresada, sobre el reciente momento de la mutilación, hacía de todo punto incomprensible que hubiera pasado desapercibida (o voluntariamente ignorada) por parte de las administraciones responsables, aprobada ya la Ley 16/1985 del Patrimonio Histórico Español -entre otros instrumentos de protección-. En cualquier caso, desafortunadas experiencias similares le daban tales visos de credibilidad que cualquiera podría haberlo aceptado como posible (como asume la actual Ley de Patrimonio Cultural de Galicia, 5/2016 de 4 de mayo, que en su Exposición de Motivos III, afirma que “la gestión pública del patrimonio… no contribuye al sentimiento de proximidad e identificación de la ciudadanía con el patrimonio cultural”). Por esta razón conviene examinar las razones de esa desafección que siente el ciudadano de a pie respecto al patrimonio común, a su conservación y gestión.
Con demasiada frecuencia hemos visto proyectos de gran relevancia arquitectónica y sensibilidad urbanística que pasan por alto, maquillan o directamente aceptan alteraciones gravísimas del aspecto externo de un bien patrimonial. Y no es un tema menor porque, aunque la construcción es un todo -desde los proyectos y estructuras hasta los acabados-, como si de una persona se tratase tiene una fisonomía, una “cara” por la que se le reconoce. Bastantes veces hemos padecido ya estas deformaciones (la Sala de Armas, el Pabellón de Oficiales de San Felipe, el afortunadamente frustrado proyecto del Hospicio y el desafortunadamente en marcha del Ayuntamiento) como para seguir haciendo oídos sordos a los gritos de nuestros monumentos.
Pero si todas estas intervenciones tienen que ser aprobadas por las autoridades del Patrimonio, ¿ cómo es posible entonces que se hagan cuando los informes y recomendaciones de los catalogadores -y una conoce varios casos- son negativos? ¿Para qué se pide una valoración que no se va a respetar? Voy aun más lejos ¿por qué se aceptan cambios radicales en el aspecto exterior, que alteran definitivamente la percepción y comprensión del bien y, al mismo tiempo, se ponen tan tiquismiquis con elementos internos imperceptibles o que dificultan de manera innegable los usos actuales (ventanas, suelos, etc.)?
Y un último dardo ¿por qué la administración pública se permite -o permite a grandes empresas o a arquitectos de renombre- unas licencias que al propietario particular de bienes de menor rango no se le admiten ni en sueños? Cuesta entenderlo, la verdad.
La segunda cuestión es incluso más inquietante: el mimetismo, a saber, la reconstrucción o recreación de elementos desaparecidos, es un anatema para la doctrina actual del patrimonio.
¿Cómo es posible que los mismos organismos que condenan in aeternum la reproducción de elementos perdidos -es decir, los falsos históricos- permita (exija, según la prensa) precisamente esa reconstrucción? La cuestión del mimetismo (que yo personalmente no comparto al 100%, precisamente porque es interpretable y da lugar a auténticas aberraciones) aunque recogida por la ley, es de una ambigüedad alarmante: por un lado, no se puede “imitar” un elemento desaparecido y, en caso de que se admita la reconstrucción de alguna parte (con motivo de una mejor comprensión del bien, por ejemplo), debe diferenciarse claramente del original; por otro lado, ese añadido debe ser armónico con el resto de la construcción o entorno. Donde hace pocos años se exigía una neta diferenciación de materiales, colores, texturas… (de aquellos polvos, estos lodos) hoy se recalca la integración y hasta el uso de tecnologías tradicionales. Esta contradicción es menos banal de lo que pueda parecer, porque puede sentar precedente para futuras intervenciones y porque, admitámoslo,
genera incertidumbre entre la población local.
La última cuestión es la más peliaguda y viene del brazo de la anterior y es que, nos pongamos como nos pongamos, es de una arbitrariedad asombrosa que, en primer lugar, se permitan esos atropellos y, a continuación, se acepten esas hipotéticas reparaciones, medidas de todo menos imparciales y solo aplicadas en casos puntuales. No hablemos del infeliz que tiene una propiedad en el barrio histórico y se las ve y se las desea para poner un ascensor, tiene prácticamente vetada la posesión de un coche propio y está condenado a pasar frío y escuchar el silbido del viento por conservar una galería de madera (de hecho, cualquier galería, de cualquier época y a cualquier precio).
Pero hay más ejemplos. Quizá el más sangrante es el del Hotel Galiano, una intervención que recuperó de manera notable un bello edificio, además de dotar a la zona de gran vitalidad (y empleo, y plazas hoteleras tan escasas en Ferrol) y que fue clausurado por una irregularidad imperceptible a la vista. No me entiendan mal: no defiendo al que incumple la ley; si se cometió una infracción hay que subsanarla y/o multarla. Pero el “cerrado y punto” no resuelve
nada ni es bueno para nadie.
Las casas que se construyeron justo enfrente del Ayuntamiento, por ejemplo, previa demolición ilegal de las anteriores que nadie notó (están tan ocupados trabajando para nosotros que ni se asoman a la ventana) no se han demolido, sino que están habitadas (a Dios gracias). Y si la licencia de ocupación tardó para los inquilinos no creo que fuese así para la empresa que se instaló en sus bajos (como también en los del edificio que nos ocupa).
En fin… Supongo que, al menos alguno de ustedes, coincidirá conmigo en lo incomprensible y difícilmente aplicable que resulta la normativa patrimonial, incluso para los que nos dedicamos a ella hace muchos años.
Sin embargo, no quiero concluir sin expresar mi opinión concreta respecto a esta intervención:
creo que la eliminación de las torrecillas fue un error;
creo que su reposición, a pesar del mimetismo (que para mí no es dogma de fe) es una gran noticia, puesto que devuelve toda su personalidad a la construcción, prácticamente el único resquicio de dignidad que le queda a la plaza consistorial;
felicito a los arquitectos que lo han promovido y realizado con gran respeto y fidelidad a la obra original.
Esta larga perorata es solo una petición de coherencia, de colaboración entre instituciones y profesionales, de respeto al paisaje (urbano o no) y, sobre todo, a la propiedad privada. Solo se puede predicar con el ejemplo: basta de encorsetamientos asfixiantes en materia de protección que se relajan a placer cuando una firma “de prestigio” suscribe una obra indiscutiblemente polémica. La protección del patrimonio no puede ser una montaña rusa en la que el vagón locomotora sea la subjetividad (inherente a todos) y los raíles se traben con incoherencias, amiguismos y golpes de efecto. El ciudadano de a pie no lo entiende ni lo acepta (y hace bien).
Filias y fobias aparte, el patrimonio va mucho más allá de una cuestión de estética: como herencia común (eso significa) es un nexo de unión, una seña de identidad, que genera una sensación de pertenencia –genius loci– imprescindible para su correcta conservación y difusión.
Ojalá que en el largamente maltratado teatro urbano que es la plaza de Armas, nuestros ojos se puedan dirigir orgullosos ¡por fin! hacia ese bello telón de fondo de nuestra vida cotidiana.
PD. Hoy los burgaleses celebran la restitución, 200 años después, de las vidrieras de su Catedral, destruidas por las tropas napoleónicas. Atención: solo 7 de las 14, porque son los cristales originales que recogieron entonces los canónigos y han conservado hasta hoy. Ergo no son miméticas, son las auténticas.
(*)-Carmen Perales Garat.-Documentalista, historiadora, experta en patrimonio cultural, componente del equipo de trabajo del Plan Nacional de Arquitectura Defensiva para la Catalogación de Bienes de Interés Cultural en Galicia, miembro y fundadora de PAFERR.
Muy de acuerdo con casi todo… porque yo comparto el mimetismo de forma tajante. La denominación » falso histórico» me parece un mantra despectivo que usan los arquitectos actuales para no reconstruir como deberían, poder dejar su sello y meter mano en un diseño que debería estarles vedado. Con las reconstrucciones que dejan a la vista en texturas y materiales la parte nueva, el edificio queda «a parches» y el concepto queda alterado. El reciente incendio de Notredamme.. Cuando la reconstruyan tal y como estaba. ¿ será un falso histórico?.
Que los tejadillos del Ideal Room se eliminaran en los 60 no quiere decir nada.. gran parte de los elementos identitarios del edificio del Ayuntamiento se fueron eliminando en las últimas décadas. Aplaudo la reconstrucción actual basándose en el diseño tal y como era. Como debería hacerse todo
Es un debate interesante, pero creo que la clave está en el doble rasero, no en el mimetismo: sí la obligación de un particular es revertir las construcciones a su estado original, ese criterio debe ser aplicado siempre que coincidan las circunstancias.
Lo que no tiene sentido es que el que ha de aplicar la ley se la salte apelando al interés general o a cualquier otra excepcionalidad… resumiendo: sí al Ideal Room se le ponen los tejadillos, a la Sala de Armas y al Pabellón de Oficiales de San Felipe, se les devuelve su cubierta original.