Víctor Corcoba Herrero/ Escritor-(corcoba@telefonica.net)
Coincidiendo con el aniversario de la creación de la Organización Mundial de la Salud en 1948, el siete de abril, y considerando que la felicidad radica ante todo en la salud, se me ocurre sembrar una serie de advertencias, sin obviar el entusiasmo de la alegría como ingrediente principal en el compuesto de la energía.
En los últimos tiempos, también hemos retrocedido en la cobertura sanitaria universal. Las políticas sanitarias en el mundo dejan sin una asistencia sanitaria de calidad a buena parte de la ciudadanía, siempre los más pobres y los más vulnerables. No hay dinero para prevenir las enfermedades, tampoco para promover estilos de vida más saludables, y mucho menos para proteger a las personas de las amenazas para la salud como las pandemias; en cambio, si hay dinero para armamento, para derroches, para que el rico siga acrecentando su riqueza. La imposición de tasas a los usuarios de los servicios sanitarios, lo que hace es impedir que las personas con bajos ingresos económicos puedan acudir. Una regresión totalmente injusta e inhumana que debe hacernos recapacitar. Tanto es así, que la asistencia sanitaria hoy ya es un privilegio para algunos, en este mundo crecido por la injusticia y la falta de ética.
Sin duda, la asistencia sanitaria es un poderoso factor de desigualdad y expresión última de crueldad. Cada país, por tanto, debe labrar su propio camino de prioridades. La salud pública debiera ser una preocupación fundamental para todas las autoridades. Normalmente la gente prefiere recibir asistencia sanitaria lo más cerca posible del lugar en el que reside, por lo que no es de recibo cerrar centros de salud, puesto que es un derecho humano. Sin embargo, se permite el gasto irracional en proyectos faraónicos de difícil utilización. Lo primero son las personas. Por tanto, a mi juicio, debe de hacerse más hincapié en la necesidad de prestar una salud integral e integradora, donde nadie quede excluido de la prestación sanitaria. Evidentemente, ha de prestarse mayor atención a los países que atraviesan por dificultades, que soportan una carga desproporcionada de enfermedades y mortalidad. No podemos, pues, aceptar sistemas sanitarios que no ofrecen el acceso a todo el mundo, ya sean ricos o pobres.
Mientras el mundo se enfrenta a los desafíos conjuntos de la desaceleración económica, la creciente globalización conllevará un aumento de enfermedades, y, por consiguiente, las demandas de la atención a los enfermos serán cada vez mayores. A mi juicio, los gobiernos deberán trabajar por encontrar los recursos precisos para la financiación sanitaria para hacerla extensible y, al mismo tiempo, se deberán establecer medidas de control para utilizar los recursos de una manera óptima. Invertir en salud es tan preciso como necesario. Es el mejor avance. La vida y la salud tienen que ser nuestros bienes más preciados. En esto no podemos, ni debemos, entrar en crisis. El mundo, para ello, debería lanzar la idea de asegurar a todos los moradores del planeta, una respuesta urgente y coordinada para reducir al mínimo cualquier amenaza en materia de salud.
Estoy convencido de que todos los países pueden hacer más por mejorar la situación sanitaria de su pueblo. Los servicios de salud han de ser accesibles y asequibles a toda la humanidad. Es cierto que las necesidades sanitarias de todas las poblaciones crecen sin cesar y se ha de hacer frente al aumento de los costos de dichos servicios, pero la solución no pasa por introducir una tasa por dicho servicio, sino por lograr una cobertura sanitaria universal sostenible. Al fin y al cabo, de lo que se trata, es de recaudar más fondos para la salud. Y esto, hay que llevarlo a cabo de modo equitativo y el gasto de manera eficaz. El simple hecho de gastar de manera más inteligente, no tengo ninguna duda que ya incrementaría, en positivo, la cobertura sanitaria mundial. Ciertamente, no se puede cambiar la salud por el negocio, ni la transparencia por el poder. Lo fundamental es la realización de investigaciones sanitarias y la aplicación de sus resultados para ayudar a fomentar comportamientos saludables.
Desde esos comportamientos sanos, debe partir nuestra solidaridad. Por consiguiente, el esfuerzo por asistir se ha de extender a todo ser humano, puesto que esa atención sanitaria va desde el cuidado del enfermo hasta los tratamientos preventivos, buscando el mayor desarrollo de la persona y favoreciendo un ambiente curativo. En el fondo, todos tenemos el fuerte compromiso de tutela y de cuidado, es un deber de adhesión que no excluye a nadie, ni siquiera a los que por su propia culpa han perdido la salud. Precisamente este año, para el día mundial, se ha elegido el tema de la hipertensión, algo que nosotros mismos podemos reducir, siguiendo una dieta equilibrada, evitando el uso nocivo del alcohol, haciendo ejercicio con regularidad, manteniendo un peso saludable, evitando el consumo de tabaco. O sea, activando el cuerpo de manera sana y que la mente repose.
En definitiva, que todos estamos obligados a crear entornos que favorezcan comportamientos saludables, mediante unas políticas públicas más acordes con los nuevos tiempos. De no corregir estos desajustes en la asistencia sanitaria, continuarán las regresiones en materia de salud, y muchas poblaciones desfavorecidas perderán el tren de la vida. Sin duda, el cambio climática y la inseguridad alimentaria, las fuertes tasas de desempleo, van a tener grandes repercusiones en la salud en los años venideros, de manera que una respuesta a tiempo será la mejor manera de afrontar el futuro. Es buena la unidad de acción y los llamamientos en pro de la atención integral universal, pero ha llegado el momento de las actuaciones concretas. Y aún mejor es el entusiasmo por la cobertura universal en un mundo en el que las desigualdades sociales y de ingresos se han disparado. Ahora bien, este acceso a la asistencia sanitaria y a los medicamentos esenciales resultarán más beneficiosos si se distribuyen apropiadamente y son utilizados correctamente por los pacientes. Ya saben, a veces conviene cerrar un ojo, pero no es prudente cerrar ambos a la vez, puesto que con la salud no se juega.