Carlocho Cánovas, un ferrolano especial

maria figalgo-aMaría Fidalgo Casares

Este Octubre que comienza, décimo mes del año, será el décimo Octubre en el que Carlocho vuelva a faltar de las calles de Ferrol, aunque de vez en cuando a algunos nos parece reconocerlo en alguna esquina o a lo lejos entre la multitud.

No fue una persona “ importante”, ni jamás salió en la prensa, pero su personalidad arrolladora y bondadosa le hizo calar en el corazón de muchos ferrolanos de toda edad, clase y condición y por ello tendrá siempre un hueco en nuestra memoria colectiva, convirtiéndole sin lugar a dudas, y todas las personas que lo recuerden así lo pueden confirmar, en una de las personas más especiales del Ferrol del último tercio del siglo XX.

Juan Carlos Cánovas Nogales “Carlocho”, ( Ferrol 1965-2004) pasó toda su infancia en la Plaza de Amboage y procedía de una carlochofamilia muy conocida en la ciudad. El haber sido uno de los primeros niños hijo de padres separados le hizo sentirse distinto y dio a su carácter un aura de timidez e introversión que posteriormente superaría gracias a su extraordinaria simpatía. Fue el hijo menor de Leopoldo Cánovas, deportista pionero del judo que en la década de los 70 escribiría páginas de oro en este deporte a nivel español y que hoy es un destacado fisioterapeuta de terapias alternativas. Su madre, Finita Nogales, era nieta del compositor Andruco, autor del himno oficial de Ferrol, melodía que orgulloso tanto le gustaba oir repicar en las campanas del Ayuntamiento.

Estudiante irregular desarrolló su actividad siempre en la ciudad a la que amó como pocos ferrolanos. Un Ferrol siempre de “dentro de puertas” ya que los otros barrios le eran completamente ajenos, cual zonas exóticas que visitaba exclusivamente por necesidad , tanto que se resistía a hacer en ellas cualquier tarea . Amaba la ciudad a la que podía acceder a pie- jamás condujo- y que le hacía destrozar literalmente decenas de pares de zapatos para desesperación de su madre con la que vivió en su casa de la calle Gravina hasta que nos dejó, pues recorría la ciudad varias veces a lo largo del día siempre corriendo y saludando con afecto a todos los que se encontraba. Poseyó un desarrollo extraordinario de lo que ahora se llama inteligencia emocional, que le hacía llegar a mayores y pequeños, por su calidez y la hondura de su calidad humana.

Sus primeros trabajos estuvieron ligados a la natación, deporte en el que destacó y llegó a ser profesor, primero en el Club de Tenis Ferrol y después en la piscina militar de Batallones donde se ocupó del aprendizaje de cientos de niños que siempre mantuvieron con él lazos de gratitud que seguía constatando día a día en sus trajines por las calles de la Magdalena. Posteriormente, encauzó su vida como agente inmobiliario dedicándose a compraventa y alquiler de inmuebles, lo que le hizo ampliar más si cabe su contacto con un número ingente de personas a las que literalmente “se ganaba” y solía convertir en amigos, por lo que puede decirse que era una de las personas más conocidas y más queridas de Ferrol.

Otra de sus destacadas cualidades era su gran capacidad de comunicación. Era entrañable oírle contar capítulos de la vida cotidiana protagonizados por él – recuerdo entre ellos su relato sobre su progresiva pérdida de pelo y su resistencia a la calvicie, narrado por él sin pretensiones pero de forma magistral cual lucha titánica contra los elementos, recurriendo a todo tipo de argucias y artilugios ingeniosos que hoy le hubieran hecho ganar el concurso nacional de monólogos del Club de la Comedia. Tenía la encomiable humildad de poder reírse de sí mismo, lo que provocaba una inmediata empatía con sus interlocutores.. Sus amigos las denominábamos cariñosamente “Carlochadas”. Todavía hoy al recordarlas nos hacen sonreír y notar más su ausencia.

Su naturaleza bondadosa y un tanto ingenua le hacía mantener la deliciosa inocencia del niño que nunca dejó de ser y que le hizo no guardar rencor a nadie, incluso a determinadas personas tal vez no se lo merecían.

Gran amigo de sus amigos, tenía también la grata cualidad de ser un amigo fiel que cuidaba con afecto de los ferrolanos de la diáspora, dedicando su tiempo a que no se sintieran extraños cuando volvían a la ciudad, integrándoles en la vida cotidiana como si no se hubieran ido nunca…

Aparte de su amor por Ferrol amaba incondicionalmente la música española de los 80. Afirmaba de forma contundente que el cantante Rosendo, junto a Sabina su cantautor preferido, era de las sindicales, y sus grupos favoritos eran los Secretos y sobre todo Los Limones. Rondando la cuarentena, disfrutaba de la noche divirtiéndose a raudales con la misma emoción de los quinceañeros.

Días antes de morir extrañamente me pidió que fuéramos a Cedeira e insistió en pisar la arena de la playa de Villarrube. Hoy lo siento como una premonición, parecía quería despedirse del lugar en el que confesaba había pasado sus días más felices de niño.

Su fallecimiento inesperado causó consternación en la ciudad. Una tozuda e infantil resistencia a acudir al médico tras encontrarse mal unos días le causó la muerte… Una septicemia que cogida a tiempo le hubiera salvado resultó letal… Todavía de vez en cuando, se me aparece en sueños y le riño con aspereza por habernos dejado de esa manera tan absurda. Cuando se fue, muchos supimos que jamás en la vida volveríamos a tener a un amigo como él.

Cuando lo velábamos, varios amigos y conocidos afirmaban que se le había visto la noche anterior en las cercanías de su casa y que seguramente había conseguido escapar de la UCI del Hospital para dar una vuelta por Ferrol, algo que en caso de Carlocho era no sólo posible, sino casi seguro, aunque desgraciadamente esta vez era físicamente imposible. Estaba entrando sin saberlo en el mundo de las leyendas urbanas que tanto le gustaban.

Alguna vez me había confesado convencido que las palabras de la canción Ferrol, le parecía que las habían escrito para él. “Sé que aquí nací y aquí quiero quedarme, aquí está mi hogar donde se acaba el mar”. Cuando la oigo vuelve su sonrisa a mi memoria porque hay personas únicas e insustituibles que el tiempo no puede reemplazar, y en especial personas como Carlocho, tan enraizado en el espíritu de la ciudad en que la que nació, vivió y murió…

Siempre he pensado, y así lo he escrito, que estoy segura de que esa noche salió para no volver y quedarse para la eternidad bajo la gran Araucaria, sentado en el redondel de Amboage , nuestro círculo mágico en el que tanto jugamos de niños.

 

 

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