Enrique Barrera Beitia
La escuela siempre ha fomentado la memoria, pero la facilidad para acceder a la información ha devaluado esta metodología. ¿Qué necesidad hay de memorizar las capitales y los ríos de Europa, si en medio minuto encontramos la respuesta en el teléfono móvil? Desde hace años, la escuela atraviesa una transición para inculcar y desarrollar los conocimientos científicos y tecnológicos, aunque el objetivo final no parece haber variado mucho desde el año 1802, cuando Napoleón Bonaparte creó el primer sistema público educativo; se trata de hacer buenos ciudadanos, que paguen sus impuestos, sean productivos y llegado el caso, asuman la defensa de la Nación.
Pero como presuntamente hemos avanzado mucho desde entonces, la educación en valores debería fomentar también la inteligencia emocional, para generar la solidaridad con las personas que impide que la sociedad se convierta en una jungla donde impere la ley del más fuerte. De las numerosas citas que fácilmente podemos encontrar sobre la educación, hay cinco que reflejan este dilema:
- Los niños tienen que ser enseñados sobre cómo pensar, no qué pensar (Margaret Mead).Las buenas preguntas superan a las respuestas fáciles (Paul Samuelson).
- Algunas personas nunca entenderán nada, porque entienden todo demasiado pronto (Alexander Pope).
- La educación consiste, principalmente, en lo que hemos desaprendido (Mark Twain).
- Es lo que creemos que sabemos lo que nos impide aprender (Claude Bernard).
Un ejemplo de escuela avanzada en todos estos campos fue la Escuela Racionalista de Ferrol, basada en las ideas del pedagogo catalán, Françesc Ferrer i Guardia. Fue fundada en mayo de 1932 por Francisco Iturralde Cabeza de Vaca, oficial de telégrafos, aunque su director fue Matías Usero Torrente. Proporcionaba una enseñanza mixta (para niños y niñas), científica, laica, un trato amable con los alumnos con ausencia absoluta de los brutales castigos físicos propios de aquella época y excursiones educativas. Ocasionalmente, los alumnos más aventajados auxiliaban en las tareas docentes.
En esta misma línea, destacó Juan García Niebla, que atendió sucesivamente las escuelas públicas de Caranza, A Cabana y Canido y que recientemente ha sido homenajeado, como colofón a un pequeño, pero no menor, libro de Guillermo Llorca Freire. La sublevación del ejército contra la República en 1936, puso fin a estas experiencias de manera brutal, siendo pasados por las armas tanto Iturralde, como Matías Usero y García Niebla.
Enseñar contenidos vs aprender a aprender
Seguramente, estos maestros que al mismo tiempo eran pedagogos, no necesitaban imponer su autoridad en las aulas, porque sus alumnos no se la cuestionaban, pero en nuestros días, esa concordia entre maestros y pedagogos se ha roto y ambos colectivos conviven tensionados. La idea de premiar el esfuerzo individual del alumno, porque la escuela se creó para transmitir conocimientos y el profesor está para enseñar, era algo que parecía indiscutible, hasta que los actuales pedagogos empezaron a decir, que una cosa era enseñar y otra que los alumnos aprendan, como si pudieran hacerlo por ciencia infusa.
Los pedagogos acusan de reaccionarios a los enseñantes y a su vez son acusados de charlatanes. Yo he formado parte de esa vieja guardia de profesores de BUP que entramos en 1977 en la escuela, no fuimos autoritarios, explicamos los contenidos académicos y dimos transversalmente una educación en valores, para terminar siendo acusados por los pedagogos (que nunca han dado clase) de haber cometido el error de enseñar, ignorando el avanzado axioma, de que todo lo que se enseña tiene que divertir al alumno. Por si no hubiéramos cometido suficientes errores, estimábamos que el maestro o profesor debía tener en última instancia el mando en el aula. Semejante prepotencia parece que ha provocado graves e irreparables traumas mentales en los escolares.
Siempre entendí que había que educar a los alumnos para que fueran libres, que no es lo mismo que educarlos en la libertad absoluta, sin normas de disciplina, porque entonces el resultado es una menor preparación académica, de manera que al entrar en el mercado laboral no podrán ser exigentes y tendrán que conformarse con cualquier trabajo que les ofrezcan, es decir, terminarán siendo menos libres aquellos que hayan tenido menos ataduras en su proceso educativo. Una curiosa paradoja en la que coincido con Ricardo Moreno Castillo, autor de «La conjura de los ignorantes: de cómo los pedagogos han destruido la enseñanza».
Mucho me temo que los actuales pedagogos, también habrían calificado a Francisco Iturralde Cabeza de Vaca, Matias Usero Torrente y Juan García Niebla, como unos docentes reaccionarios, sólo preocupados de enseñar y dotar a los hijos de obreros y campesinos, de los conocimientos necesarios para progresar socialmente, es decir, de imbuirles un malsano afán de competir por ascender en la escala social.