El paro

Gabriel ElorriagaGabriel Elorriaga Fernández-(diario crítico)

El paro es el problema más sensible para los españoles, «pero temporal», según Rajoy. Es evidente que la inactividad de millones de personas provoca una fractura que afecta no solo a cada una de las personas en tal situación sino que repercute en los núcleos familiares, pone en riesgo grave la viabilidad de los sistemas de solidaridad social y reduce la capacidad de consumo necesaria para las actividades industriales y comerciales supervivientes a las dificultades de la crisis económica.

La gravedad del problema se acrecienta cuando, por fortuna, la economía superviviente comienza a dar síntomas de mejora. España da señales de evolución positiva. La prima de riesgo baja como síntoma de recuperación de confianza. La llegada de inversiones del exterior sucede a la fuga de capitales. Las exportaciones y el turismo crecen. La idea del rescate se aleja. El sistema bancario se presenta salvaguardado. En conjunto, la economía parece que puede salir del largo túnel por el que transitaba, pero el paro continúa en niveles insostenibles. En resumen, la crisis económica tiende a superarse pero la crisis social continúa por ahora. El presidente Rajoy se atreve a pronosticar, con moderado optimismo y demasiada parsimonia, que «2.014 será un año de crecimiento económico y de crecimiento del empleo».

Cuando la economía cae el desempleo crece pero, cuando la economía remonta, el empleo no crece simultáneamente. Las medidas, quizá imprescindibles, para la recuperación no influyen en el mercado laboral porque son restrictivas y, consecuentemente, alimentan el paro. La restricción de la oferta de empleo público, la subida de impuestos, la eliminación de duplicidades administrativas, la suspensión de programas de construcción, la fusión de empresas o la desaparición de muchas y la reducción de plantillas son medidas de saneamiento económico a la vez que recortes de personal. Hasta la innovación tecnológica elimina puestos de trabajo. Las empresas más innovadoras crean riqueza pero reducen empleo.

Por duro que sea decirlo, es evidente que sin reducir el déficit y aumentar la competitividad no es posible mejorar la situación social y que las correcciones mencionadas eran necesarias para salir de la recesión y son, inevitablemente, previas a la reactivación laboral. No es posible que los efectos de las correcciones tengan un impacto social simultáneo y matemáticamente sincronizado. Las políticas de austeridad son una respuesta inevitable y correcta a la crisis pero deben ir acompañadas de una preparación de nuevas propuestas de compensación e integración laboral. Pueden ser aceptables y el pueblo español está demostrando una gran capacidad de solidaridad y sacrificio. Las reformas orientadas a sanear las finanzas, mejorar la competitividad productiva y equilibrar las cuentas públicas se entienden. Pero es la hora de que, también, cuando menos, se vislumbre la luz de salida del túnel del paro con programas capaces de aliviar en corto plazo los efectos perversos de la crisis heredada y de los recortes inevitables. Un sistema más flexible y moderno de relaciones laborales, con convenios de empresa y contratos de empleo juvenil que compaginen trabajo y formación se imponen. La creación de empleo debe ser estimulada con medidas de urgencia. No puede seguir inmune la fractura social que afecta a tan gran parte de la población de una nación con posibilidades de desarrollo o se creará un problema crónico políticamente inasumible.

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