(José C. Enríquez)-Con motivo de la Jornada Mundial por el Trabajo Decente, este lunes, día 13 de octubre, se ha celebrado en la plaza de Amboage de Ferrol un emotivo acto organizado por la Delegación de Cáritas, junto con otros grupos y movimientos de Iglesia como la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), la CONFER y diversas comunidades religiosas y parroquiales comprometidas con la justicia social y el bien común. Aunque la jornada se celebró a nivel nacional el martes 7 de octubre, en nuestra diócesis se ha pospuesto el gesto público y la Eucaristía al coincidir con los actos diocesanos por el 60º aniversario de Cáritas Mondoñedo-Ferrol. La cita, que dio comienzo a las seis y media de la tarde, reunió a decenas de personas y concluyó con la celebración de la Eucaristía en la Iglesia de los Dolores, presidida por el obispo diocesano, Fernando García Cadiñanos.
En esta ocasión, y dentro del año jubilar, se quiso poner el foco en una de las realidades más graves y urgentes de nuestro tiempo: la situación de las personas trabajadoras migrantes, quienes, a pesar de su enorme aportación al desarrollo del país, siguen enfrentándose a la precariedad, la falta de reconocimiento y la exclusión.
Durante el acto, María, trabajadora de Cáritas, fue la encargada de leer uno de los manifiestos , en el que expresó que el trabajo que se genera hoy no siempre es un camino de inclusión, y que jóvenes, mujeres, familias con menores a cargo y personas migrantes se enfrentan a crecientes riesgos de pobreza y exclusión social, incluso estando empleados. En su lectura recordó que, como dijo el Papa Francisco al inicio del Jubileo de 2025, debemos mantener viva una esperanza activa que no se resigna ni abandona, sino que se organiza, denuncia y construye alternativas.
María afirmó también que todas las personas, hayan nacido aquí o no, tienen derecho a un trabajo decente, aquel que expresa la dignidad de toda persona, que es libremente elegido, contribuye al desarrollo comunitario y garantiza el respeto sin discriminación. Un trabajo digno —añadió— permite sostener la familia, reconoce el derecho a la jubilación y fomenta la fraternidad, integrando a todos en una vida compartida y esperanzada.
Al finalizar la lectura del manifiesto, los asistentes realizaron un gesto simbólico muy significativo: formaron un gran círculo dando vueltas en el centro de la plaza, representando esas vueltas que muchas veces damos intentando cambiar las cosas y mejorar las condiciones de vida, pero que con frecuencia nos hacen volver al mismo punto, sin lograr conclusiones ni transformaciones reales. Este gesto quiso reflejar la urgencia de romper los ciclos de injusticia y de dar pasos concretos hacia un trabajo verdaderamente digno.
Según datos citados durante el acto, procedentes del Banco Central Europeo, en el último lustro las personas migrantes han sido responsables del 80 % del crecimiento económico de España, aunque solo representan el 13,6 % del empleo y han protagonizado más del 40 % de los nuevos puestos de trabajo creados en el último año. Sin embargo, y pese a su contribución esencial, sus empleos siguen caracterizados por la precariedad y el escaso reconocimiento social. Este contraste fue señalado como una de las grandes injusticias estructurales que deben ser afrontadas con urgencia.
Sentido cristiano del trabajo
Durante la Eucaristía en la Iglesia de los Dolores, el obispo Fernando García Cadiñanos, en su homilía, profundizó en el sentido cristiano del trabajo y en su valor como camino de humanización. Subrayó que no es casual que la misa tuviese lugar precisamente en la Iglesia de los Dolores, porque ese nombre simboliza el sufrimiento de tantos padres y madres que ven a sus hijos sin empleo, sin estabilidad y sin esperanza de futuro.
El obispo recordó que la doctrina social de la Iglesia enseña que el trabajo decente no es un privilegio, sino un derecho fundamental de toda persona, y que trabajando nos hacemos más humanos, porque el trabajo no solo produce bienes materiales, sino que construye la persona, fortalece la comunidad y hace florecer la humanidad.
Explicó también que el trabajo humano es una participación en la creación que continúa cada día, sostenida por las manos, la mente y el corazón de quienes trabajan. Y añadió que no solo las grandes empresas tienen responsabilidad en las injusticias laborales: también cada uno de nosotros, en nuestra vida cotidiana, debemos actuar con justicia y solidaridad. Pidió reconocer la labor de tantas mujeres empleadas del hogar y cuidadoras, muchas de ellas migrantes, que sostienen silenciosamente la vida familiar y social.
El obispo destacó que la Iglesia no puede ser indiferente ante el sufrimiento de los trabajadores, y que su compromiso debe manifestarse no solo con palabras, sino también con gestos concretos de acompañamiento y denuncia. Animó a que la comunidad cristiana siga siendo testimonio vivo de una fe que se traduce en justicia, de una esperanza activa que construye alternativas frente a la precariedad y la exclusión.
Su homilía, cargada de sensibilidad y profundidad pastoral, fue recibida con emoción por los asistentes. García Cadiñanos es reconocido por su constante compromiso con la justicia social, el bien común y la defensa de la dignidad humana. Su modo de vivir el episcopado, cercano a la gente y atento a los más vulnerables, lo convierte en un referente de la Iglesia que escucha, acompaña y se compromete.
En su reflexión, también hizo referencia a las palabras del Papa León XIV, quien recientemente afirmó que “defender la dignidad humana y el trabajo es la prioridad de nuestro tiempo”, especialmente ante los desafíos de la revolución tecnológica y la inteligencia artificial. Su pensamiento enlaza con la tradición iniciada por León XIII y su encíclica Rerum Novarum, que ya en el siglo XIX defendía los derechos del trabajador frente a la explotación.
El obispo evocó además las palabras del Papa Francisco, quien ha insistido en que “el trabajo confiere dignidad” y que negarlo o degradarlo es herir la esencia de la persona humana. Por eso, recordó que el trabajo no es solo un medio para subsistir, sino una expresión profunda del amor creador de Dios y un instrumento de fraternidad.
El acto de la tarde de este lunes en la plaza de Amboage y la posterior Eucaristía fueron, en conjunto, una llamada a la conciencia colectiva. Nos recuerdan que no podemos resignarnos a que el trabajo sea precario, invisible o injusto, y que todas las personas, migrantes o nacidas aquí, tienen derecho a un empleo digno, estable y respetuoso.
Como expresó María en su manifiesto, y como reafirmó el obispo en su homilía, la esperanza cristiana no se queda quieta, sino que se organiza, denuncia y construye alternativas. En este año jubilar, ese es el desafío: romper el círculo de la resignación y dar pasos decididos hacia la justicia y la fraternidad.
Que este encuentro nos inspire a seguir trabajando con esperanza activa, con fe y con compromiso, por un mundo donde el trabajo sea fuente de dignidad, integración y vida plena para todos.