Antonio Miguel Carmona (director diario progresista)
Se cumple el centenario de la muerte de don Marcelino Menéndez Pelayo, pasando inadvertido su recuerdo en un país que escribe mucho más que lee.
Nunca estaré suficientemente agradecido a Menéndez Pelayo su Historia de los heterodoxos españoles. Una relación crítica escrita por un ortodoxo, pero donde reside un verdadero índice de buena parte de mis antecedentes, de los míos, de los nuestros.
Ni recordaba sus meses de juventud liberal hasta que Laverde le convirtió al neocatolicismo ultraconservador. Catedrático a los veintidós años es el erudito por excelencia.
En ideología nada nos parecemos a don Marcelino. Un defensor de la Inquisición y de la reacción en todas sus partes. Responsable intelectual de la confusión tan letal entre catolicismo y españolidad.
Llevó a la historiografía al nacionalismo castizo que tanta reacción provoca en los historiadores y que aún se mantiene, como una sonda de estulticia, alimentando a la derecha política española.
Pero don Marcelino fue un gran hombre. El mejor polígrafo, un erudito gigante cuya sabiduría era difícilmente comprensible.
Latinista ejemplar, devoraba en mi juventud, más que leía, Horacio en España, mientras enredaba las Antologías y comenzaba a enamorarme de los heterodoxos.
Qué vergüenza que este año pase desapercibido el centenario de su muerte. Entiendo que la derecha, despistada en sus raíces, no le recuerde.
Don Marcelino, sin embargo, tampoco la recuerda. Durante sus últimos meses de vida volvió al liberalismo. Quizás por eso, por los unos y por los otros, en un país inculto nadie le quiera hacer memoria.=