La guerra de Hezbolá-(Lucas Molina Franco)

Lucas Molina Franco-(*)
No recuerdo su nombre. Sí su cara. Un rostro juvenil ajado por la vida dura que, seguro, tuvo que llevar en su localidad de origen, Khiam, donde lo conocí en 2016, hace casi 9 años. Khiam o Al-Khiam es una pequeña ciudad al sur del Líbano, muy cerca de la frontera con Israel, donde sus habitantes mantienen, en las ruinas de un antiguo fuerte colonial francés, un pequeño y destartalado museo de lo que significó para ellos y sus familiares la ocupación israelí de la zona durante la Guerra Civil libanesa.

Me habían avisado que la mayoría de los habitantes de esta localidad eran árabes de obediencia chiita, por lo que allí siempre gobernaba Hezbolá, el “Partido de Dios”, un grupo radical fundado en 1982 por varios clérigos libaneses como oposición a la ocupación judía. Financiado, entrenado y apoyado por el Irán del Ayatholla Jomeini y sus sucesores, este grupo, considerado terrorista por muchos estados occidentales, nació con el objetivo
primordial de luchar contra el Estado de Israel.

Aprovechando un evento organizado en Khiam por el mando militar español de Marjayoun –un partido de fútbol entre legionarios españoles y afectados libaneses por las minas antipersona–, me fui con el intérprete y me mezclé con los asistentes al encuentro, la mayoría de los cuales eran familiares de los jugadores, personal del ayuntamiento o militares libaneses. También había un numeroso grupo de niños uniformados, que llevaban en el pecho una foto del líder espiritual de Hezbolá, el clérigo Hasán Nasralá.

Lo de mezclarme con los asistentes es un decir, pues se notaba a la legua que yo no era de allí, y tampoco llevaba

Uno de los jugadores libaneses

uniforme de militar español. Pese a sentirme observado, me senté a ver el partido junto al intérprete. El partido duró sólo media hora, pues todos los libaneses eran hombres lisiados, a los que una mina les había cambiado la vida: al que no le faltaba una pierna, tenía sólo un brazo; algunos, incluso, llevaban prótesis en ambos miembros inferiores. Como no podía ser de otra manera, los legionarios españoles perdieron el partido por un contundente 3-1. El honor y la fuerza de voluntad de aquellos “mediohombres” –muchos de los cuales pasaban de las 50 primaveras–, había quedado a salvo, y la “Caballerosidad” de nuestros Legionarios, no se les supuso, quedó patente en el resultado.

Al terminar el duelo deportivo, un hombre con la cara ajada, ojos negros –vivos y penetrantes–, y de apariencia joven –no había cumplido los 30–, que no se había separado del alcalde desde que ambos llegaron al campo de fútbol, me abordó y me preguntó con gesto de pocos amigos quién era y qué hacía allí. Luego me enteré que era la mano derecha del regidor municipal, y además, jefe de Hezbolá de Khiam. Con él se arremolinaron frente a mí varios hombres más, que luego se identificaron también como miembros del “Partido de Dios”. Cuando me identifiqué como periodista español y les dije lo que hacía allí, el ayudante del alcalde se quedó más tranquilo y departimos un buen rato, participando también sus correligionarios.

Entre los varios temas de conversación que surgieron al hilo de mis preguntas, uno de ellos me dejó impresionado, dado el vínculo emocional que tenía con aquel hombre: su participación en la guerra de Siria. Me confirmó que muchos de los que allí estaban, empezando por el propio alcalde, habían estado en Siria meses o días atrás, combatiendo contra el ISIS; por eso –me explicó–, la lucha contra los sionistas había pasado a un discreto segundo plano en aquellas fechas.

Inmediatamente sacó su móvil del bolsillo y tras buscar unos segundos, me mostró la foto de un uniformado que posaba al lado de una imagen en piedra de la Virgen María,.
Me quedé mirando la foto mientras él hablaba. El intérprete me tradujo:

           –Como supone que usted es cristiano, le quiere enseñar a su hermano Khodor, que salvó del ISIS esa imagen en una iglesia cristiana de las proximidades de Khalsah.

Yo no pude menos que felicitarle por tener un hermano tan valiente, protagonista de aquella acción que trascendía su propia religión y le pedí que me dejara captar con mi móvil la foto que me estaba mostrando. Afirmó con su cabeza y me agradeció los elogios a su hermano. Y acto seguido, apenado, me dijo que el 7 de diciembre del año anterior (2015), su hermano Khodor había muerto en combate. Se hizo un silencio corto y todos nos miramos. El silencio lo rompió él mismo, afirmando con voz potente:

            –¡Es la guerra!, y siguió hablando.

Me fui con la misma sensación con la que había llegado a Líbano. El conflicto en Oriente Medio no tiene solución.

(*)-Lucas Molina Franco (Ferrol, 1965) es licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales, Doctor en Historia Contemporánea y director de la revista ARES Enyalius de Historia y actualidad militar.

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