Curiosidades de la Lengua

Amando de MiguelAmando de Miguel

Juan Romero-Girón se extraña de esa construcción de dos negaciones que no produce un resultado positivo. Por ejemplo, «no quiero nada» no significa que quiere algo sino literalmente que no quiere. Don Juan arguye que en inglés está más claro, al decirse, por ejemplo, «I don’t want anything». Puede ser, pero un negro norteamericano puede decir «I don’t know nothing», que es lo que pensamos en español. Ese nada realmente no es otra negación sino un refuerzo de la anterior.

Agustín Fuentes anota un nuevo palabro en la jerga de los jueces: conexidad. Se supone que debe de ser conexión, relación. La orgía de neologismos no parece tener límite.

Hay varios correos sobre la pequeña polémica de jarro/jarra. Gabriel Ter-Sakarian recuerda la enseñanza de un profesor de Gramática de la Complutense. La regla era que, en los seres inanimados que pueden ser masculinos o femeninos, el femenino es de mayor tamaño. Así, la bolsa es más grande que el bolso, la charca más grande que el charco, la cesta más grande que el cesto, etc. Añado que «el charco» puede ser nada menos que el Atlántico. Por otro lado, es claro que la frasca es más grande que el frasco. Don Gabriel replicó al profesor que la barca es más pequeña que el barco. Podría haber añadido que la cuchilla es más pequeña que el cuchillo. Es decir, hay ejemplos para todo. Félix Redondo sostiene que el jarro suele ser de barro, mientras que la jarra puede ser de vidrio. No me parece una diferencia precisa.

Lerón Zeldis (desde Israel) me ilustra con este detalle: con los hilos de la trama se forman figuras, mientras que los de la urdimbre permanecen casi invisibles en el dibujo del tejido. Interesante observación. Pero sigue siendo un misterio el hecho de que la trama se asocie a una intriga, una conspiración. No logro entenderlo.

Hay muchos más misterios en torno al idioma. Por ejemplo, ese parentesco entre idioma e idiota. Más mollar es la cuestión de por qué los niños aprenden a hablar y escribir con soltura el idioma materno. En cambio, a los adultos les da mucho trabajo aprender una segunda lengua, y más aún si son españoles. Es más, a los extranjeros no hispanohablantes que vienen a España les cuesta muy poco soltarse a chapurrear el castellano en cuanto toman unas pocas clases. Ese doble hecho nos produce a los españoles un constante complejo de inferioridad. No logro explicarlo. Son muchas más las cosas que ignoro que las que sé.

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