Juan Prado Piñeyro. Ferrolano. Abogado y coronel del cuerpo militar de Intervención (r)
Estamos viviendo unos días trágicos debido al atentado de Barcelona que abarrota incesantemente y de forma agobiante las redes sociales. Podría decirse que no se habla de otra cosa debido a la inquietud y alarma que genera el terrorismo islámico en el orden mundial. Nos movemos en un círculo vicioso en el que circula un devenir constante en el que conviven ideas pretenciosamente sensatas con otras que arrastran un odio catalogado como islamofobia.
Todo el mundo opina aportando infinidad de matices. Pero en síntesis son dos las tendencias que entran en juego. Los que quieren acabar contra todo lo que huela a musulmán, y los que defienden la práctica de una religión pacífica como expresión de la libertad custodiada por la democracia.
Según los primeros habría que desterrar del ámbito occidental todo lo que se relacione directa o indirectamente con el mundo de las mezquitas y los signos externos con los que se desenvuelve, como son las vestimentas, los condicionantes a comidas y bebidas, así como el trato con las mujeres, etc. Y según los segundos, habría que matizar, y seguir matizando hasta la extenuación quiénes son los buenos y quiénes los malos, y dónde se hallan los verdaderos peligros.
Acabo de recibir un correo electrónico en el que alguien, aparentemente leído y sabio en la temática, afirma que se ha de distinguir entre islam, islamismo y yihadismo. Lo cierto es que ya se han producido de forma muy continuada actos de terrorismo y, valga la redundancia ‘terribles’ que están clamando por una reacción del mundo civilizado. París, Niza, Berlín, Bélgica, y ahora Barcelona. Y hay consenso en que no se ha acabado con esta barbarie y aun nos quedan episodios pendientes en que se volverá con la liturgia de los minutos de silencio, velas en los lugares del atentado, ositos de peluche, etc, etc, etc.
Hay grupos extremistas — siempre los hubo y los habrá–, que incluso llegan a elogiar la actitud nazi del exterminio como solución a lo que plantean como una lacra virulenta que se extiende como una epidemia incurable….
Lo cierto es que el islam está cada vez más extendido en el tejido social europeo, y que se desarrolla en términos demográficos a una velocidad muy superior a la población portadora de los valores occidentales que depuraron los primitivismos y la superstición, en beneficio de la ciencia y el humanismo. Incluso la religión en occidente se subió a este tren en que se juntan la ética religiosa con la ética laica basada en cualidades tan naturales como el concepto de bien y de justicia. Hoy en día en occidente un ateo es mirado con la misma naturalidad que un católico convencido, y además pueden ser amigos y convivir bajo un mismo techo, sea familiar o de otra connotación social, como un centro escolar, universitario, o de otra índole. Además convergen en un principio de una lógica aplastante que no deja fisura alguna: “es tan imposible que yo te demuestre que Dios existe, como que tú me demuestres que no existe”… y así se traslada el concepto Dios a un sentimiento que se manifiesta en una experiencia individual basada en otro concepto tan viejo como la vida misma, la fe.
Occidente tiene que reaccionar
Con todo lo dicho hasta este momento lo que pretendo plantear es que Occidente –la mayúscula se utiliza adrede– tiene que reaccionar. Pero tiene que reaccionar con los principios que han llevado la civilización a un desarrollo integral en ciencia, medicina, arte, etc. es decir, con la inteligencia que recoge su ‘modus operandi’ en el respeto a las opiniones ajenas y en el intercambio de estas opiniones.
La cuestión es encontrar la fórmula en que este ‘modus operandi’ no desnaturalice la esencia de los valores que adornan la sociedad democrática. Es obvio que las cosas no pueden seguir a este ritmo de odio y destrucción. Es obvio que el paradigma de la alianza de civilizaciones no era correcto, porque para que así fuera tendría que haber una igualdad entre las partes contratantes que permitiera el intercambio, y ya se comprobó sobradamente que una civilización que vive en el siglo XXI no puede entenderse con otra que se halla anclada en la edad media. No puede haber una alianza entre una sociedad que ha eliminado la tortura o la pena de muerte de sus legislaciones con otra que lapida mujeres adúlteras, corta manos a ladrones, ahorca a homosexuales, destruye obras de arte, etc, etc, etc.
Y volvemos al círculo vicioso. Se me dirá: “pero es que estas actitudes primitivas y salvajes no la practican los buenos musulmanes…que además son las principales víctimas de esas facciones de extremistas ignorantes….” Cierto, respondemos los que creemos y queremos ser conciliadores. Pero hay que poner coto a esas actitudes. A los occidentales poco nos importa que uno se declare suní o chií. A nosotros nos da igual que sea tutsi o hutu. Occidente tiene superada cualquier diferenciación entre seres humanos por razones de ideología, raza o sexo. Sólo hay un límite ante el que una sociedad democrática no pueda ni deba claudicar, y es que el virus que se trate de inocular destruya la propia democracia. En otras palabras, para ser absolutamente claro; si apareciera un partido con un ideario neonazi, en que su propaganda consistiera en la apertura de campos de concentración al estilo de los de Himmler, o Heydrich o Eichmann, es obvio que sería prohibido de inmediato. Porque no tiene cabida en la esencia misma de la civilización. Pero mientras el ideario que se plantee pudiera sostenerse en una legítima controversia de respeto al ideario recogido en la declaración de derechos humanos, en la democracia cabe todo.
Ante el hartazgo de todos los mensajes en la red, horribles unos, estúpidos otros, y ya cansinos todos, yo quiero poner mi granito de arena abriendo una nueva vía que consiste en lanzar al aire una propuesta que tiene que acoger el sistema, representado por los responsables políticos de los países civilizados de occidente, para analizar detenidamente y sin pausa el problema del islam.
De la misma manera que no es admisible permitir la participación de grupos que supusieran una regresión a la barbarie del pasado, tampoco se debiera permitir sostener en el ámbito social de la democracia movimientos que la pongan en peligro. Y aquí está el quid de la cuestión. Es verdad que los musulmanes por serlo no son malos. Incluso admito que se trata de una religión de paz. Muchos musulmanes allegados, así nos lo hacen ver. Ahora bien, cuando pretenden integrarse en la sociedad occidental no quieren renunciar al velo islámico –hiyab– , ni al chador, ni al conjunto de vestimentas que definen sus costumbres marcadas por sus costumbres y que su no uso reprueba la religión. Tampoco admiten adaptarse a las costumbres occidentales en temas de alimentación. Y esto tiene unos efectos en la población que marca una forma de ser regresiva y a la larga contaminante. Reaccionar contra ello con violencia no es evidentemente civilizado. Cierto. Pero imponer las reglas propias de las comunidades en las que desarrollan por propia elección sus vidas en evitación de crear distorsiones, no debe suponer violación de derechos humanos. Es una opción voluntariamente asumida. De la misma manera que la instalación de mezquitas en países de occidente. Las normas en Occidente se rigen por el principio de reciprocidad. Si en los países musulmanes no se admiten iglesias cristianas o evangélicas, o se exige la vestimenta propia de ellos, no veo razón alguna para que se les permita su uso fuera del entorno musulmán. Si en los países musulmanes no puede un ser humano declararse ateo libremente no veo porqué en un país occidental se admite la práctica de unas costumbres sociales o religiosas que impidan la libertad de pensamiento. En suma. Con estas palabras no se pretende segregar a nadie sino defender una evolución de siglos que persigue preservar el respeto y la igualdad entre los seres humanos.
Es algo constatado que la sociedad islámica está abduciendo a la sociedad que evolucionó en la cultura occidental. Y es urgente que se convoquen conferencias internacionales para tratar estas cuestiones con franca actitud de defensa de valores universales dentro de los principios democráticos basados en la contemplación de los derechos humanos. Basta ya de dejar la responsabilidad a los directores de los centros escolares para admitir o no la hiyab o el chador, o si en el comedor se ha de poner un menú u otro. Si un niño cristiano no quiere comer lentejas, como dice el refrán… las deja. Y que en su casa le pongan de cenar otra cosa para completar su alimentación. La única excepción que debe contemplar un menú escolar es que el niño sea alérgico al alimento. La aceptación de los platos escolares que no sean de su agrado forma parte de lo que se llama ‘educación’.
Y para terminar, quiero hacer una alusión al pretendido buenismo tan utilizado por quienes se pretenden ‘progresistas’ cuando se afirma que la mayoría de los musulmanes son gente normal, como ‘nosotros’ –cristianos, ateos, agnósticos, etc–. Es verdad que lo son. Pero entre ellos hay una diferencia muy importante que se ha podido constatar en los cambios políticos del siglo XX y en este con la primavera árabe. Si se instaura una mayoría musulmana en una comunidad la influencia de los imanes en la dirección política aumenta de forma exponencial. ¿Razón? …la ignorancia y la superstición. Así que hay que darse prisa en que no nos pille el tren y salvar los valores culturales de occidente que son mismísimo reflejo de la evolución del ser humano como especie inteligente de la creación.
Interesante y acertado articulo de D. Juan Prado, al que felicito por su claridad y acierto
Un artículo de altura y profundidad desde la reflexión y la lógica. Esperemos leer mas cosas del autor en este medio…
La Unión Europea sera’ cristiana o no sera’ , parafraseaba Schuman . Esa es la acertada idea que transmite el articulo . Por supuesto visto el cristianismo no solo
como una religión sino como una filosofía de vida