Julia Foces, del grupo scout de Ferrol y la natación al silencio del Carmelo

(Diócesis) Julia es una monja carmelita de clausura, con raíces muy ligadas a Ferrol y actualmente destinada en un monasterio de Belén. Durante unos días regresó a su tierra y pudo compartir con nosotros su testimonio de fe, su vocación y su misión en Tierra Santa.

A través de esta entrevista relata cómo descubrió su llamada al Carmelo, cómo vive la oración contemplativa en medio del conflicto palestino-israelí y qué mensaje quiere lanzar a los jóvenes y a toda la Iglesia al comenzar el tiempo de Adviento.

La película «Los domingos», sobre la vocación de una joven, está en boca de todos. ¿Cómo surge tu vocación y cómo la descubres?

Me llamo Julia Foces Zaratiegui y soy la tercera de una familia numerosa de once hermanos. Nací en Madrid, pero a los dos años mis padres, con los cuatro hijos que tenían entonces, se establecieron en Ferrol. Estudié en el Colegio London toda la Primaria y el Bachillerato y COU los hice en la Filial del Instituto de Canido. Mi parroquia fue siempre la del Carmen, donde íbamos a la catequesis y luego a la misa dominical.

Pertenecí a las Guías de España y a los catorce años entré en el único equipo de natación que había entonces en Ferrol. Siempre al aire libre, entre la montaña y el mar. La naturaleza siempre me ha entusiasmado, el mar me hablaba y me habla fuertemente de Dios, su belleza, su grandeza y su fuerza. Siempre mostrando en su inmensidad también su misterio. Puedo decir que lo tenía todo, mi familia, mis amigos casi como hermanos en natación, el grupo Scout al que me incorporé a los quince años, pero siempre sentía un vacío en lo profundo de mi ser , un “algo” que no se puede especificar.

Mis padres eran muy buenos cristianos, de corazón, con mucha formación religiosa, muy comprometidos en las actividades de Cáritas, la parroquia… Y mi madre, sobre todo (tenía muchos primos sacerdotes, misioneros y misioneras en Thailandia, en Vietnam…), nos hablaba frecuentemente de sus vocaciones, lo bonita que era la vocación. Nos suscribieron a la revista infantil de los Misioneros Combonianos ”Aguiluchos” y creo que en mi propia casa nació mi vocación misionera. Leía con avidez cada vida o semblanza de los misioneros y sentía que la “llamada de África” cada vez tomaba más fuerza en mi corazón. Mi madre tenía también una prima carmelita descalza, pero cuando hablaba de ella a mí me sonaba como una vocación de “astronauta”, muy rara muy lejana y como para gente tan especial como los astronautas.

Pero al terminar las clases en COU y empezar a prepararnos para la Selectividad nos dijeron que una compañera no venía porque entraba en el Carmelo. Muchas compañeras de clase empezaron a decir que eso era de “masoquistas”, de tiempos de la Edad Media, etc., pero para mí fue el momento de la llamada, era una persona cercana y no rara, de mi propia clase, una astronauta conocida… sentí fuerte esta pregunta: ”Si ella sí, ¿por qué no yo también?

Empecé primero de Derecho en Santiago; hubiera querido hacer Medicina, siempre pensando en las misiones, pero somos muchos hermanos y tenía miedo de no ser capaz de sacar limpio cada curso, así que opté por lo que me parecía más accesible para mí, siempre con el Carmelo en el fondo del corazón. No sabía ni cómo encontrar a mi compañera, cómo acercarme al Carmelo, cómo contactar…

Dios, cuya presencia y amor me cercaba sin poder “escapar” de esa especie de asedio, puso en mi camino a la sobrina de otra carmelita del Carmelo de Santiago, así que, sin decirle mis intenciones, la acompañé a ver a su tía. Después vino también mi compañera, ya novicia, que le parecía imposible que a mí me interesase nada de la vida consagrada, viéndome siempre con la bolsa de deportes colgada al hombro. Me dejó para leer la “Historia de un alma“, de santa Teresita de Lisieux, patrona de las misiones con san Francisco Javier, y su lectura me iluminó mi vocación: comprendí que Dios me quería y me invitaba a ser misionera, pero en el mundo entero, porque la oración abarca todos los tiempos y todos los lugares.

Terminé malamente el curso porque me era difícil concentrarme y comencé mis visitas semanales para un conocimiento mutuo a la comunidad del Carmelo. Yo quería terminar la carrera pero el apremio interior era tan grande que, al terminar el verano, el día de la fiesta de Santa Teresita entraba en el Carmelo de Santiago.

Pocos días antes, estando en la playa de Ponzos con mi madre y mi hermana Carmen Mari, mi madre oyó que alguien estaba pidiendo auxilio. Aparentemente el mar estaba muy tranquilo. Vimos una cabeza a lo lejos: pregunté a mi madre qué hacía y me dijo que fuese a ayudarle. Lo encontré desmayado y, al intentar volver a la playa, la resaca, que no se veía, me impedía volver atrás. Grité, literalmente, varias oraciones, pero especialmente el padrenuestro y, como los apóstoles, también le grité a Dios si no le importaba que nos ahogáramos los dos. Sentí la angustia muy fuerte y, al terminar el padrenuestro, cedió la resaca y pude traer a la orilla la persona, siempre desvanecida. En la orilla, un grupito de personas identificaron que era un sacerdote. Fue como el sello de mi vocación, pues las carmelitas tenemos como una de nuestras intenciones más fuertes orar por los sacerdotes.

En un mundo utilitarista, la vida de contemplación y de oración en un claustro no es muy comprendida…
Sin fe es imposible comprender lo que parece una existencia despilfarrada. Siempre se dice que “¡hay tanto que hacer en el mundo y en la Iglesia!”. Nuestra vocación vive a Dios como el Absoluto de una vida que merece, él sólo, una dedicación tan exclusiva a su adoración y a su culto.

Jesús pasó muchas horas de su vida orando al Padre, sobre todo las noches, su oración era tan eficaz como sus milagros y necesitaba intercambiar con el Padre su amor de Hijo. La vida contemplativa está ante Dios por todos; no es un intimismo amoroso que busca estar bien tu misma sola, sino ser una oración ininterrumpida de alabanza a Dios Padre, y una oración de intercesión o petición por todas las necesidades, sufrimientos, y también alegrías y esperanzas de todo ser humano.

Todos somos hermanos y no olvidamos a ninguno en nuestra sencilla petición diaria, sobre todo en la eucaristía ofreciéndonos con Jesús. Sólo la oración cambia el corazón de las personas, un corazón endurecido, que no le importaban los hombres ni temía a Dios fue cambiado por la oración constante y cansina de una viuda pobre. Así somos, pobres que día y noche clamamos a nuestro Padre. Creemos que la oración cambia el curso de la historia.

Actualmente te encuentras en un monasterio de Belén…

El Carmelo somos una comunidad internacional, que se alimenta de vocaciones y de votos solemnes que pedimos ir a Tierra Santa, cada una atraída por algo particular. Vivir entre personas de procedencias tan distintas es una gracia muy grande, pero necesitas abrir la mente y el corazón para acoger las distintas culturas, que son una riqueza inmensa.

Santa Mariam

Nuestro Carmelo ha dado a la Iglesia una santa, Maryam Baouardy, galilea de nacimiento y fundadora de nuestro Carmelo. Ella atrae a muchas hermanas, pero a mí me atrajo el niño Jesús, su nacimiento en pobreza total, hasta sin casa propia. Mi monasterio de Santiago había cerrado y quise recomenzar donde Jesús había empezado.

El monasterio es muy pequeño y muy pobre .Se realizó enteramente con materiales propios de Belén para compensar a san José la mala acogida de sus habitantes cuando nació Jesús. En el Carmelo hasta los trabajadores eran muchos Betlehemitas, así que el sello de la Natividad de Jesús, la Maternidad de María y la figura de san José marcan nuestra comunidad.

Belén forma parte de Palestina, o sea que vivimos en medio del pueblo árabe, que son la mayoría musulmanes pero con otra proporción de cristianos de todas las confesiones, con los que convivimos pacíficamente. Escuchamos a los muecines convocar a la oración una hora antes de la salida del sol, durante la mañana a mediodía y por la tarde, así como al ponerse el sol y durante la noche. Está lleno de mezquitas. Al mismo tiempo se escucha el sonido de las campanas de cada iglesia y cada monasterio, o sea que la llamada a la oración es constante en nuestras dos religiones.

Los árabes palestinos nos quieren y respetan por ser mujeres de oración, no hay demasiada cercanía entre ambos pero si un gran respeto. Los cristianos palestinos son muy fervientes, muy expresivos en su fe, participan en todo lo que se prepara con mucho entusiasmo. Belén es un pueblo muy pobre, por su proximidad a Jerusalén está como un gueto entre Israel y Palestina. Su pobreza se desborda con nosotras dándonos de lo que no tienen incluso.

Desde la guerra no pueden salir a trabajar en Jerusalén, la ausencia de peregrinos interrumpió toda actividad hostelera, la venta de recuerdos hechos por artesanos locales y la suma pobreza se abate sobre la ciudad. Los árabes comparten entre sí lo poco que tienen, nunca dejan a ninguna familia sin nada si alguien tiene: es un pueblo muy hospitalario y acogedor.

Los jóvenes sueñan con poder salir de allí y venir a Europa o marchar a América, pues no ven futuro para ellos y empieza a haber mucho problema de droga por lo que necesitan vida, necesitan esperanza, que se les vaya a ver y acompañar.

No hay peligro en los lugares santos, me gusta animar a ir en peregrinación justo ahora que hay pocos peregrinos para poder orar largamente en cada lugar. Nuestra comunidad resiente también la ausencia de peregrinos, nos ayudan otras comunidades de Europa. Tenemos una vida muy sobria con muy pocas exigencias en todos los aspectos. Cáritas ayuda muchísimo asistiendo a los más desfavorecidos. Se envía ayuda a la Custodia Franciscana de Belén o a la propia Cáritas de Tierra Santa.

La vida del claustro es muy desconocida. ¿Cómo es el día a día en un monasterio y qué crees que es lo que más sorprendería a una persona que se acercase por primera vez?

La clausura es un espacio de libertad, donde poder vivir en soledad y silencio y también en fraternidad. Tiene el sentido de poder crear el desierto en la ciudad, donde se materializa ese vivir para Dios y para los demás evitando la multiplicidad de distracciones que nuestra sociedad ofrece en su vertiginoso discurrir. La oración comtemplativa no necesita estar en un rincón para hacerla posible, pero sería imposible en medio de profusión de imágenes y noticias.

La sorpresa inicial que nos llevamos, y que se llevaría cualquier persona que nos tratase, sería descubrir que las monjas no son seres de otro mundo, serias o carcas, sino personas normales, que saben disfrutar de las pequeñas cosas y alegrías de la vida, que reímos y bromeamos en los tiempos dedicados a la expansión comunitaria, que cantamos y contamos chistes, porque la vida del Carmelo no sabe de santos tristes… Otra sorpresa sería ver el ritmo de trabajo que llevamos. Porque normalmente se cree que nos pasamos el día ante el sagrario, y no es así. Nuestra Regla prescribe el trabajo para evitar la ociosidad y como dice san Pablo: “El que no trabaja que no coma”, así que se nos enseña a hacer los trabajos propios de un Monasterio y no se pierde el tiempo. También sorprende la delicadeza y atención de unas hacia otras, el estar atentas para ayudar o suplir cuando alguna hermana no puede hacer algo, sin querer decir con esto que no tengamos que luchar cada día para superar nuestros egoísmos e imperfecciones.

El Carmelo de Belén

Estos días has estado en Ferrol. ¿Qué te ha llamado más la atención en lo referente a la Iglesia y la fe?

Somos una Iglesia que se esfuerza por evangelizar, que trabaja, que se compromete para acoger y catequizar. He visto sacerdotes muy celosos y entregados pese a ser no jóvenes, este aspecto me llamó mucho la atención. También el grupo de laicos que intentan abrir caminos nuevos de ayuda y acogida a los que vienen de fuera, el grupo de jóvenes que trabajan por llegar a sus compañeros y con valentía dan la cara por Jesús y su Reino… Pero se ve que somos una Iglesia poco numérica y que falta pasión y compromiso con nuestra fe en muchos de los bautizados, muchas veces por falta de formación: no sabemos lo que celebramos y cuanto más breve sea, mejor. Dedicamos poco tiempo a Dios, es mi percepción. Escuché una invitación para adultos a la Escuela de Evangelización y sería mi deseo que muchos se apuntaran, por su propio beneficio. He visto muy buenas propuestas, pero desconozco la respuesta.

Un consejo que le darías a un/una joven que se esté planteando su vocación

Le diría que no tenga miedo a seguir a Jesús, que con él nunca perdemos nada, al contrario, si algo nos falta, si en la vida sentimos un vacío lo que nos falta es él, él es nuestra plenitud y la mayor alegría que podemos experimentar.

Hay que estar dispuestos a llevar la cruz, porque toda vida cristiana comprometida implica llevarla a imitación del Maestro que al llamarnos nos ofrece lo mejor que en esta vida podemos recibir. Sin sacrificio no hay verdadero amor, al que somos llamados. Dejamos una familia pero la dimensión esponsal está muy presente, es esencial en la vida consagrada. No vamos a tener hijos biológicos pero serán muchedumbre los hijos que ganaremos para el reino de Dios y ganamos la fraternidad universal por la que entregamos todo lo que somos. Es decir, es otra manera de vivir la necesidad que todos tenemos de amar y ser amados.

Le diría que cuide la oración, que es donde se caldea el corazón y nacen los grandes deseos y donde se recibe la fuerza para llevarlos a cabo, y, por último, le diría que como san Juan tome a María como su madre, su amiga y compañera cada día de su vida.

Pronto será Navidad…

Vivir en Belén me ha aportado adentrarme más en el misterio del abajamiento de Dios, en su amor loco que abraza todo lo que constituye ser hombre en el total desamparo y pobreza, en la humildad de una familia tan sencilla, en su errar sin patria. Tambien allí los ángeles cantaron la paz a la tierra y estamos viendo que esa paz no llega. Es una intención por la que vale la pena entregar la vida. El Adviento nos habla de la gran esperanza que es el regreso del Señor, el grito de la Iglesia Esposa es el MARANA-THA. ¡Ven, Señor Jesús!

Seamos todos para los demás esa luz en el camino que transmita y regale esperanza. Todos necesitamos que nuestra vida tenga un sentido de felicidad y la meta hacia la que caminamos es la única que nos da esa felicidad radical y existencial. Ojalá que todos despertemos un poco más nuestra fe, tengamos siempre encendida esa vela del Adviento en medio de las aflicciones que nunca faltan, enfermedades, dificultades familiares, la lámpara que ilumina nuestros pasos y los de los demás, mirando hacia delante porque el Señor viene de verdad.

Pero la Navidad es la acogida y el cuidado del pobre, sin esta atención a ellos nuestra Navidad sería un colaborar con la competencia mercantilística. Jesús vino pobre y no le reconocieron ni le acogieron. Tenemos el riesgo de despreciar y mirar hacia otro lado al que viene con Jesús escondido en la persona de los necesitados. Demos una parte de lo que podemos gastar en Navidad a quienes no pueden vivir como nosotros un día de fiesta, sea el regalo que hagamos a Jesús, la ofrenda sencilla de los pastores. A todos muy ¡Feliz Navidad!

Muchas gracias, sor Ana, por compartir tu corazón y tus impresiones con nosotros. Gracias por tu vida entregada y por ser misionera de nuestra diócesis en tierras de Palestina. ¡Sigue rezando por tu tierra!

 

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