Manuel Molares do Val-(molares@yahoo.es-cronicasbarbaras.es)
Si Francisco José Garzón Amo, el maquinista del tren Alvia que se estrelló y mató a 78 personas por ir a 190 por hora en lugar de ir a la mitad no hubiera usado las redes sociales para demostrar una insensata pasión por ir a 200, nadie lo vería como posible responsable de la catástrofe.
Pero ya está marcado: las redes sociales son armas que pueden dañar a quienes revelan sus pensamientos y cuáles son sus debilidades cuando escriben ingenuamente mensajes buscando aplauso ajeno.
Las redes sociales como Twitter, Facebook o Tuenti encumbran nuestro ego. Nos hacen creer que somos estrellas de programas populares de televisión, como si nuestras locas ocurrencias merecieran ser admiradas por el mundo, convertido en espectador y fan.
Esa popularidad buscada se concentraba antes en los famosos. O en los periodistas que aparecen en las pantallas, aunque normalmente los profesionales serios no exponen su vida privada, sino sólo su visión de lo que les rodea.
Pero ahora toda persona tiene acceso a la red, lo que democratiza la difusión de ideas, pero que se vuelve peligrosa para quien revela sus aspiraciones y sentimientos.
Lo que se escribe en internet, debe recordarse, queda para siempre, y nuestras emociones de hoy quizás nos avergüencen o nos destruyan como al maquinista Garzón, moralmente condenado por alocado aunque no fuera culpable.
Porque se autorretrató en 2012 como amante de la velocidad por sus tweets en los que hablaba de superar los registros de los radares de la guardia civil. Eran bromas para sus compañeros, pero que denunciaban un catastrófico amor al peligro.
¡Cuidado!: millones de jóvenes españoles usan redes donde descubren su vida, ideas e ingenuidad; muchos se vuelven así objetivo de pederastas y de otros depredadores físicos y morales.