Gabriel Elorriaga Fernández-(diario crítico)
Hay gentes en la izquierda española que proponen reformas políticas «en clave federal«. No es fácil entender si se refieren a federalismo interno o federalismo externo. Externamente, federalismo puede ser una mayor integración de los Estados de la Unión Europea a nivel supranacional. Internamente no se sabe si significa ir más allá de las actuales autonomías, tan cuestionadas políticamente por sus despilfarros y extralimitaciones o, por el contrario, si significa regularizarlas y controlarlas con una sistemática más homogénea. Es en este último sentido en el que se recuerda la guerra civil entre federales y confederales en Estados Unidos, hasta que el poder federal se impuso al secesionismo. En el tradicional federalismo suizo, el poder federal se impuso al exceso de autonomía de los cantones. También el federalismo alemán supone un recorte al poder de los «Länder» y no digamos si nos referimos a los románticos reinos o principados del antiguo mosaico germánico. En general, las federaciones son fórmulas de integración en la unidad política de partes con antecedentes diferenciales muy acusados o intereses contradictorios. No es este el caso de las naciones más antiguamente integradas en entidades políticas superiores a través de procesos históricos unitarios reforzados por los intereses comunes y las estructuras geopolíticas propicias. La clave federal, en este caso, no es sino una alusión artificial o una vocación desintegradora.
En consecuencia debemos pensar que la «clave federalista«, de que hablan algunos sectores de la izquierda, se refiere a lo que llaman el federalismo ibérico o desbarajuste «sui generis» que, en determinado y penoso periodo de nuestra historia, después de la revolución mal llamada «Gloriosa», cristalizó en la formación del partido republicano democrático federal cuyas figuras eminentes fueron Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar, tan conocidos por la fugacidad mensual de sus mandatos y por sus abandonos del poder, al sentirse incapaces de contener el vapor de la olla que habían calentado. Porque es de suponer que no quedara buen recuerdo de la Federación Anarquista Ibérica que se opuso sistemáticamente a la II República, provocando la subversión en Cataluña, Aragón y Andalucía en 1.932 y 1.933, con la ingeniosa idea de implantar el llamado comunismo libertario que tanto contribuyó a hacer ingobernable a la administración republicana. La «clave federal» fue la clave del fracaso de las Repúblicas I y II y el fruto de un derecho que no consiste en decidir sino en incumplir la legalidad constitucional.
Todas las tentaciones particularistas desde la primera Constitución española, llamada «la Pepa», tuvieron como objetivo reaccionario romper el proyecto español de libertad y fraternidad común, intentando dividir lo que ya estaba unido. Precisamente, según escribió el Conde de Toreno en su época, las Cortes de Cádiz se propusieron «destruir todo germen de federalismo e inspirar más aliento y confianza en todos los españoles». Pero, como una maldición bíblica, los despropósitos federalistas supervivieron provocando conflictos, tanto en el pasado como en la actualidad, cuando se defiende el llamado «derecho a decidir» de un fragmento del territorio nacional olvidando lo que todos los historiadores locales nos recuerdan como curiosidades pintorescas de cómo el tal derecho sirvió para intentar crear repúblicas en Almansa, Andújar o El Bierzo, para cantonalizar Cartagena y Alcoy, para separarse Utrera de Sevilla, Coria de Badajoz, Jumilla de Murcia y Betanzos de A Coruña y para iniciar contiendas armadas entre unas y otras y obligar a las escuadras extranjeras a perseguir como buques piratas a barcos hasta entonces abanderados en España. En 1.918, unos socialistas, precursores de Pere Navarro, propusieron la receta de una Confederación Republicana de Nacionalidades Ibéricas pero, cuando en la II República vieron factible tocar poder, se inclinaron por «la gran España integral«, dejando en el baúl de las antigüedades aquellos dislates que solo mantuvieron nominalmente los dictadores comunistas, con la hipócrita cantinela leninista del derecho de autodeterminación, que no permitieron ejercer a nadie mientras pudieron, ni dentro ni fuera de su propia casa. Presentar al federalismo como un juguete nuevo es desconocer la historia de España y la historia del socialismo. La clave federal no puede ser el horizonte de ningún partido de progreso sino la regresión arcaica de los particularismos más reaccionarios inspirados por el caciquismo corrompido de todos los tiempos, nostálgico de las atribuciones patrimoniales de los señorones de horca y cuchillo.