Víctor Corcoba Herrero / escritor-(corcoba@telefonica.net)
La clave de los sistemas constitucionales es que funcionen con independencia, transparencia y eficacia, todas sus instituciones. Esta necesidad, en buena parte del mundo, se ha convertido en un imperativo tan urgente como preciso. Nunca ha habido tanto intercambio entre Estados, sin embargo sirve de bien poco, puesto que las injusticias crecen y la vida sobre la tierra se continua menospreciando según el poder adquisitivo de las gentes. Perduran enormes zonas de violencia, multitud de sectores sin esperanza alguna de vida, desigualdades que acrecientan la falta de autoridad de organismos internacionales. Y lo malo de todos estos desajustes, es la creciente falta de ética de los dirigentes, que han hecho del poder el mayor negocio y no el mejor servicio. Cuando se pierde la confianza en los estados sociales, democráticos y de derecho, todo camina a la deriva, sin rumbo, y son los movimientos de la sociedad civil, los que intentan poner orden y concierto en un espacio sin ley.
Unos movimientos sociales, que no siempre son democráticos, ni pacifistas, a los que también suelen moverle ciertos intereses de grupo. De ahí, la importancia de que las instituciones democráticas funcionen con claridad, sean más responsables y, sean ellas, las que en verdad se interesen por los ciudadanos. El día en el que el mundo promueva en autenticidad los principios de la gobernabilidad democrática, especialmente en lo referente a la lucha contra los derechos humanos, la corrupción y el desgobierno, la igualdad de oportunidades y el fortalecimiento de las personas más débiles, habremos dado el paso más significativo de nuestra historia como especie humana. No podemos, ni debemos, dejar perder la confianza de la ciudadanía en las sociedades democráticas. Tenemos que procurar entre todos unos líderes garantes para que las formas constitucionales de gobierno funcionen debidamente.
«Nosotros los pueblos»
Porque, como dice la Carta de las Naciones Unidas, somos «nosotros los pueblos», los que tenemos que hacer valer las instituciones en favor del bien de la colectividad, y no de un partido determinado, así como de los derechos sociales y culturales para todos. Hoy más que nunca, es vital que las instituciones actúen de manera conjunta y coordinada en la toma de decisiones, no en vano los destinos de todos los países están vinculados. Esta actuación en común es también un imperativo urgente para que las decisiones sean globales, y no sectoriales. La unión y la unidad institucional y de los Estados, contra todo caso de corrupción, es fundamental para seguir avanzando hacia un desarrollo más equitativo y estable. De lo contrario, pondremos en peligro el funcionamiento constitucional y su cultura democrática.
Todos, con todas la instituciones, tenemos que poner coto al extendido soborno y a la persistente malversación de caudales públicos. Todos los países de este mundo mundial deberían promover la rendición de todas las cuentas, sin posibilidad de presupuestos alternativos, con un marco jurídico emancipado de todo poder, para que pueda realmente protegerse de represalias cualquier persona que denuncie comportamiento corruptos. Desde luego, una cultura institucional basada en la ética es uno de los mejores revulsivos contra hechos ilícitos. Los ciudadanos que dirigen las instituciones han de ser individuos dispuestos a desempeñar su trabajo de manera honesta y con un único fin, la de servir al bien común. Cuando se pierde esta capacidad de servicio, las personas deberían inhabilitarse para siempre de cualquier cargo institucional.
Conjugar libertad, desarrollo y justicia
Lo que se precisan, y además con carácter urgente y preciso, son instituciones que alienten a conjugar libertad, desarrollo y justicia, de manera solidaria y abierta. Esto es aún más necesario en estos momentos, marcados por profundos cambios sociales. En efecto, los procesos económicos actuales tienden hacia una globalización a la que no se le puede poner fronteras, pero sí ética. En realidad, la riqueza producida queda a menudo concentrada en determinadas manos, que hacen bien poco o nada por compartir. Mirando hoy al mundo, vemos signos de retroceso devastador, y son las instituciones las que deberían, en contacto continuo con la conciencia de las personas, establecer nuevas hojas de ruta, que mejorasen la convivencia, para establecer luego actuaciones justas que mejorasen la cooperación. No olvidemos que la grandeza de la función de los responsables institucionales consisten en actuar respetando siempre la dignidad de todo ser humano, creando condiciones humanitarias para que ningún ciudadano quede al borde del camino, reconociendo y poniendo en práctica los más altos valores humanos.
Deberíamos ser más conscientes, por tanto, del papel esencial de las instituciones, cuya razón de ser ha de ser siempre y en todas partes, el ser humano, sus inalienables derechos y los derechos de toda la comunidad. ¿Qué sociedad es esta que es incapaz de orientarse hacia el bien social, y de garantizar dicho bien a cada ciudadano?. Está visto que todo debe subordinarse a las personas y no al contrario. Otro mundo debe ser posible. Otro mundo con un orden social más ético, edificado en la justicia y vivificado en la auténtica solidaridad, con unas instituciones más entregadas a los seres humanos, y no en la búsqueda de beneficios personales o de grupo, descuidando totalmente el auténtico sentido de servicio a la ciudadanía.
Esto suele suceder en momentos como los actuales, en los que se despoja a las instituciones de toda referencia moral. Si no existe una verdad capaz de guiar y orientar la acción institucional, difícilmente vamos a ser referente, ni referencia de nada. Está visto que una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia. Por consiguiente, si seguimos deseosos de construir juntos un mundo de bienestar para todos, tenemos que pensar más en metas comunes, y no en nuestras egoístas cimas, abriendo las puertas a un mejor uso del trabajo. Que no es otro, que aquel que se realiza más plenamente desde la entrega y el servicio incondicional.
En cualquier caso, pienso que para recuperarnos de esta crisis, necesitamos todos humanizarnos. El día que la humanidad se ame como tal, habremos conseguido avanzar en el buen sentido. Al fin y al cabo, los enemigos mayores de la especie humana es la especie misma. Nada ni nadie puede destruirnos como nosotros. Así de claro y así de cruel.