El régimen de Pedro y Pablo

Gabriel Elorriaga

Gabriel Elorriaga F.

La Nación de todos es la marca capaz de garantizar la libertad de cada uno dentro de un paisaje no parcializado con instituciones y perfiles comunes estables como la Corona, la Constitución, la bandera, el Ejército o cosificando símbolos como “Las Meninas” de Velázquez, el “Guernica” de Picasso, la «Sagrada Familia” de Gaudí o las selecciones deportivas. Lo de todos es lo que hace posible que podamos convivir siendo diferentes unos de otros y compitiendo unos partidos con otros gracias a la supremacía de los derechos de libre asociación y expresión. Una identidad nacional vigorosa es la que garantiza las libertades y quienes la debilitan lo hacen para imponer un parcialismo sectario a los demás.

La nación española está sufriendo, y no por primera vez en su historia, el ataque a su identidad común por parte de quienes quisieran imponer un parcialismo totalitario, bien sometiendo a un sector territorial a una doctrina separatista o bien sometiendo a toda una sociedad plural a una utopía neocomunista. Este tipo de ataques, siempre rechazados por el curso de la historia, se alimenta en nuestros días de la imprudencia egoísta de un presidente de Gobierno que ha tergiversado las consecuencias de una moción de censura que inicialmente le recomendaba convocar elecciones para convertir su situación provisional en un mercado de contraprestaciones con las minorías que colaboraron en aquella moción de censura, permitiendo el mercadeo por un personaje ajeno al Gobierno, llamado Pablo Iglesias, a título de mensajero oficioso.

Es cierto que para llegar a esta situación hubo antecedentes de dejación y la inexplicada conducta de quien podía haber dimitido en el momento oportuno y haber provocado el proceso electoral sin forzar al pueblo español a enfrentarse con la infiltración en el aparato del Estado de sus enemigos acérrimos congregados en torno a la moción de censura. Pero es inútil lamentarse de los errores pasados en vez de afrontar la situación presente y sus posibles derivaciones futuras. La realidad es que la instalación en el poder de un Gobierno presidido por Pedro Sánchez sin base parlamentaria suficiente ni de su propio grupo ni como resultado de una coalición establecida formalmente, ha dado lugar a una situación oscura donde la estabilidad, no solo presupuestaria, sino política y, aún peor, institucional son discutidas como mercancía de negociaciones en la sombra. El Gobierno no prepara al pueblo para que la nación se defina sino que prorroga una pausa peligrosa de toma y daca con los enemigos del sistema para dilatar la estancia en la Moncloa de un gobernante sin definición programática.

Estamos viendo el espectáculo esperpéntico de un presidente que firma acuerdos individuales sobre los Presupuestos Generales del Estado de todos los españoles como un pacto entre el Gobierno y el líder de una facción minoritaria, fuera de sede parlamentaria y al margen de ninguna confrontación ni debate colegiado. el firmante individual del acuerdo entre dos salió con prisas de la Moncloa para ir corriendo a comentar la situación con otra persona que permanece en régimen de inhabilitación temporal en una cárcel a la espera de juicio a la vez que expresaba su criterio contra la acción de la justicia en asuntos aún no sentenciados.

Este correveidile salta de Sánchez a Junqueras y de este a Puigdemont, con la supervisión de Urkullu. El mencionado Pablo Iglesias no se sabe si es el chico de los recados de Pedro o si Pedro es la marioneta del frentepopulismo de Pablo. El caso es que ambos trabajan esforzadamente para dividir lo que está histórica y constitucionalmente unido intentado crear una convergencia de delirios independentistas y residuos neocomunistas no solo para respaldar unos Presupuestos Generales del Estado sino para impulsar unos planes destructivos contra la arquitectura estatal de España tal y como la entienden la mayoría de los estupefactos españoles.

Ni aún en los peores tiempos del Gobierno de Zapatero era imaginable que un partido que aún lleva la E de español se entendiese con los enemigos de la unidad nacional y del pluralismo democrático. Tampoco era imaginable que miembros del Gobierno estuviesen en boca de todos por las grabaciones de charlas con policías corruptos o por la ocultación fiscal de sus bienes inmobiliarios. Tampoco que un presidente de Gobierno con una tesis doctoral tramposa se dedicase a viajar compulsivamente por el mundo y a sustituir la vida parlamentaria por conversaciones mano a mano con el aspirante a desplazar a su PSOE al cementerio de elefantes donde se muere de pie.

España está sufriendo un grave deterioro de su vida institucional sin antecedentes desde que se reconstruyó en paz y en orden. Una pareja protagoniza la pantalla, como en las viejas películas cómicas, tropezando con todos los obstáculos y pisando todos los charcos. La ciudadanía se ríe pero no despierta. La rueda de la política gira fuera de su eje de equilibrio y los ciudadanos viven como si el régimen de Pedro y Pablo solo fuese un regateo ocasional para aprobar unos presupuestos chapuceros. Pero lo que están tanteando es cómo modificar la estructura y los hábitos del Estado constitucional para rebajarlo a la medida de un totalitarismo izquierdista adornado con el señuelo de una federación de minirepúblicas federadas. Es el paisaje que insinúan las aventuras de Pedro y Pablo que es de desear que tengan un corto recorrido.

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