María Fidalgo Casares, Doctora en Historia
Ferrol antaño se denominaba románticamente «la ciudad de los pintores», pero muchos no saben que no fue sólo por ser cuna de grandes nombres de la pintura, sino por la gran sensibilidad artística que exhibían sus habitantes, tanto por la dedicación a la práctica pictórica, como por el disfrute de obras originales que durante siglos, han decorado casas y establecimientos, elegantes y humildes.
Y frente a otras ciudades, en las que los bodegones eran el centro de los salones, si hubiera que elegir el género que sin lugar a dudas ha calado más en Ferrol, ha sido el paisaje, tanto es así que cuando se estudia la pintura ferrolana se suele circunscribir al término “paisajistas ferrolanos”. Un género en el que todos los artistas de la ciudad han mostrado indiscutibles rasgos comunes, pero en el que a la vez donde han permeabilizado las singularidades más definitorias de su estilo.
Rafael Romero, forma parte de este periplo de paisajistas ferrolanos. Aún marino de profesión, lleva décadas dedicándose la pintura y es un gran conocido del público. Y aunque siempre el interés comercial ha sido algo secundario en su trayectoria, ya que la pintura es sobre todo su afición -y devoción-, ha expuesto su obra estos años en diferentes salas y concurrido a certámenes, obteniendo galardones en varias ocasiones.
Siendo un paisajista en esencia, no ha dejado de mostrar una inquietud por investigar nuevos caminos y nuevas vías de expresión, como la pintura digital o el arte infográfico, obteniendo resultados sorprendentes de gran modernidad y un decorativismo claramente emparentado con el arte pop y el cartelismo publicitario. Algo que es más que reseñable en sus ya muy reconocibles series de ferias y mercados donde deja traslucir quizás más que en ningún otro género su gran pericia en el dibujo. Otra interesante, aunque casi desconocida faceta de Rafael Romero son sus sugerentes series de abstracción, donde los grafismos muestran un dinamismo expresivo de enorme atractivo y es un campo en el que debería ahondar ya que, pese a ser un tema muy manido, presenta una sorprendente y vigorosa originalidad … Experimentos loables pero que siempre deja al margen para volver al paisaje, su querencia natural.
De ahí que lo que presenta en la Galería Foro hasta finales de Junio sean treinta obras de paisajes de distintos formatos que incluyen tanto paisajes naturales como urbanos, y que abarcan desde grandes horizontes a pequeños «recunchos» , de marinas a campos labrados, de caminos arbolados a barcos amarrados… Todo es susceptible de ser representado y pasar por su filtro pictórico. El pincel del artista es el reflejo de una auténtica pulsión biológica que le hace pintar siempre su ciudad y su entorno, casi siempre del natural, a plain air sobresaliendo las escenas portuarias y sus obras de Ferrol Vello, siempre con una carga inherente de nostalgia.
Rafael Romero elige preferentemente la técnica de la acuarela que aún sigue considerada un género menor -un craso error- ya que la imposibilidad de arrepentimiento impide el repintado, con lo cual exige destreza en el dibujo y rapidez en la composición para conseguir un resultado óptimo. Esto es algo que consigue con creces al dominar con precisión la proporción, el encuadre, la perspectiva y la convivencia de lo inmediato con lo lejano, sumado a la cualidad ferrolana intangible de impregnar el paisaje de lírica y sentimiento.
Y como hemos contado en el paisajismo los pintores marcan su sello, en este caso el pintor se desmarca buscando innovación… simplificando cada vez más sus pinceladas, sintetizando y buscando colores más primarios, huyendo de la transparencia y ahondando en la poética de la mancha, que confiere a la obra un mayor vigor expresivo y que aleja sus composiciones de las acuarelas más académicas.
Rafael Romero es un clásico y no lo puede negar. Nunca defrauda. Sus acuarelas son una apuesta segura porque siempre poseen un nivel óptimo de calidad que bascula entre lo bueno y muy bueno, y permanecerán cuando ninguno de nosotros estemos aquí.. sobre todo porque poseen el valor inherente del arte: la intemporalidad..