(José Carlos Enríquez)-La diócesis de Mondoñedo-Ferrol vivió este sábado, día 15 de noviembre, una tarde intensa y profundamente inspiradora con la presentación oficial de la exhortación Dilexi te del papa León XIV. Las intervenciones del obispo Fernando García Cadiñanos; el mercedario P. César Carreño; Roberto Ferreiro, gerente de proyectos de la congregación de la provincia europea de Oblatas ; y la psiquiatra cubana Rosa Laura Montes de Oca construyeron un mosaico de reflexiones que ayudaron a comprender el corazón del mensaje: Jesús se revela en los pobres, en los débiles, en los que el mundo deja a un lado.
Fernando García Cadiñanos abrió la jornada con una imagen sencilla y poderosa. Recordó que, cuando hacemos una mudanza, protegemos lo frágil para evitar que se rompa. “Así actúa Dios, explicó, pone en sus manos lo débil, lo pequeño, lo que el mundo puede despreciar”. Desde esa imagen iluminó el mensaje del Evangelio «lo que se hace a uno de los pequeños, se hace a Cristo», y recordó con palabras de la Primera Carta de Juan que «no se puede amar a Dios sin amar al hermano. La historia de la Iglesia —añadió— debe leerse como una historia de caridad, de amor recibido y amor compartido, y no simplemente como una cronología de papados o decisiones doctrinales».
El obispo insistió también en que la pobreza actual tiene muchos rostros. No solo se mide en dinero: aparece en la soledad, en la depresión, en el aislamiento, en las heridas silenciosas. «Estar junto al pobre, dijo, es la prueba del algodón del Evangelio”, aquello que muestra si la Iglesia es fiel a su misión. Y señaló tres caminos indispensables: el compromiso concreto, el cambio de estructuras injustas y la conversión de la mirada, superando prejuicios que culpabilizan a los pobres o los ven como un estorbo social.
El P. César Carreño llevó la reflexión a los orígenes del cristianismo. Recordó que Jesús no solo habló de los
pobres, sino que vivió con ellos y los tocó con sus manos. «Desde el siglo I —afirmó— los cristianos entendieron que no se puede separar la fe de la caridad«. Por eso denunció la incoherencia de celebrar la Eucaristía sin una vida que abrace a los últimos. Para él, el Evangelio solo se anuncia tocando la carne del que sufre.
El mercedario evocó también ejemplos históricos: los monasterios que se convirtieron en casas de acogida, la caridad de San Cipriano en tiempos de peste, la entrega de Juan de Dios y Camilo de Lelis con los enfermos, y la pobreza vivida como un privilegio por Santa Clara de Asís. “La contemplación auténtica —dijo— siempre desemboca en compasión”.
Por su parte, Roberto Ferreiro señaló que el rostro de Dios se encuentra en las personas heridas, en quienes han quedado al margen. Explicó que Dilexi, del Papa Francisco, «te llama a salir de un buenismo superficial y a acercarse a la realidad de los más vulnerables con decisión«. Recordó que Jesús se enfrentó a las injusticias de su tiempo y denunció la mentalidad que atribuye el éxito solo al mérito personal, olvidando las desigualdades reales. Animó a construir comunidades capaces de acoger de verdad y de trabajar por la justicia con ternura. Y subrayó que la fe no puede caer en la tibieza: debe tener el coraje de incomodar cuando la dignidad de los pobres está en juego.
La intervención de Rosa Laura Montes de Oca aportó una profundidad especialmente humana. Habló de su
padre y de cómo crecieron juntos en el amor a la Palabra de Dios. Recordó un versículo que él repetía con frecuencia “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos”. «Ese clima familiar —dijo— marcó su manera de mirar la realidad, especialmente a los más vulnerables».
Contó que eligió la psiquiatría porque quería dedicarse a quienes sufren en silencio, a quienes pocas veces encuentran comprensión. Desde su experiencia señaló que los enfermos de salud mental siguen siendo, a menudo, los más marginados, y que en ellos ha descubierto una fuente sorprendente de sabiduría y humanidad. “Los pobres nos evangelizan, afirmó, porque revelan una forma de tener a Dios en el corazón que no depende de los éxitos ni de las circunstancias”.
Habló también del valor de soñar. Explicó que los pobres tienen derecho a soñar igual que cualquier otro ser humano, a imaginar una vida mejor, una dignidad plena. Evocó una frase de Shakespeare que mencionó con emoción: “Estamos hechos de la misma materia que los sueños”. Desde ahí defendió que la esperanza no puede ser un privilegio reservado solo a quienes lo tienen todo fácil.
Compartió, además, lo que supone para cualquier persona comenzar de nuevo lejos de su tierra, con el peso del desarraigo y el esfuerzo acumulado de años de estudios y trabajo. «Hablar de la emigración desde Cuba —dijo con dolor— es hablar de la distancia, de la nostalgia, de la incertidumbre y del desafío de volver a empezar, incluso cuando los títulos y los esfuerzos no se reconocen inmediatamente». Lo expresó desde su vivencia personal, poniendo voz a tantos que llegan con el corazón dividido entre lo que dejan y lo que esperan construir.
La tarde concluyó con una sensación compartida: Dilexi te no es solo un documento, sino una llamada viva a volver a lo esencial del Evangelio. Una invitación a ser una Iglesia que sostiene lo frágil, que toca la herida del mundo sin miedo, que ofrece justicia, ternura y acogida. Una Iglesia donde todos —especialmente los que más sufren— tienen derecho a soñar
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