Hay varias versiones sobre ese extraño nombre que damos a algunos extranjeros: guiris. Aquí he dejado caer alguna. Lucas Mendoza aporta otra: los soldados del Gobierno en las guerras carlistas llevaban en la silla de montar estas iniciales: GRI (Guardia Real Isabelina). De ahí que los carlistas empezaran a llamarlos guiris. El tono despectivo pasó después a los turistas extranjeros transpirenaicos. No me parece una interpretación muy convincente. En nuestros días son guiris, por ejemplo, los escandinavos o los alemanes, pero no los rumanos o los italianos.
Maribel Torbeck se alinea con Julio Iglesias de Ussel para convenir en que yo no soy pesimista, sino que finjo serlo. Agradezco la buena intención para animarme un poco, pero insisto en que mi temperamento es más bien pesimista. Aunque matizo: soy pesimista por lo que a mí respecta, y más bien optimista respecto al género humano o incluso a la raza española. Ambas reacciones se basan en la experiencia, la vital mía y la de observación de los datos de la realidad española.
Emilio Soria me pide que me aclare respecto a la palabra seccioncilla con la que defino esta veterana colaboración. A veces se me escapa escribir seccionilla, pero es una errata. El diminutivo es un poco retórico para que los libertarios se sientan como en casa. Quiero decir que aquí no se pretenden grandes construcciones teóricas o filosóficas. Nos entretenemos con los disparates y sucedidos en torno a nuestra lengua común. Aquí no hay doctrina sino fruición con el lenguaje público, a veces motivo de admiración y otras de chanza.
José Cuevas cita un bellísimo párrafo de Galdós que podría extrapolarse a la situación política actual. «Los dos partidos que se han concordado para turnarse pacíficamente en el Poder son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar del presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado les mueve; no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta». Mi primo putativo Guillermo de Miguel objeta a ese texto «la ortografía imperdonable» de don Benito al decir pobrísima en lugar de paupérrima. No tiene razón don Guillermo. Primero, porque la ortografía cambia a lo largo del tiempo. Segundo, porque toda la vida de Dios en castellano se han alternado algunos superlativos con el sufijo -érrimo o -ísimo para la misma raíz. Por ejemplo, pobrísimo o paupérrimo. La forma en -érrimo suele ser más culta o formal. No me extrañaría que don Guillermo coincidiera con don José (tan cultos ellos) en que hay algunas mozas que están buenérrimas. Por lo demás, la crítica regeneracionista de Galdós debe interpretarse con el hecho de que el canario fue diputado cunero por Puerto Rico, isla donde nunca estuvo. Le gustaba demasiado Madrid.