Elucubraciones febriles de una niña de Amboage.
María Fidalgo Casares. Doctora en Historia.
“Siempre nos quedará París” decía Rick Blaine, despidiendo en el aeródromo de Casablanca a su amante Ilsa Lund . “Al menos nos quedará Amboage” pensábamos los amantes del patrimonio ferrolano, sobre todo aquellos que estamos unidos vínculos emocionales con la Plaza del Marqués.
Con las numerosas desfeitas que se han hecho en la ciudad, pese al “Monstruo de Amboage”, -Real con Arce, cuna de Canalejas-, de la que me aseguró el más famoso arquitecto ferrolano que existe sentencia de demolición, todavía seguía siendo el espacio en que jugábamos de niños y jugaban los padres de nuestros padres… Pero no, era demasiado idílico para un Ferrol al que pasan todo tipo de calamidades, que se diera el caso de “Virgencita que me quede como estoy” , y ya tuvieron que venir los modernos de turno y los acomplejados a querer retocar el Hospicio, una obra rehabilitada a medias y de la que todavía no se conoce bien su funcionalidad, aunque sería el recinto ideal para el Museo Municipal que la ciudad tanto se merece.
Por lo visto el PGOU que hizo un tal Dalda -que ni siquiera era de Ferrol ni conocía la idiosincrasia de la ciudad y que fue nombrado por puras afinidades políticas-, les permite “meter mano” a espacios municipales en zonas protegidas, mientras que maniata toda intervención privada de rehabilitación. A esto tenemos que sumar el “Síndrome Guggenheim” que asalta sin piedad a catetos de provincias. La plataforma Paralizar la rehabilitación del Antiguo Hospicio -a la que espero que todos los que lean estas líneas también se adhieran-, ya ha conseguido medio millar de firmas y lleva un manifiesto añadido con items explicativos de este despropósito que todavía no se ha aprobado pero parece que se nos avecina.
Aunque la corporación municipal ha avisado que será respetuosa con el entorno, nos hemos echado a temblar. Tras la innombrable Plaza de España, el mamarracho engéndrico del nuevo Mercado, el cajón de aluminio del Jofre, y la incomprensible demolición del racionalista Fabrica de Lápices en plena revalorización de la arquitectura industrial, ahora parece que quieren forrar una de las fachadas del Hospicio en concreto la que da a la Plaza de Amboage, con una especie de varillas blancas ibicencas.
Cierto es que en la última remodelación, un extraño y horroroso cajón que encierra el ascensor quedó demasiado a la vista y que los “enxebristas” ( corriente que me acabo de inventar que aboga por el uso y potencia estética de los materiales autóctonos en obra nueva y rehabilitación) , hubiéramos preferido que saliera la piedra o mampostería al exterior… pero bueno, bien estaba… pero no.
A finales del siglo XVIII el Ayuntamiento de Ferrol solicitaba al Consejo de Castilla la designación de Ferrol como Hospicio General del Reino y llegó a tener distintas ubicaciones. Curiosamente Ferrol era la ciudad gallega con más niños expósitos como recoge el estudio “Marginados y excluidos: un enfoque interdisciplinar” . En él Alfredo Martín habla de la gran relajación moral que vivía la ciudad en aquellos siglos, no solo porque al ser militar el porcentaje abrumador de varones llevaba a una sexualidad muy alejada de la moral católica, sino por las continuas crisis económicas. Era un tema tan grave que las cifras de niños abandonados eran las más elevadas de Galicia, incluso equiparables a las de Sevilla y Madrid.
Fue una institución importante en el Ferrol del siglo XX, en el que se veía con naturalidad que los niños huérfanos tuvieran un espacio para que fueran recogidos. Que se sepa, estuvieron bien tratados, y salvo lo que hoy sería maltrato infantil que eran esos cortes de pelo al uno que distinguían a los hospicianos que iban al Tirso, o la puerta secundaria por la que entraban al Convento de la Enseñanza, no hay constancia, ni testimonios, ni leyendas truculentas que lo rodeen, algo encomiable ya que los malos tratos físicos estaban muy en boga – si no que se lo digan a las múltiples víctimas de la Academia Rapariz, que sólo Siro y Torrente se atrevieron valientemente a recordar. Siro, en su maravilloso «Ferrol, Ferrol donde eu nacín» y Torrente en sus novelas transfigurándola en la imaginaria y terrible Tragariz.
Como niña de Amboage, por proximidad vecinal y colegial, tuve bastante relación con los niños del Hospicio, y como fui precoz lectora, el haber leído los lacrimógenos Oliver Twist y Jane Eyre – sumado a la empatía de mi condición de huérfana, provocaban en mí una especial compasión–.
Me daba pena como los escasos días que salían a la plaza a tomar el sol eran rechazados por las encorsetadas niñas de lazos que allí jugaban, que también recuerdo solían burlarse cruelmente de mi estrabismo.
Siempre procuré ser simpática con ellos y prestarles mis juguetes, pero eran muy recelosos. También recuerdo que se autoaislaban en el Colegio Reyes Católicos de Canido, centro que pese a tener un nivel académico muy superior a todos los colegios privados de entonces, los únicos niños del entorno de Amboage allí escolarizados éramos mi añorado Carlocho Cánovas, Roman y Teresita Allegue Pérez, y la que suscribe estas lineas.
Nunca olvidé a los niños del Hospicio porque entre otras cosas siguen ahí, en mis fotos de comunión en 1971 en la Iglesia de Dolores, metamorfoseada penosamente por la estetica cutre de los 70, sin altar y con sillas de okay, junto a Portelita, el niño de Juan Portela – el de los televisores-. Estamos vestidos con nuestros trajes de princesa y marineros y ellos aparecen en traje de calle con el único distintivo de celebración que una cadena con cruz en su jersey de estreno para la ocasión. Algunos eran muy mayores. Por lo visto “no sabían la edad que tenían”, algo que dejaba conmocionada mi mente infantil por algo tan baladí pero de vital importancia para un niño: el no poder saber qué día era su cumpleaños.
Y como resulta que en el actual género cinematográfico del terror, los hospicios y orfanatos son lugares fetiche, y una cosa lleva a la otra y ayer, mientras estaba en un atasco, fantaseaba con la temática de estas películas palomiteras que tanto gustan a mis alumnos adolescentes. En estos recintos suelen manifestarse los espíritus de los niños, tanto los infelices o maltratados que vagan para vengarse de aquellos que les han hecho mal, como los de aquellos que pasaron infancias felices y que retornan allí para quedarse. Al detectar alguna amenaza exterior se rebelan contra los agresores…
Y entonces un inesperado flash-back me transfiguró en la fantasiosa niña de Amboage que siempre fui e imaginé que al alcalde, concejales y a todos los relacionados con el proyecto de remodelación de la fachada del Hospicio, les asaltarían sin piedad el tipo de visiones inquietantes, captaciones ultra sensoriales de fantasmas, demonios y pesadillas terribles propios de las típicas películas en la que una inocente familia se compra una casa en la que antaño sucediera un espeluznante crimen.
Y es que en esta película del Hospicio de Ferrol, a los espíritus de estos niños anónimos les acompañarían nada menos que el de Calixto Loira el arquitecto del cementerio de La Habana que pasó allí parte de su infancia, el socialista Pablo Iglesias, que también fue hospiciano aunque en Madrid y el del niño prodigio Pepito Arriola, el Mozart gallego, vestido de gala y tocando el piano – maravillosa y terrorífica visión cinematográfica- enojado porque fue desmantelada de sus muros la placa que recordaba su generoso donativo de 5000 pesetas- caché integro del concierto que dio en el Jofre- para los niños del Hospicio ferrolano. Y porque no, ya de paso, que se les apareciera acompañado de su tía y casi-madre Aurora Rodríguez, nuestra asesina más internacional, madre de Hildegart pistola en mano, que este año cumpliría su centenario y que tanto visitaba Amboage por sus frecuentes visitas a la vecina casa de los Casares, para que con sus apariciones les hicieran claudicar de este abominable proyecto.
Elucubraciones febriles aparte, yo, como la Thyssen a los árboles de El Prado o cual guerrillera de Green Peace, prometo desde estas páginas, que si se aprueba este absurdo proyecto, y yo estoy en Ferrol cuando se acometa la desfeita, me encadenaré a la verja del Hospicio. Y soy mujer de palabra.
Y haré todo lo imposible para que mi hijo pueda seguir contemplando lo poquito que queda de esta ciudad que tanto nos duele… y que todos los que tanto amamos Ferrol, podamos seguir pensando parafraseando a Bogart mientras estrechaba a la bella Ingrid “Siempre nos quedará Amboage” .
Me gustó mucho este artículo. Desconocía muchos detalles que dices. Me trajeron a la memoria cosas de entonces. Gracias por abrirnos los ojos. Un cordial saludo.
Entretenido y original artículo que combina un montón de datos interesantes. Historia, crítica de arte, emoción, sociología y fino humor… Al Alcalde apareciéndosele Hildegart..ja, ja… Enhorabuena, srta Fidalgo