Enrique Barrera Beitia
¿Por qué en España hay tanta gente furiosa si vive feliz, y por qué molestan tanto los izquierdistas sin problemas económicos?
Si somos felices…¿por qué estamos cabreados?
Las encuestas nos dicen que las diferencias sobre el nivel de felicidad son irrelevantes entre los votantes de los principales partidos. El 90% de la población española cree que lo más importante es ser feliz y más del 80% de los votantes del PSOE, PP, Vox y Sumar aseguran serlo. Los más felices son los de EH Bildu (95%) y los menos los de Coalición Canaria (53%).
Coexistiendo con esta realidad, nos encontramos con un país que parece instalado en la furia permanente.
Al presidente Sánchez se le ha llamado y sigue llamando, perro, rata, psicópata, hijo de puta y otras
lindezas. Este rosario de insultos empezó por usuarios “de a pie” en las redes sociales y ha terminado por
extenderse a conocidos políticos… o tal vez haya sido al revés.
La extrema derecha es la más activa y la que mejor se desenvuelven en esta jungla, pero lo que más me preocupa es que hace tiempo que entraron en este juego periodistas de medios convencionales y novelistas de éxito. Es el caso de Arturo Pérez Reverte o de Juan Manuel Prada, que en el ABC manifestaba nada menos que su deseo de que la gente ahorcase a los “hijos de la grandísima puta que nos gobiernan” y que después “los descuartizasen”.
¿Si eres de izquierda por qué vives mejor que yo?
Pero también llevan tiempo extendiéndose los insultos contra ciudadanos que, disfrutando de una base material acomodada y estable, no ocultan su orientación izquierdista. Sabemos por las encuestas que entre el 10% de la población más rica de España, por cada 100 votantes del PP y Vox hay 60 votantes del PSOE y de Sumar, y que el sentido del voto se invierte entre el 10% de los votantes más pobres (59 y 100 respectivamente).
Son datos globales que deberían ser matizados. Puede sorprender que Galicia sea la única autonomía donde la derecha gana entre el electorado más pobre, o que las clases medias voten más a Sumar que a Vox, pero las cifras se ajustan en general a una realidad que provoca sorna en la izquierda, e irritación en la derecha por la actitud de progresistas que viven sin ajustarse al modo de vida austero que el imaginario conservador considera de obligado cumplimiento, sometidos a un escrutinio sobre la gama de su coche, el restaurante en que comen, la vivienda en la que residen o la ropa que usan, y da igual que sea costeado con un dinero ganado limpiamente, porque todo lo que es aceptable en una persona de derechas con dinero, resulta ser en ellos una provocación.