jjburgoa@hotmail.com-TIRANDO A DAR
A finales de este pasado mes de Agosto viajé a Nueva York y Washington, lugares que había visitado hace ahora cincuenta años. Es siempre interesante conocer o reconocer una cultura diferente a la europea, con todas las cosas buenas que puede ofrecer, pero también las muchas cosas malas que tiene el “american way of life”. Estoy totalmente de acuerdo con la doctrina Monroe: “América para los americanos”, o sea para ellos; a mi avanzada edad ya tengo bastante con aguantar las inconveniencias de mi tierra.
En un muelle orillado al río Hudson se puede visitar el Museo Naval y Aéreo, conjunto formado por un portaviones, el Intrepid, superviviente de dos guerras mundiales; otra veterana nave, el submarino Growler; y un auténtico icono de la aviación comercial, el Concorde de la compañía British Airways. La ciudad de Ferrol podría mirarse en este ejemplo, para conservar en su puerto comercial, como museo flotante, alguna de las fragatas de la Armada que terminan siendo desguazadas o incluso hundidas como blanco artillero.
En el impresionante cementerio militar de Arlington en Washington, entre los muchos monumentos conmemorativos y los millares de tumbas de los militares norteamericanos fallecidos en diferentes contiendas a lo largo de todo el mundo, pude ver el monumento al hundimiento del acorazado Maine en La Habana.
Una obra presidida por el palo de proa del buque, que Estados Unidos levantó el año 1915 en honor de los 261 marinos muertos en la explosión del año 1898, hecho no aclarado fehacientemente y que le costó a España la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico.
Viendo este monumento recordaba que cinco años atrás contemplaba en el barrio del Vedado de La Habana otro monumento levantado por los norteamericanos con el mismo motivo el año 1926. A la llegada al poder de Fidel Castro el año 1961 se le colocó una placa con una inscripción aludiendo a los marinos sacrificados en aras de su afán imperialista. Como podría escribir Jardiel Porcela, los pobrecitos muertos del Maine nunca llegarían a saber si fallecieron como héroes del sueño americano o como villanos del imperialismo yanqui. Ni lo uno, ni lo otro; como siempre, la historia es aproximada.
Cuando visité el año 1964 Nueva York contemplé entre Brodway y la Quinta Avenida un singular rascacielos de impactantes formas, cuyo nombre popular, Flatiron, recuerda la forma de las planchas de la época, año 1924, en que fue construido este rascacielos de 42 pisos. Cuando volví a visitarlo hace quince días, entre otras cosas, me informaron que las oficinas instaladas en su afilada proa tenían el mayor precio por m2 de todo New York.
Una obra totalmente diferente a la anterior, pero igualmente llamativa e impresionante es la el elevado rascacielos conocido como Torre de la Libertad, el cuarto ejemplar del mundo por su altura, construido en el solar que dejaron las Torres Gemelas destruidas en el sangriento atentado sufrido por la ciudad el año 2001.