El rechazo del Ayuntamiento de Barcelona, gobernado por el dirigente de CiU Xavier Trías, a acoger la ceremonia de entrega de la bandera de combate al buque «Juan Carlos I» ha provocado un movimiento de solidaridad con la Armada de otras ciudades españolas con gran tradición marítima. Después de que Cartagena diera el primer paso, otros muchos ayuntamientos también se han ofrecido al Ministerio de Defensa para ‘apadrinar’ al mayor barco de guerra fabricado en Navantia-Ferrol y puesto en servicio en España. Es un buque multipropósito, de “proyección estratégica”, orgullo de la Marina y de la industria nacional que, gracias al encargo por el Gobierno para la Armada española, construye ya otros dos similares para Australia.
Las consideraciones históricas, económicas, comerciales, institucionales y las estrechas relaciones tradicionales entre la Armada y la ciudad de Barcelona han quedado al margen en la respuesta del nuevo regidor de la capital condal. Después de las primeras gestiones para buscar una fecha para la entrega de la bandera de combate al Juan Carlos I realizadas antes del verano, el alcalde nacionalista adujo que los gastos que generaría la ceremonia le impedían acoger un tipo de acto que sí han presidido en las últimas décadas sus predecesores en el cargo Pasqual Margall (2) y Joan Clos, ambos socialistas.
El ‘no’ de Trias se produjo después de la ofensiva en el reto independentista desatado por Artur Mas tras la Diada. En fuentes de la Armada insisten en no dar por cerrada la opción de Barcelona, pero también reconocen que las ofertas alternativas se les acumulan. La alcaldesa de Cartagena, la gallega Pilar Barreiro, fue la primera en postular públicamente su puerto para la ceremonia. Tras ella, han llegado otras, como la de Alicante, según fuentes municipales.
Otros Ayuntamientos, y con puertos de mayor tamaño, se han interesado de forma más discreta. No obstante, en medios militares prefieren guardar los nombres de esas ciudades para no acrecentar el problema planteado por Trías, que entienden se puede deber al momento político (ofensiva independentista de CiU y elecciones) y ajeno a las tradicionales buenas relaciones de la Armada con la ciudad de Barcelona.
La ceremonia es muy simbólica. El «Juan Carlos I» ya está en servicio, plenamente operativo en su base de Rota, y las entregas de la bandera de combate se suelen demorar hasta años en algunos casos, aunque no cuando se trata de los buques más importantes para la flota. El «Juan Carlos I» (230 metros de eslora y un desplazamiento de 26.000 toneladas) es el mayor buque de guerra fabricado en España y el primero de la lista de unidades.
Maragall y Clos establecieron la tradición
El ‘Ceremonial Marítimo’ establece que la bandera de combate es ofrecida por “alguna corporación o personalidad que quiere con ello dar una muestra de admiración por la Armada y crea con ella ciertos lazos de unión”. Hasta ahora había sido así con el Ayuntamiento de Barcelona. Pasqual Margall protagonizó dos veces la ceremonia. Primero, en 1984, donó una bandera de combate ‘constitucional’ al viejo portaaviones «Dédalo». En la segunda ocasión hizo entrega de la bandera de combate al portaeronaves «Príncipe de Asturias». Fue en mayo de 1989, con parada naval incluida y la asistencia de Sus Majestades los Reyes; del presidente de la Generalitat, Jordi Pujol; y del ministro de Defensa, Narcís Serra. El Príncipe de Asturias figuraba en la dotación del buque que llevaba su nombre en calidad de alférez y Doña Sofía fue quien recibió de manos de Maragall la bandera de combate para que la entregara al comandante del portaeronaves.
Hace ocho años el Ayuntamiento de Barcelona ‘renovó’ esas estrechas relaciones entre la Armada y la capital catalana. El alcalde, el socialista Joan Clos, entregó la bandera de combate a la fragata «Almirante Don Juan de Borbón». En el acto estuvieron Sus Majestades los Reyes y los Príncipes de Asturias. Maragall también acudió, esta vez como presidente de la Generalitat, y por parte del Gobierno estuvo el ministro de Defensa, José Bono.
Ante todos esos precedentes, en el Ministerio de Defensa no se le ocurrió a nadie, al menos antes del pasado verano, que el alcalde nacionalista de Barcelona quisiera romper una tradición que reclaman heredar otras ciudades.