Monseñor Araujo y la iconoclastia de los 70

maria figalgoMaría Fidalgo Casares, Doctora en Historia

Cuando se aborda el convulso período histórico de la Segunda República española, y la guerra civil en la zona republicana, suele obviarse el mencionar el ingente patrimonio destruído y más aún el imputar las responsabilidades de esta gran catástrofe artística. En libros y catálogos sólo consta la repentina “desaparición” de piezas irremplazables de incalculable valor que parecen haber sido víctimas de un extraño proceso de abducción.

Precisamente esta semana que se cumple el sexto aniversario de la muerte del Monseñor Araujo Iglesias, obispo de Mondoñedo- Ferrol del 1970 al 85, se recuerda y ensalza su gran compromiso con los desfavorecidos, sus valientes pastorales, su defensa de la cultura y lengua gallega todavía en época franquista, y su cercanía a la llamada Teología de la Liberación y el nacionalismo gallego, pero no se aborda el controvertido papel que jugó en un oscuro capítulo de la historia ferrolana de la década de los 70.

Ferrol en esa época estaba dejando de ser la ciudad que había sido. Esa ciudad vital y dinámica de los grandes petroleros, salpicada de uniformes multicolores estaba desapareciendo, los problemas económicos azuzaban la ciudad, y el fuerte carácter castrense, características que tanto la diferenciaban del resto de las ciudades gallegas se iba desdibujando… La celebración de la Semana Santa más importante de Galicia, aunque fuera en toda regla una “invención de tradición” como escribía Hobswan, ya que había sido reinventada por la familia Casares en los años 40, se había convertido en uno de los símbolos más imbricados en la identidad de la ciudad. Sin embargo no fueron estas graves circunstancias antes citadas las que afectaron de forma demoledora a la Semana Santa ferrolana, sino el estallido de lo que podría calificarse sin ambages de una brutal furia iconoclasta que conllevó a la irreversible destrucción de parte importante del patrimonio artístico ferrolano.

Monseñor Obispo Araujo auspició este movimiento rupturista que conllevaría no sólo que las expresiones de religiosidad popular se vieran claramente relegadas, sino que se retiraran decenas de imágenes y cuadros, centenares de piezas religiosas decorativas, se desmontaran púlpitos, altares neoclásicos y confesionarios de maderas nobles, y se produjera un enfrentamiento radical de la nueva jerarquía nombrada por Araujo con los hermanos cofrades… Lo más sangrante fue la incomprensible instrucción, con cierto sabor a vendetta, de la prohibición de los capuces y que las cofradías de la ciudad tuvieran que procesionar a cara descubierta… algo contra natura a la estética y espíritu de las importantes procesiones ferrolanas de la época.

La versión oficial de los expertos Emilio Fernández y Ana Martín, responsabilizan al Concilio Vaticano II, y la interpretación en clave de ruptura por parte de determinados sectores eclesiales de algunas de sus disposiciones la causa de esta situación, pero la realidad es que el último Concilio no recoge ni la más pequeña referencia al abandono de la veneración de las imágenes. Si para los fieles de la ortodoxia, la idolatría pudiera ser peligrosa, más lo fue esta iconoclastia postconciliar casi herética con raíces, en todo caso, en las influencias protestantes de los obispos de Europa noroccidental, extrañamente filtradas por el tamiz de la Teología de la Liberación. En ningún caso podría explicarse por las disposiciones conciliares.

Este clima dio como consecuencia el cese de actividad de las hermandades, y significó un gran varapalo a las cofradías tradicionales ferrolanas, lugares de encuentro y convivencia de los distintos estamentos que componían la ciudad. El nuevo Ferrol comenzaría a dar la espalda a estas manifestaciones en las que con tanto entusiasmo se había volcado en décadas anteriores, lo que parecía conducir a su inexorable desaparición, dado el devenir de una sociedad que se iba laicizando a pasos agigantados…

Afortunadamente en los 80 se produciría el milagro.. un nuevo cambio de rumbo, inesperado y mágico que resucitaría y consolidaría este fenómeno singular con más fuerza que nunca… Las Cofradías ferrolanas de los 80 supieron resurgir de sus cenizas ofreciendo una Semana Santa única, transformando un hecho meramente religioso en lo que es hoy, ante todo una muestra de una ferrolanía intensa, quizás actualmente la seña identitaria más importante de la ciudad, abriendo sus brazos a todos, creyentes, agnósticos o ateos, ferrolanos y foráneos… Aceptando a todos y participando todos… pero esto ya es otra historia.

 

 

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