Pedro Sande García
En una de mis primeras caminatas por Estrasburgo me dirigí al barrio Alemán, la Neustadt, construido entre finales del siglo XIX y la primera década del siglo XX y declarado Patrimonio Mundial por la Unesco en el año 2017. En 1871, finalizada la guerra franco-prusiana, las regiones de Alsacia y Lorena pasaron a formar parte del imperio Alemán. Estrasburgo se convirtió en el escaparate del poder del emperador Guillermo I para lo cual se inició una ampliación urbana que duplicó tanto la extensión como la población de lo que era la ciudad. El objetivo del emperador fue convertir Estrasburgo en una capital grandiosa que mostrara la gloria y el poder del imperio alemán.
El extenso inventario de edificios y monumentos modernistas, neogóticos y neorenacentistas así como las grandes avenidas y opulentas construcciones han conseguido dejarme fascinado y entusiasmado. Ha sido este entusiasmo el que ha contagiado mis primeras palabras y me ha hecho olvidar el verdadero objetivo de mi artículo. Les ruego que disculpen esta deriva inicial producida por esta visita al Neustadt y desde donde comencé a redactar las primeras palabras de esta crónica.
Bordeando el río I`lll se llega a la Plaza de la República, la antigua Kaiserplatz o plaza del Emperador, enmarcada por magníficos edificios monumentales y lugar donde comienza la visita al barrio alemán. En el centro de la plaza hay un pequeño y precioso jardín donde destacan los florecidos magnolios custodiados por cuatro enormes nogales
japoneses regalo del emperador del Japón al káiser Guillermo II. Y es la fotografía que tomé a ese pequeño jardín la que inició la andadura de esta crónica. A unos 500 metros de la plaza se encuentra, pegado a la iglesia de Saint-Paul, el elegante café Brant, un agradable establecimiento de estilo vienés que mezcla los antiguos ventanales de madera con las lámparas art deco que cuelgan de su techo y los manteles de hilo cubriendo sus mesas. Sentado en una de ellas me puse a revisar las fotos que había hecho con mi móvil y fue en una de estas fotografías, la que mostraba el jardín central de la Plaza de la República, donde aparecieron unos molestos seres humanos que tanto maltratan un retrato. Por primera vez hice uso de lo que me ofrece la IA de mi teléfono, y escribo textualmente, «quitar personas» que es lo mismo que decir «eliminar personas».
Dicho y hecho, apreté el botón y al instante todo rastro de seres humanos desapareció. Como si fuera un juego de marcianitos, que antiguo soy, o de las modernas consolas donde un Rambo armado con todo tipo de artilugios se va liquidando a todo el que se presenta en su camino. La diferencia es que con mi cámara yo externalicé el asunto de la
aniquilación, convirtiéndose la IA en un sicario silencioso que se encarga de hacer desaparecer a todo aquel que yo decida. Sin mancharme las manos.
Se supone que la inteligencia artificial es la capacidad de un ser no humano de ser inteligente. ¿Inteligente como un ser humano?, que miedo. Y no se crean que me da miedo que se pueda convertir en inteligente a un ser no humano, lo que me da miedo, y mucho, es que se pueda replicar todo lo que produce la inteligencia humana, como por ejemplo, el comportamiento de los seres racionales. Si empiezo a pensar en muchos de los individuos que veo y escucho a diario, y no solo en los actuales zares y emperadores que rigen el destino del mundo, algunos de ellos elegidos por sus súbditos, me echo a temblar. Me imagino, aquí en el café Brant, que todo lo que me rodea pudiera ser inteligente. Las lámparas, las sillas, los manteles, la cafetera, las mesas. Todos esos seres dotados de inteligencia y todos ellos mirándome, juzgándome y pudiendo tomar decisiones que me afectarán. Una simple taza de café convertida en uno de los muchos sátrapas que gobiernan en el mundo o una lámpara con el comportamiento de algún ser grosero y gritón que pululan por nuestras ciudades. Esta situación solo tendría una ventaja, con un simple martillazo, que se lo encargaría al sicario de la IA, me permitiría deshacerme de esos seres inteligentes. Además no estaría cometiendo ningún crimen, simplemente perpetrando un acto vandálico cuya responsabilidad recaería sobre la IA. En fin, pensé que estaba exagerando y que todo este avance de la IA serviría para mejorar la calidad de vida de la humanidad. Avances en medicina, posibilidad de poder producir alimentos en zonas desérticas, erradicar la pobreza y el hambre, menos contaminación….Pensaba en todo ello y tuve un instante de tranquilidad hasta que un nubarrón se cruzó por mi mente. ¿Quién es el que ha creado la IA, quién es el que programa la IA, quién decide los objetivos donde aplicar la IA? La respuesta a estas preguntas no me dio miedo, me produjo pánico. Es el mismo que ha puesto en mis manos una aplicación que me permite, cuando yo quiera, «eliminar personas», los mismos que se reflejan en el espejo que tengo enfrente. Casi preferiría que los inteligentes fuesen las lámparas, las sillas, los manteles, la cafetera, las mesas y que los que tomamos café no estuviésemos dotados de inteligencia, natural ni artificial.
Pensarán ustedes lo que una simple foto puede llegar a producir en mi imaginación. Lo que no es imaginación, es algo real, es el soberbio barrio del Neustadt, no se olviden de visitarlo si alguna vez vienen a Estrasburgo y también les recomiendo que se tomen un descanso para tomar un guarisnais, que es lo que tomamos los ferrolanos en una bar o en una cafetería, en el café Brant.
Cuídense mucho.